En mis tiempos de interino, cuando era el último mono en los departamentos de Matemáticas, y me quedaba con los grupos que nadie había querido (los más difíciles), mi mente desarrolló la teoría de la experiencia. Según esta teoría, las autoridades educativas deberían obligar a los profesores con más experiencia, y se supone más valía, a dar clase en los grupos con más dificultades, al tiempo que los profesores novatos iban adquiriendo habilidades docentes con los grupos más fáciles, donde se concentran los buenos estudiantes. Al fin y al cabo un buen estudiante aprende a pesar de su profesor. En cambio un chaval con carencias (cognitivas, familiares, sociales... hay de tantos tipos) necesita más la ayuda de un buen profesional para salir adelante. Un mal profesor hace más daño a un mal estudiante que a uno bueno. Y a la inversa. Un buen profesor hace más bien a un mal estudiante que a uno bueno. En ningún hospital asignarían los pacientes más complicados a un médico recién licenciado y sin experiencia. Creo que sólo compartí esta teoría con un amigo, interino también, que me dio completamente la razón.
Ahora que comienza mi duodécimo curso como profesor, el octavo como funcionario de carrera y el quinto en mi actual centro, manejo otras teorías. Igualmente convincentes. Antes de desgranarlas debo aclarar que trabajo en un instituto calificado "de especial dificultad" por la Consejería de Educación. Muchos de nuestros alumnos, sobre todo en los primeros cursos de la ESO, padecen graves problemas familiares, socioeconómicos o de exclusión social. He trabajado en siete institutos antes que este y en ninguno encontré la cantidad y diversidad de chavales con problemas graves que hay aquí. Un ejemplo cualquiera del año pasado, en 1º ESO:
- ¿Por qué no viniste ayer a clase?
- Porque fuimos a recoger a mi padre, que salía de la cárcel.
Aquí conté cómo me fue con uno de estos grupos en mi primer año. Ahora la situación es peor porque hay menos profesores de apoyo y los pocos que hay se tienen que repartir entre más alumnos ya que han abierto una línea más (hemos pasado de 75 a 100 alumnos en esos niveles). Eso sin contar con que la crisis ha empeorado la de por sí precaria situación en que se encuentran las familias de estos alumnos.
Así la cosa, este año a la hora de repartirnos los grupos y ver que los más difíciles recaían en los profesores recién llegados, Pepito Grillo vino a recordarme la teoría de la experiencia. Y otra parte de mi mente tardó apenas un par de minutos en pergeñar una réplica convincente.
Argumento nº 1 o Teoría de la excepcionalidad. Según este argumento, la teoría de la experiencia es válida únicamente en centros educativos convencionales, con alumnos convencionales que responden a estímulos convencionales. ¿De qué me sirven mis años de experiencia cuando entro en una clase de 1º ESO con 18 o 19 alumnos, la mitad de los cuales no se saben las tablas de multiplicar y prácticamente ninguno es capaz de comprender un texto sencillo? Eso por no hablar de la falta de cualquier tipo de hábito que facilite el aprendizaje. ¿De qué me sirven mis años enseñando Matemáticas si el único objetivo factible en el aula es que los alumnos se mantengan sentados y sin pelearse?
Argumento nº 2 o Teoría de la personalidad. A veces es posible tener éxito con estos grupos, crear un clima de trabajo en clase y hacer que los alumnos progresen. Yo me siento satisfecho de lo que conseguimos hace cuatro años en 2º B o el año pasado en el PCPI. Pero, a diferencia de los grupos convencionales, con este tipo de alumnado tener éxito con un grupo no es garantía de que lo vayas a tener con otro de similares características. Hay que empezar siempre de cero, sin mapa ni brújula.
Escribió Tolstoi que todas las familias felices se parecen entre sí; mientras que las infelices son desgraciadas en su propia manera. Algo parecido sucede en la escuela. Los grupos de alumnos convencionales son muy parecidos entre sí. Las actividades y la metodología que funciona en un grupo convencional de 3º ESO, suelen funcionar igualmente bien en cualquier otro grupo (convencional) de 3º ESO. Es por ello que en este tipo de grupos puedes planificar el trabajo con ciertas garantías e ir perfeccionando el proceso incorporando los hallazgos que suceden cada año.
En cambio, los hallazgos y los éxitos en grupos con alumnos difíciles no los puedes incorporar a tu bagaje personal, puesto que esa actividad, esa manera de trabajar que funcionó con aquel grupo no va a funcionar con ninguno otro. Proponer a los alumnos de 2º ESO que compongan un rap para aprenderse la lección funcionó en 2º B hace cuatro años, pero no se me ocurriría plantearlo en otro grupo. No al menos, hasta ganarme su confianza y diría que su afecto, que es la clave del éxito con estos alumnos. Y ahora llegamos al quid de la teoría de la personalidad: hay profesores que por su carácter, por su carisma e incluso por su físico conectan mejor con estos alumnos que otros. Yo he visto a compañeros resolver una situación conflictiva y desagradable con una broma o soltando una barbaridad. Y los alumnos, gallitos ellos, venirse abajo ante la broma o el improperio. Pero para que esto dé resultado uno debe poseer la gracia de soltar la broma o la barbaridad adecuada y el carisma y la ascendencia sobre los alumnos para que estos la acepten y la acaten. Y no todos poseemos esa gracia. Es más, diría que muy pocos la poseen.
