Cita



El momento de la verdad nunca llega, el momento de la verdad nunca se va.
Ramón Eder

lunes, 27 de julio de 2015

Sillón Poäng

Esta tarde se fue Héctor a casa de su tía Vanessa a merendar, ver una película y jugar (los juegos se los llevó él. Ahora que ha instalado la máquina de aire acondicionado, lo único que le falta a la casa de la tía Vanessa son juguetes). El resto de la familia estábamos invitados a cenar.

Héctor nos recibió excitadísimo. A Pedro sólo hay que darle suelo para que acelere y recorra la casa de un lado a otro a toda pastilla, buscando qué agarrar, qué empujar, qué tirar y qué arrastrar (encontró una maleta que se prestaba a todo eso y más). Poco a poco se fueron tranquilizando (a Pedro lo cercamos entre Sonia y yo) y disfrutamos de una cena la mar de agradable.

Al finalizar me senté en el sillón Poäng. Ese sillón estuvo en nuestro salón varios años, hasta que Sonia se encaprichó de la mecedora que ahora ocupa su lugar. Coincidió que compramos la mecedora al tiempo que Vanessa compró su piso y ahora el sillón Poäng está aquí, en Cartagena.


Héctor, ¿sabes que yo te dormía la siesta en este sillón hasta que cumpliste tres años? Te mecía y cuando te quedabas dormido te llevaba a la cuna (luego cama). Le pido a Sonia que nos haga una foto. Héctor se acurruca entre mis brazos exactamente igual que cuando era más pequeño. A pesar de su estatura, se encoge y acomoda su cuerpo al mío y al sillón. Se nota que es tarde y está cansado. Seguro que si me pongo a mecerlo se duerme. Recuerdo que el motivo por el cual dejé de dormirlo no fue otro que el cambio del sillón por la mecedora, tan bonita como incómoda.

Le pido a Sonia que me haga otra foto con Pedro. Intento acomodarlo pero no hay manera. Se despereza, se estira, me lanza una mirada de protesta a la vez que intenta zafarse y finalmente, ante mi insistencia, se pone a llorar con todas sus fuerzas (que son muchas). A Pedro no lo duermo en brazos desde poco después de cumplir la cuarentena. No se deja. Es una batalla con un único perdedor: mi espalda. Durante un tiempo lo dormimos meciéndolo en el cochecito, pero tras una dolorosa tendinitis en el codo producida por el movimiento repetitivo también abandoné esa táctica. La única manera de que Pedro se duerma (solo) es agotándolo. Ponerlo en el suelo y dejar que ese niño recorra la casa, se suba a los sofás, agarre y empuje, hasta que su cuerpecito de año y medio dé síntomas de cansancio (suele ocurrir cuando tú llevas un buen rato para el arrastre). Entonces bañito, cena y biberón. Si hay suerte con el biberón se le cierran los ojos y a la cuna. Si no hay suerte, al parque, a seguir escalando por las paredes hasta que el cuerpo aguante.

Qué diferentes son.

viernes, 24 de julio de 2015

Jot Down censura

Me entero esta semana que El País y Jot Down unen sus fuerzas en una nueva revista mensual que se llamará Jot Down Smart (la cursiva es mía) y que se venderá con el periódico. Smart, very smart. No quiero ser sarcástico pero no puedo evitar el resentimiento hacia una publicación que me censuró por dos veces. La sensación de rabia e impotencia cuando te censuran es difícil de explicar. Especialmente si quienes lo hacen son personas o entidades que previamente admirabas o, al menos, valorabas y respetabas.

Descubrí Jot Down hace tres años y me gustó mucho. Pero mucho. Hasta el punto de que su influencia quedó patente en varias de las entradas que escribí aquel verano (como esta o esta). Recuerdo con gratitud muchos textos, especialmente los dedicados al baloncesto y a la música. Pero también las entrevistas o artículos inclasificables y de imposible acomodo en los medios de comunicación convencionales. Sonia y yo pasamos una gran noche viendo por la televisión los vídeos de los 20 plagios musicales más sangrantes del siglo XX. En esa época se agolpaban los artículos interesantes sin que tuviera tiempo de leerlos todos.

