El AVE, que gran invento. Desde hace poco menos de tres años se puede viajar a Cuenca en trenes AVE. Tardan cincuenta minutos en recorrer los 140 km de distancia entre las dos ciudades. El progreso. La cantidad de horas de sopor, aburrimiento y desesperación que me habría ahorrado si hubiera existido esta línea cuando yo vivía en Cuenca.
No recuerdo viajes más pesados. No podía leer porque el tren traqueteaba como una diligencia. El paisaje era monótono y además en invierno oscurecía antes de llegar a Aranjuez, así que poco paisaje podía ver. Pasado Tarancón las vías del tren transcurrían junto a la carretera. En un momento dado se podía ver una señal indicando Cuenca 50. ¡Y todavía quedaba más de una hora en aquella cafetera andante! Desesperación.
Las paradas inexplicables. El viaje estaba salpicado de paradas a pesar de que sólo atravesaba tres municipios reconocibles: Aranjuez, Ocaña y Tarancón. A eso había que añadir una serie de pedanías tales como Noblejas o Santa Cruz de la Zarza en las que rara vez se subía o bajaba algún viajero. Y luego estaban las paradas inexplicables, que eran la mayoría. De repente el tren se paraba junto a una casa (¿estación?) en medio de ninguna parte. Nada ocurría. Nadie salía de la casa a saludarnos. Tras diez minutos el tren reanuda el traqueteo.
Con tanta parada en ninguna parte y un absoluto desprecio por la puntualidad, para el viajero era imposible hacerse una idea de en qué punto del trayecto se encontraba y cuánto faltaba para llegar al destino o a la siguiente etapa del viaje. Sí, el viaje era tan largo que se podía dividir en tres etapas:
- Etapa 1: Madrid - Ocaña. Dejando atrás la civilización.
- Etapa 2: Ocaña - Tarancón. Empieza el paisaje pintoresco. Todavía mantengo el ánimo.
- Etapa 3: Tarancón - Cuenca. La desesperación. Ya no sé cómo acomodarme en el asiento ni qué hacer para distraerme. No me queda ni el consuelo de observar o escuchar a los demás pasajeros porque el tren va vacío. Con frecuencia soy la única persona en el vagón, lo que acentúa aún más la sensación de castigo. O de destierro. Sí, es eso: me siento desterrado en Cuenca, ese horror de pueblo.
Es curioso que no recuerde los viajes en sentido inverso. Hago memoria y no me viene ninguna imagen, ninguna anécdota, nada que mencionar de los desplazamientos Cuenca - Madrid.
Ahora el Ministerio de Fomento ha decidido suprimir, entre otras muchas líneas, el regional que hacía servicio entre Madrid y Valencia. Es deficitario, dicen. Al Estado le cuesta más de cuatro millones de euros anuales mantener una línea con poco más de ciento quince mil viajeros al año. El Estado pierde casi treinta y cinco euros por cada viajero que toma ese tren. A mí me parece poco. Deberían regalar al menos cien euros a los valientes que se atrevan con las más de seis horas y veinte minutos (tiempo oficial, en realidad supera las siete horas) que dura el trayecto completo. Siete horas en recorrer trescientos kilómetros. Y todavía habrá quien se extrañe de que el servicio sea deficitario.
España es el primer país europeo (el segundo del mundo) con mayor longitud de líneas de alta velocidad en servicio. De Madrid a Cuenca el AVE tarda cincuenta minutos. De Madrid a Valencia tarda una hora y cuarenta minutos. ¿Para qué sirve el regional? ¿Para qué necesitamos líneas ferroviarias que enlacen municipios que no sean capitales de provincia? Estuve dos años trabajando en El Carpio. Yo vivía a cinco minutos andando de la estación de trenes de Córdoba. El instituto de El Carpio está situado frente a la (inútil) estación de trenes del pueblo. En cualquier país europeo yo hubiera podido acudir en tren a mi trabajo. Lamentablemente en El Carpio no para el AVE, lo que en España viene a ser sinónimo de que no para ningún tren. No es incompatible estar a la cabeza en líneas de alta velocidad y a la cola en calidad del sistema ferroviario. ¿Qué es lo más importante?
¿No hubiera sido más sensato invertir el dinero del AVE Madrid-Valencia en reformar y mejorar la línea existente? Prefiero tardar una hora y media en llegar a Cuenca y tres horas en llegar a Valencia (poco menos del doble de lo que tarda el AVE, pero menos de la mitad de lo que tarda el regional) y tener la posibilidad de seguir parando en municipios como Ocaña y Tarancón. Además con un billete más asequible y, en el caso de Cuenca, parando en una estación céntrica, no en una nueva estación a cinco kilómetros de la ciudad (la estación del AVE de Guadalajara también está en las afueras).
Dentro de muy poco, ninguna joven podrá despedir a su novio en la estación de Tarancón. Y bien que lo siento.
Yo sí que recuerdo el viaje Tarancón- Madrid y creéme la diferencia con respecto a la vuelta es que iba con la ilusión de comprar algún libro, ver alguna exposición y disfrutar de la urbe.
ResponderEliminarHace poco volví a coger el tren en dirección Madrid y para mi sorpresa si subió gente en Santa Cruz de la Zarza y Noblejas, incluso en Ocaña, pero el tren nos dejó en Aaranjuez desde donde ya casi como madrileños tuvimos que coger el cercanías, moderno, rápido y sin supermeneo.
Y no sólo la línea del AVE a acercado la ciudad a Madrid, también la autovía inaugurada hace pocos años facilita que ambas ciudades estén más cerca.
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