Tengo la impresión, acentuada por el cansancio, de que el aeropuerto de Frankfurt desborda cualquier límite. Da igual el pasillo y la dirección que decida enfilar, es todo una sucesión periódica e infinita de salas de embarque, controles de acceso, tiendas caras, locales de comida poco apetecible, cintas transportadoras que aligeran el paso de los viajeros, paneles informativos y señales indicadoras. Me aburro y cambio de planta en busca de otro pasillo que sólo se diferencia del anterior en el nombre. Pasillo B, pasillo A. Ni lo intento con los dos restantes, el pasillo C y el Z. Me sorprende el salto alfabético A, B, C, Z. ¿Una pizca de desorden en un universo terriblemente monótono y ordenado? Podría acercarme al pasillo Z y comprobar si posee alguna característica que haga honor a su distinción. Todavía quedan más de cuatro horas para que despegue nuestro vuelo.
Pero estoy cansado y me desanima imaginar las innumerables salas de espera que debo de atravesar antes de llegar a Z. Busco un lugar tranquilo y me siento a leer. No consigo mantener la concentración más de dos párrafos seguidos. La cabeza se me va a otro sitio. Pienso en Álvaro y Javier. Me vienen flashes de esta mañana:
- ¿Quién es?
- Javier, soy Eduardo. ¿Os queda mucho? Ya está aquí el taxi que nos lleva al aeropuerto.
- ... Pero...¿qué hora es?
- No bromees y bajad ya.
- No es broma, Eduardo, que...
- Déjate de pegos -le interrumpo-. Bajad ya que vamos a llegar tarde.
Verlos aparecer por la puerta del ascensor, con las maletas y tres o cuatro bolsas de plástico en la mano. Las caras desencajadas, nerviosos y medio zombis. No era broma.
En el taxi, al llegar al aeropuerto de Vilna:
- Álvaro, ¿y la cámara?
- No la tengo, Javi.
- Tío, ¿dondé está?
La cámara no está en el taxi. Álvaro cree que se la ha dejado en la recepción del hotel. Tantas bolsas de plástico en la mano. Los dos están convencidos de que Álvaro llevaba la cámara colgada al hombro cuando dejaron la habitación.
Hablamos con el chófer. Dentro de quince minutos tiene que recoger a otro huesped para traerlo al aeropuerto. Si encuentra la cámara, nos la trae. Mientras podemos ir facturando. Entro en el aeropuerto y busco en los paneles informativos el número de mostrador al que debemos dirigirnos.
- ¿Dónde está Álvaro?
- Se ha ido con el chófer a buscar la cámara.
Faltan setenta minutos para que salga nuestro vuelo. Javier y yo facturamos.
Veinticinco minutos más tarde aparece Álvaro con la cámara (estaba en la habitación) y un ataque de nervios. Javier está incluso más nervioso. Es el resultado de dos noches seguidas sin dormir.
¿Qué vais a hacer con todas esas bolsas de plástico? No atinan a abrir la cremallera de la maleta de mano.
A media hora de que salga el vuelo por fin estamos preparados para pasar el control. A Javier lo registran con detenimiento. Álvaro tarda una barbaridad en despojarse de todos sus abalorios. Se le olvida sacar el portátil de la maleta y tiene que volver a pasarla por el escaner. Llegamos a la puerta de embarque justo en el momento en que se abre. Menos mal que el aeropuerto de Vilna es pequeño.
Me arrepiento de haberlos dejado marchar, de no haber impuesto mi autoridad. Querían hacer una visita express a Frankfurt al igual que hicimos en Copenhague. Intenté disuadirlos. Primero les dije que yo no me apuntaba, confiando que eso los disuadiría. Después intenté convencerlos: ¿no veis lo grande que es el aeropuerto? Esto no es una pequeña capital como Copenhague donde las distancias son manejables y las horas cunden. Aquí vais a dedicar prácticamente todo el tiempo en los desplazamientos. No vais a ver nada. Finalmente intenté meterles miedo: como no habéis conseguido perder el primer avión lo vais a intentar de nuevo con el segundo. Cuando se marchaban les advertí: sois mayores de edad (28 y 24), entiendo que os hacéis responsables de vuestra decisión, si llegáis tarde os quedáis solos en Frankfurt.
Ahora temo que se presente la odiada tesitura. ¿De verdad sería capaz de dejarlos en tierra? ¿Por qué no me habré negado más explícitamente? De este modo su desobediencia (en el caso de que me desobedecieran, cosa que no creo) me liberaría de cualquier responsabilidad. Pero me parecía ridículo negarle a adultos un permiso que, por otra parte, ni siquiera me estaban pidiendo. Con la edad de Álvaro yo estaba casado y había vivido tres años de mi vida en el extranjero. Con la edad de Javier yo estaba divorciado y ya era profesor.