Compré los dos primeros ejemplares impresos que publicó la revista. Más por ayudar a mantener la edición on-line que por el interés del objeto adquirido. Quince euros me parecían (y me siguen pareciendo) una barbaridad para una revista de ese tipo. Ahora bien, quince euros me parecían poco a cambio de tantos buenos ratos que me proporcionaba la edición gratuita on-line. Digamos que comprar la revista era una operación de mercenazgo para mantener la web. Como el que colabora haciendo una donación a la wikipedia.

Ya por entonces había dos aspectos de Jot Down que me incomodaban, dos pelos en la sopa que me impedían saborearla plenamente. El primer aspecto es la sospecha, que se hizo notoria con el primer ejemplar impreso, de que Jot Down era una revista para hombres. Diría más: para hombres que frisaran los cuarenta (y que pudieran pagar quince euros por una revista). El segundo aspecto, que me resultaba aún más molesto y que se fue acentuando con el paso del tiempo, es el autohalago que publicación y lectores se hacían mutuamente. En Jot Down somos muy listos y cultos y, por lo tanto, nuestros lectores son listos y cultos. Como soy listo y culto leo Jot Down que es una revista para listos y cultos. Smart, very smart. Hasta que se ha hecho explícito en el nombre de la nueva publicación: Jot Down Smart. Para gente smart.

Lo cierto es que cuánto más se ha esforzado Jot Down en demostrar lo smart que es, peores textos ha publicado. O quizás es al revés, según ha bajado la calidad de los contenidos más se ha reforzado el postureo y la condescendencia. Somos listos y somos guays. Si no estás con nosotros es porque no eres ni lo uno ni lo otro. Y en poco tiempo se pasó de no dar abasto para leer tantos artículos interesantes a esperar como agua de mayo a que se publicase algo decente (nunca al nivel de los buenos viejos tiempos). En la nueva Jot Down prima la demagogia sin rigor (y eso que lo firma una "matemática"), la superficialidad más tonta (a la par que smart) y la estupidez sin tacha.

Este último artículo, ¿Qué escuchan los líderes andaluces?, fue el que me despidió de Jot Down. No porque fuera particularmente malo. No es peor que muchos otros. De hecho me parece representativo del nivel de calidad que ha alcanzado la publicación, con textos que se leen en diagonal o abandonas al segundo o tercer párrafo. Pero traía un vídeo de Danza Invisible y me picó la curiosidad. "Moreno Bonilla, nacido en 1970 en Barcelona pero de familia andaluza, solo tenía catorce años cuando los malagueños empezaron a brillar en el panorama nacional, pero, sin duda, le alcanzó la riada de aquel cancionero ligero, musicalmente pobre y sobre todo superficial y nada molesto".

¿Danza Invisible musicalmente pobre? Lo peor de la frase es la ligereza y superficialidad con la que se critica a una estupenda banda de música. Así no podía quedar la cosa. Escribí un comentario defendiendo la calidad del grupo (juzgar a Danza Invisible por Sabor de Amor es como juzgar a los Beatles por Yellow Submarine) y, de paso, expresando mi opinión de que todo el artículo es una estupidez. Ese fue el adjetivo que motivó la censura. En ningún momento dije que Paula Corroto, la autora, fuese estúpida, ni tampoco los responsables de Jot Down que decidieron su publicación. No voy a repetir aquí mis argumentos. Quien quiera saber por qué es estúpido el texto, sólo tiene que leerlo.

Para mi sorpresa el comentario no se publicó. No me podía creer que lo hubieran censurado. Es posible que fuera un error informático. No sería la primera vez que no se publica un comentario que realizo en algún blog amigo (imagino que no me identifico correctamente). Pero entonces leí el comentario de jimmybahia y comprendí que no, que no era un error, que me habían censurado.

Hice un nuevo comentario protestando. No puedo entender que alguien que afirma que el cancionero de un grupo es musicalmente pobre, etc. no acepte que se comente que su artículo es estúpido. Quien a hierro mata a hierro muere. Se puede criticar pero no se aceptan críticas. Confié en que los responsables de Jot Down rectificaran y publicasen este nuevo comentario. Nada. También censurado. Todo muy smart.

