En ambos casos el sueño arranca con una descarga de alegría (¡Estoy en Swansea, no me lo puedo creer!) y termina con un punto de amargura. Sí, estuve en Swansea, pero por poco tiempo. Lo que dura un sueño.
Nunca he soñado que regresaba a Helsinki. Ni tan siquiera como pesadilla. Me pregunto por qué. Quiero decir, ¿por qué Swansea alimenta mis sueños desde el día en que me marché y Helsiki no?
Mi vida en Swansea era como una película amable de Ken Loach (si es que tal cosa es posible). Barrios obreros de casitas adosadas, moqueta en el suelo, olor incrustado a beans, mugre, pubs y mucho hooligan alrededor. Café irlandés, por ejemplo. O un Trainspotting (que se estrenó cuando yo vivía en Swansea) sin drogas ni trapicheos. El protagonista pasa las horas libres (muchas) en los pubs o en la calle con los amigos (nunca solo). A su casa sólo va para dormir. A veces ni eso.
En cambio mi vida en Helsinki sería una película de la nouvelle vague. Joven pareja vive en un pequeño apartamento vacío con más libros que vajilla. El protagonista no tiene medios económicos ni ocupación aparente y dedica sus muchas horas libres a pasear, leer y ver películas. Diálogos conyugales, largos planos de silecio y soliloquio (¿voz en off?).
Puestos a elegir, entre Ken Loach y Godard, me quedo sin duda con este último aunque tampoco sea santo de mi devoción. Pero lo que de verdad me apetece es la vida que tengo, que vendría a ser una película de Frank Capra o de Pixar, a medio camino entre Up, Toy Story, Rayo McQueen y Del revés, una película familiar, emocionante, rebosante de cariño y buenos sentimientos. La puedes ver muchas veces y nunca te cansas. ¡Qué bello es vivir!
Entonces, ¿por qué sigo soñando con Swansea? ¿Por qué George Bailey sueña con ser Mark Renton? No sé. Le doy vueltas y aventuro varias razones pero ninguna convincente. No consigo intuir por qué mi subconsciente me ha hecho regresar a Swansea todos estos años.
_
No hay comentarios:
Publicar un comentario