Me vienen más flashes. En Copenhague, hace una semana, esperando el tren que nos lleve de regreso al aeropuerto:
- Eduardo, ¿estás seguro de que este es el andén?
- Sí, mira el panel.
- ¿Por qué no preguntamos a alguien? - y pregunta a otro turista más perdido que él-.
...
- Venid, que han cambiado la vía por la que pasa el tren.
- Espera, vamos a preguntar.
- Seguidme.
- ¿Pero a qué andén vamos?
- Tú sigue a los daneses, que ellos saben a donde van.
Subo por las escaleras mecánicas, cambio de andén y cuando miro para atrás no los encuentro. ¿Dónde se han metido? De repente los veo en el andén de enfrente todavía intentando preguntar a otros turistas por donde pasa el tren hacia el aeropuerto. Les grito. Tengo que correr, volver a subir y bajar las escaleras, llevármelos casi a la fuerza y coger el tren por los pelos. ¿Estás seguro? ¿estás seguro? ¿estás seguro? Que sí, joder.
También me viene a la memoria aquella vez que Sonia y yo estuvimos a punto de quedarnos tirados en Berlín por no entender el funcionamiento del tren de cercanías a partir de ciertas horas de la noche. Berlín, Alemania. Igual que Frankfurt. Me parece que no van a llegar a tiempo. ¿Qué haré?
Una visión me saca del ensimismamiento. Es Álvaro que se acerca hacia mí. Compruebo en el reloj que todavía faltan dos horas y media para la salida del vuelo.
- ¿Qué haces aquí? ¿Al final no habéis ido?
- No, hemos preguntado y nos han dicho que no merecía la pena para tan poco tiempo.
- Me alegro. ¿Y qué habéis estado haciendo en estas dos horas?
- Buscándote, que tienes el móvil apagado.
- Pues me parece un milagro que me hayáis encontrado en este laberinto.
Vaya aventura en el aeropuerto, la próxima vez prueba a llevarlo planificado de salida, tal vez el móvil cargado y con sonido, una lista de pros y contras de salir del aeropuerto... no sé por evitar los nervios, nunca se sabe si dentro del avión te harán falta... Bienvenido a la España de la crisis, un besazo
ResponderEliminarMas bien prueba a dejarte a los alumnos en cordoba!!!!!con lo bien k se viaja ligero de equipaje!!!!jeje.
ResponderEliminarBueno espero que hayas disfrutado de la aventura. Ya me contarasmuas vanessa.
Vaya, qué casualidad, acabo de venir de Frankfurt. Cosas que recomendaría:
ResponderEliminar-Del aeropuerto al "centro" de la ciudad hay algo así como cuatro paradas de metro, no se tardan ni 15 minutos. Si se tienen unas tres horas de espera me escaparía del aeropuerto porque es horrible, como dices, y está pésimamente señalizado
-Detrás de la catedral (Dom) hay un café que se llama Metropol donde sirven unos pasteles de ruibarbo estupendos. La sidra en Frankfurt es muy famosa, pero para un asturiano sabrá aguada. Mejor un vino blanco, ja,ja.
-Merece la pena entrar al museo Städel si se tienen unas horas. Por ejemplo, allí se expone el cuadro de Vermeer "El geógrafo" (mejor con la Frankfurt Card que cuesta unos 9 euros y permite hacer viajes ilimitados en transporte urbano y descuentos del 50% en casi todos los museos)
-El museo de historia natural Senckenberg de Frankfurt es uno de los más impresionantes de Alemania. La pega está en lo mismo que otros muchos museos alemanes: sólo tienen los rótulos en alemán. El que no entienda alemán se pierde casi todo.
-El jardín botánico "Palmengarten" de Frankfurt también es muy recomendable.
Frankfurt ha perdido en las últimas décadas casi todo el encanto que tenía. Cada vez cuesta más encontrar antiguas sidrerías en la ciudad y todos los alrededores de la estación central y de los grandes rascacielos, sedes del Banco Central Europeo y de los bancos más poderosos, están plagados de Sex-Shops, mendigos, borrachos y pilinguis. Parece como si cuanto más alto crecen las sedes de los bancos más empequeñeciesen los ciudadanos.
A pesar de todo, casi siempre es posible sacar algo bonito de donde menos te lo esperas. El casi lo digo por el aeropuerto, que por mucho que busques no creo que tenga nada que se pueda disfrutar. Horrible.
Pues la próxima vez que se presente la ocasión ya sé que debo hacer. Gracias.
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