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Dos meses después de salir en su defensa tuve la ocasión de escuchar a Javier Ojeda en un concierto que dio en Córdoba. Interpretó canciones de Danza Invisible y fue para quitarse el sombrero. Pedazo de músico. El día anterior al concierto lo entrevistaron en el periódico:
--¿Cómo se consigue estar 27 años dando la batalla en la música, un mundo tan complicado y cambiante?
--Hay que llevarlo en la sangre. Hay dos tipos de músicos, los que están un poco por casualidad y los que han nacido para esto. Yo pertenezco a la segunda especie. Es lo único que sé hacer.
--Pese a los años, sigue siendo uno de los cantantes españoles que más baila en el escenario.
--Pues no me cuido mucho. Hago deporte porque como no sé conducir voy a todas partes en bicicleta. Eso me mantiene en forma, aunque, por otro lado, también soy muy fiestero y no me privo de comilonas. Debe ser cosa de la genética.
--Aunque Danza Invisible sigue en activo como grupo de directos, usted continua con sus proyectos personales. ¿Qué nos espera después de Barrio de la Paz ?
--Trabajo en la continuación de ese disco. Más que un homenaje a mi barrio, es un homenaje a la concordia. Me di cuenta que desde que empezó la crisis nos estaban envenenando desde la televisión. Y se me ocurrió recordar que yo me crié en un barrio de lo más normalito, entre bloques nada atractivos, y, sin embargo, fui increíblemente feliz. Eso me hizo ver que la felicidad depende de un tipo de paz interior. La segunda parte del disco es una parábola de la crisis.
--Hablando de crisis. ¿Cómo ve el panorama político en este año electoral?
--Me encanta la irrupción de partidos como Podemos y Ciudadanos. Me parece fantástico, ponen las pilas a los grandes partidos.
--Su estilo ha sufrido vaivenes y ha sorprendido muchas veces con muy distintos sonidos. ¿No teme despistar a sus seguidores?
--Jamás pienso en mis seguidores, pienso en mi inquietud musical y en el camino que quiero llevar. Cuando me repito, cambio.
--¿Por qué le gusta tanto hacer versiones?
--Creo que la composición en sí está sobrevalorada. Hay mucha gente que compone discos enteros de los cuales solo son válidas dos o tres canciones. Frank Sinatra no compuso nada en su vida; Elvis, poquísimo. Los Beatles fueron los mejores compositores de la historia, pero en sus primeros discos alternaban las canciones propias con las versiones. Con los años cada vez me gusta más hacer versiones porque creo que cumplen una misión pedagógica en estos tiempos en los que veo a la gente desinformadísima.

Conocí a Van Morrison gracias a la versión que hicieron Danza Invisible de Bright side of the road:


lunes, 20 de julio de 2015

La semana de Bob Dylan

Es la razón por la que nos quedamos en Córdoba a pesar de la riada de calor que llevamos soportando hace días y a pesar de que mis suegros clamaban por sus nietos, a quienes no veían desde Navidad. Estuvimos esperando a Bob Dylan. Hace once años ya pasó por aquí, embarcado en esa gira perpetua en la que vive. En aquella ocasión no me apunté. Y me alegré maliciosamente cuando leí las críticas negativas de los conciertos de aquel verano. "Eso ya lo sabía yo".


Cuando tenía 21 años compré un CD recopilatorio de canciones de Bob Dylan. Lo hice siguiendo la pista de Mr. Tambourine Man, canción que se mencionaba en una película que había visto en el cine unos días antes. Vivía en el extranjero y era una época de descubrimientos, incluidos los musicales. Había dejado en casa todas mis cintas para obligarme a escuchar cosas nuevas (me limitaba a rock español, Beatles y poco más). Y qué mejor que empezar por los clásicos. Como no tenía idea ni criterio me dejaba llevar por referencias cinematográficas y literarias. En esa misma tienda de segunda mano compré otro CD recopilatorio, en este caso de Lou Reed, tras leer El Jinete Polaco. Ahora que lo pienso, lo raro es que no comprara nada de The Doors. Imagino que no tenían.

El caso es que escuché el CD de Bob Dylan y no pude con él. ¡Esa voz! Ya digo que era una época de descubrimientos y no entraba en mi cabeza dedicar algo de tiempo a lo que no me gustara de inmediato (esa filosofía la mantengo, aunque matizada. A veces doy una segunda o tercera oportunidad si creo que merece la pena). De manera que guardé el CD como un souvenir de aquel año, sin escucharlo jamás.