No es cuestión de ser mejor o peor profesional sino de tener determinado carácter y porte. Por esto mismo las mujeres tienen más dificultades a la hora de ganarse a estos grupos que los hombres. Son alumnos (y alumnas) extremadamente machistas y no aceptan de buen grado que una tía venga a decirles lo que tienen que hacer. Vamos, faltaría más. A ellos.
Conclusión de las dos teorías anteriores: la Consejería de Educación debería seleccionar personal especializado en trabajar con estos grupos. Profesionales que tengan la personalidad, la formación y la vocación necesaria para atender bien a estos alumnos. Volviendo a la metáfora del hospital. No es concebible que a un pediatra lo pongan de buenas a primeras a atender urgencias de traumatología.
Bueno, vale - consiente Pepito Grillo -. Me has demostrado que los profesores recién llegados no están, a priori, menos capacitados que tú para impartir clase en los grupos más difíciles. Ninguno estáis suficientemente preparados porque no es vuestra especialidad, depende del carácter de cada cual, etc, etc. ¿Pero no deberías quedarte tú con alguno de estos cursos? Al fin y al cabo, a igualdad de incompetencia, tú ya conoces el centro y has tenido trato con muchos de estos alumnos. ¿No supone esto una ventaja?
Rápidamente mi mente se saca de la manga el argumento nº 3 o Teoría de la ilusión.
En una actividad como la enseñanza es imprescindible tener ilusión. Especialmente al comienzo de cada curso uno debe creer que, como el personaje de la viñeta, va a ser capaz de vencer todas las resistencias y conseguir que los alumnos se involucren en el trabajo. Pero es difícil ilusionarse cuando entras el primer día de clase y ves las caras de los mismos alumnos que hace tan solo unos meses diste por imposibles. Voy a poner un ejemplo de esta misma semana. En 2º A, un grupo formado por buenos alumnos en el que han incluido dos repetidores para no saturar de sospechosos habituales los grupos con más necesidades. A uno de los repetidores lo conozco sólo de vista. Al otro, llamémosle José, lo padecí el año pasado en el Refuerzo de Matemáticas, mi peor experiencia como docente. No sé cuántas veces lo tuve que expulsar de clase. Unas pocas.
Este año, el primer día de clase, le suena el móvil. Lo mandé directamente a Jefatura. Eso no lo habría hecho nunca con un alumno desconocido. Es más, tengo alumnos en 1º ESO con una actitud desafiante y un comportamiento mucho peor que el de José. Ni los he expulsado, ni los he amonestado, ni siquiera les he puesto un negativo. ¿Por qué? Porque todavía estoy en la fase en que me hago la ilusión de que puedo ganármelos. Intento halagarlos, engañarlos, convencerlos... lo mismo que intenté con José el año pasado.
Está claro que ni José ni yo nos hacemos ilusión el uno al otro. Así sólo queda el camino de los partes y las expulsiones. Mejor le hubiera venido a José tener un profesor nuevo. Alguien que, al menos por unos días, mantuviera la ilusión de poder abrir esa caja fuerte. Y quién sabe, lo mismo tenía éxito. Al fin y al cabo, con estos alumnos, influye mucho la química personal (vease teoría de la personalidad).
En definitiva, que después de unos años dando grupos difíciles (horroroso el Refuerzo del año pasado), ya es hora de que vengan caras nuevas e ilusionadas a tomar el relevo.
¿Qué nombre le darán los psicólogos?
Argumento nº 1 o Teoría de la excepcionalidad. Según este argumento, la teoría de la experiencia es válida únicamente en centros educativos convencionales, con alumnos convencionales que responden a estímulos convencionales. ¿De qué me sirven mis años de experiencia cuando entro en una clase de 1º ESO con 18 o 19 alumnos, la mitad de los cuales no se saben las tablas de multiplicar y prácticamente ninguno es capaz de comprender un texto sencillo? Eso por no hablar de la falta de cualquier tipo de hábito que facilite el aprendizaje. ¿De qué me sirven mis años enseñando Matemáticas si el único objetivo factible en el aula es que los alumnos se mantengan sentados y sin pelearse?
Argumento nº 2 o Teoría de la personalidad. A veces es posible tener éxito con estos grupos, crear un clima de trabajo en clase y hacer que los alumnos progresen. Yo me siento satisfecho de lo que conseguimos hace cuatro años en 2º B o el año pasado en el PCPI. Pero, a diferencia de los grupos convencionales, con este tipo de alumnado tener éxito con un grupo no es garantía de que lo vayas a tener con otro de similares características. Hay que empezar siempre de cero, sin mapa ni brújula.