Hace poco escribía Muñoz Molina en su blog acerca de la influencia que tuvo el cine en su educación musical. Para mí ha sido importantísimo. El primer disco de jazz que compré fue la banda sonora de Acordes y desacuerdos, seguido de la banda sonora de El talento de Mr. Ripley... y así podría seguir hasta afirmar que el primer disco de Bob Dylan que compré y escuché fue la banda sonora de Chicos prodigiosos. Sólo tres de las trece canciones son de Dylan. Y sólo una, Things have changed, me gustaba cuando lo compré. De hecho, las otras dos canciones, Not dark yet y Buckets of rain, eran las únicas que no me gustaban y si podía las saltaba con el reproductor. Pero el disco era muy bueno y no siempre tenía el botón del reproductor a mano. Así que escuchándolas una y otra vez, primero dejaron de molestarme y después incluso empezaron a agradarme.

En otoño de 2005 confluyeron dos sucesos que me acercaron definitivamente a Dylan: empecé a salir con Sonia y se estrenó del documental No direction home dirigido por Martin Scorcese. Yo no sabía nada de la vida (y obra) de Bob Dylan. Tampoco tenía interés en conocerla. Vi el documental por casualidad, porque lo emitieron por Canal+ un fin de semana que pasé en casa de mis padres. Había leído buenas críticas y era de Scorcese. Parecía un buen plan. Me encantó tanto la película (que se me hizo corta a pesar de durar 3 horas y media) como la historia que contaba. Me encantó el personaje de Bob Dylan. Admiré su genio y su valentía (aunque su voz...). Y me sorprendió comprobar que Like a rolling stone estaba incluida en el disco recopilatorio que me había comprado diez años antes. Había escuchado la canción sin percatarme de su grandeza. La tenía en un disco y ni siquiera era consciente de ello. Hasta ese momento.

Sonia me pidió que le grabara algunos de los discos que tenía en el apartamento de Azuqueca. De entre todos, el que más puso en esos primeros meses fue la banda sonora de Chicos prodigiosos. La música de Bob Dylan nos acompañó desde el inicio de nuestra relación. Tres años más tarde, cuando nos instalamos en Córdoba, descubrió el disco-souvenir de Dylan y lo rescató de la segunda fila de la estantería. A ella le gustó desde el primer momento. Vimos el documental de Scorcese… e incluso le regalé el libro de Greil Marcus Like a rolling Stone. Bob Dylan en la encrucijada.

Sonia dice que le gusta Bob Dylan gracias a mí (a mis discos más bien). Yo tengo claro que me gusta Bob Dylan gracias a ella. No sólo porque ha sido ella quien ha puesto mis discos, sino porque Sonia trajo consigo Radio3, San Javier y tanta buena música que ha educado mi oido y me ha permitido disfrutar de la voz de Dylan (sí, sí, de la voz también).


Así que no dudamos en asistir al concierto de Bob Dylan en Córdoba. A pesar de su precio (sesenta euros, el equivalente a cuatro conciertos de San Javier), a pesar de que suponía retrasar el viaje a Cartagena, a pesar del mal sabor de boca que dejó en 2004 (¡y ahora es once años más viejo!), a pesar del vídeo The night we called it a day con que promociona su último disco, a pesar de todo eso y más, Sonia fue a por las entradas el primer día que se pusieron a la venta.

Como sabíamos que Dylan no se recrea en sus viejas canciones, compramos el último disco, el de las versiones de Sinatra (no está disponible en Spotify). La primera vez que lo escuchamos nos dio la risa imaginando el conciertazo. Pero poco a poco nos fue enganchando. Dura 35 minutos y es ideal para ponerlo al finalizar el día, cuando los niños están (por fin) dormidos y nos sentamos un rato en el salón para leer y charlar. Cuando ya creíamos estar preparados para el concierto llegó Dylan a España y nos pilló con el paso cambiado.

He leído todo lo que he encontrado sobre esta última visita. Opiniones, valoraciones, reportajes, crónicas, reseñas de los conciertos de Barcelona, Zaragoza, Madrid, Granada, Córdoba y San Sebastián. Tras el concierto de Barcelona me hice una playlist de los temas que iba a tocar. Y para nuestro asombro, sólo dos eran del último disco. La mayoría eran del anterior, Tempest. En cuatro días nos pusimos a tono gracias al uso intensivo de Spotify. La verdad es que el nuevo repertorio estaba por encima de nuestras expectativas. También las críticas de los periódicos, mayoritariamente favorables (en realidad unánimemente favorables en lo referente a la música; algunos periodistas criticaban el carácter huraño del cantante y su negativa a cantar sus canciones más conocidas o a que le hagan fotos. Estos periodistas creen que Dylan es un cascarrabias que se deleita fastidiando a la gente). Los dos textos que, en mi opinión, mejor representan la realidad del Bob Dylan actual son los firmados por Fernando Navarro en El País y Manuel Alberto P. en El Independiente de Granada. Recomiendo su lectura.