Escribió Tolstoi que todas las familias felices se parecen entre sí; mientras que las infelices son desgraciadas en su propia manera. Algo parecido sucede en la escuela. Los grupos de alumnos convencionales son muy parecidos entre sí. Las actividades y la metodología que funciona en un grupo convencional de 3º ESO, suelen funcionar igualmente bien en cualquier otro grupo (convencional) de 3º ESO. Es por ello que en este tipo de grupos puedes planificar el trabajo con ciertas garantías e ir perfeccionando el proceso incorporando los hallazgos que suceden cada año.
En cambio, los hallazgos y los éxitos en grupos con alumnos difíciles no los puedes incorporar a tu bagaje personal, puesto que esa actividad, esa manera de trabajar que funcionó con aquel grupo no va a funcionar con ninguno otro. Proponer a los alumnos de 2º ESO que compongan un rap para aprenderse la lección funcionó en 2º B hace cuatro años, pero no se me ocurriría plantearlo en otro grupo. No al menos, hasta ganarme su confianza y diría que su afecto, que es la clave del éxito con estos alumnos. Y ahora llegamos al quid de la teoría de la personalidad: hay profesores que por su carácter, por su carisma e incluso por su físico conectan mejor con estos alumnos que otros. Yo he visto a compañeros resolver una situación conflictiva y desagradable con una broma o soltando una barbaridad. Y los alumnos, gallitos ellos, venirse abajo ante la broma o el improperio. Pero para que esto dé resultado uno debe poseer la gracia de soltar la broma o la barbaridad adecuada y el carisma y la ascendencia sobre los alumnos para que estos la acepten y la acaten. Y no todos poseemos esa gracia. Es más, diría que muy pocos la poseen.
No es cuestión de ser mejor o peor profesional sino de tener determinado carácter y porte. Por esto mismo las mujeres tienen más dificultades a la hora de ganarse a estos grupos que los hombres. Son alumnos (y alumnas) extremadamente machistas y no aceptan de buen grado que una tía venga a decirles lo que tienen que hacer. Vamos, faltaría más. A ellos.
Conclusión de las dos teorías anteriores: la Consejería de Educación debería seleccionar personal especializado en trabajar con estos grupos. Profesionales que tengan la personalidad, la formación y la vocación necesaria para atender bien a estos alumnos. Volviendo a la metáfora del hospital. No es concebible que a un pediatra lo pongan de buenas a primeras a atender urgencias de traumatología.
Bueno, vale - consiente Pepito Grillo -. Me has demostrado que los profesores recién llegados no están, a priori, menos capacitados que tú para impartir clase en los grupos más difíciles. Ninguno estáis suficientemente preparados porque no es vuestra especialidad, depende del carácter de cada cual, etc, etc. ¿Pero no deberías quedarte tú con alguno de estos cursos? Al fin y al cabo, a igualdad de incompetencia, tú ya conoces el centro y has tenido trato con muchos de estos alumnos. ¿No supone esto una ventaja?
Rápidamente mi mente se saca de la manga el argumento nº 3 o Teoría de la ilusión.
En una actividad como la enseñanza es imprescindible tener ilusión. Especialmente al comienzo de cada curso uno debe creer que, como el personaje de la viñeta, va a ser capaz de vencer todas las resistencias y conseguir que los alumnos se involucren en el trabajo. Pero es difícil ilusionarse cuando entras el primer día de clase y ves las caras de los mismos alumnos que hace tan solo unos meses diste por imposibles. Voy a poner un ejemplo de esta misma semana. En 2º A, un grupo formado por buenos alumnos en el que han incluido dos repetidores para no saturar de sospechosos habituales los grupos con más necesidades. A uno de los repetidores lo conozco sólo de vista. Al otro, llamémosle José, lo padecí el año pasado en el Refuerzo de Matemáticas, mi peor experiencia como docente. No sé cuántas veces lo tuve que expulsar de clase. Unas pocas.
Este año, el primer día de clase, le suena el móvil. Lo mandé directamente a Jefatura. Eso no lo habría hecho nunca con un alumno desconocido. Es más, tengo alumnos en 1º ESO con una actitud desafiante y un comportamiento mucho peor que el de José. Ni los he expulsado, ni los he amonestado, ni siquiera les he puesto un negativo. ¿Por qué? Porque todavía estoy en la fase en que me hago la ilusión de que puedo ganármelos. Intento halagarlos, engañarlos, convencerlos... lo mismo que intenté con José el año pasado.
Está claro que ni José ni yo nos hacemos ilusión el uno al otro. Así sólo queda el camino de los partes y las expulsiones. Mejor le hubiera venido a José tener un profesor nuevo. Alguien que, al menos por unos días, mantuviera la ilusión de poder abrir esa caja fuerte. Y quién sabe, lo mismo tenía éxito. Al fin y al cabo, con estos alumnos, influye mucho la química personal (vease teoría de la personalidad).
En definitiva, que después de unos años dando grupos difíciles (horroroso el Refuerzo del año pasado), ya es hora de que vengan caras nuevas e ilusionadas a tomar el relevo.
¿Qué nombre le darán los psicólogos?