Fotografía del concierto de Córdoba. Tomada de aquí.

A las diez en punto sonó un gong y salieron los músicos al escenario. Era emocionante verlo tan cerca, a escasos diez metros (conté once cabezas entre Dylan y nosotros, con una visión central como la de la imagen). Se me puso la piel de gallina cuando, sin más presentación ni anuncio (aunque ya sabía que era la primera canción que toca en los conciertos), sonó Things have changed.
A worried man with a worried mind 
No one in front of me and nothing behind 
There’s a woman on my lap and she’s drinking champagne
Got white skin, got assassin’s eyes 
I’m looking up into the sapphire-tinted skies 
I’m well dressed, waiting on the last train 


Yo siempré entendí there´s a woman on my left. Pasé mi brazo por la cintura de Sonia. Tantas veces escuchamos la canción desde que nos conocimos. Ese momento fue mágico y el concierto magnífico.

No entiendo la polémica que hay en los medios en torno a la figura de Dylan. No entiendo que haya gente que se queje porque no cante sus primeros éxitos. Cualquiera, a estas alturas de su carrera, sabe que no lo hace y no lo va a hacer. ¿Qué sentido tiene comprar una entrada cara y sentirse después decepcionado porque no ha tocado Like a rolling stone o porque canta fatal? Es la misma voz de siempre. Creo que la polémica se origina porque hay gente que se gasta el dinero para ver a Bob Dylan (porque es un mito, porque es famoso, porque vaya usted a saber la razón...). Pasados cinco minutos de concierto ya lo tienen visto (objetivo cumplido) y les quedan todavía dos horas para escucharlo. Es la penitencia para poder presumir de haber visto a Bob Dylan. No todos los grandes de la música popular son igual de accesibles. Louis Armstrong llega con más facilidad que Miles Davis. La música de los Beatles, al menos parte de ella, le gusta a cualquiera (y esto no es ningún menoscabo. Habla un beatlemaníaco de pro) cosa que no sucede con la de Bob Dylan. Yo he necesitado veinte años y a Sonia para educar mi oido y aprender a disfrutarla.

La última canción del concierto fue Love Sick. No la conocía hace tres semanas y ahora me viene a la mente con insistencia. He tardado en subirme al carro, casi me lo pierdo, pero voy camino de convertirme en otro dylaniano más.


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martes, 7 de julio de 2015

Donde dije memoria digo proceso

En los dos últimos cursos he ostentado la jefatura del Departamento de Formación, Evaluación e Innovación Educativa de mi instituto. Y me han renovado por otros dos años. El departamento FEIE es un engendro (más) de nuestro sistema educativo. Algún visionario de Torre Triana (edificio que alberga la Consejería de Educación de la Junta de Andalucía) tuvo la idea de que para mejorar la formación del profesorado, promover la innovación en los centros y evaluar el proceso educativo nada mejor que crear un Departamento ad hoc en cada instituto. ¿Y luego? Luego nada. Ya tenemos Departamento de Formación, Evaluación e Innovación Educativa. Un órgano con un título tan rimbombante y con tanta mayúscula es el mejor antídoto para resolver los problemas. Así funciona el pensamiento mágico de los inquilinos de Torre Triana: las palabras lo resuelven todo. ¿Que existe un problema? No hay que preocuparse, enseguida creamos una Comisión Para Resolver el Problema y asunto resuelto. Con un poco de suerte la gente se olvida del problema en tanto la Comisión Para Resolver El Problema emite informe tras informe a cada cual más abstruso y delirante.

¿Y qué ocurre si el problema persiste a pesar de todo? ¿si no se le puede dar la espalda? ¿si viene la OCDE con su informe PISA y nos saca los colores año tras año? El habitante de Torre Triana lo tiene claro:

  1. La culpa es del PP y sus leyes retrógradas. Da igual que la realidad se empeñe en recordar que desde 1990 las leyes orgánicas de educación que se han implantado han sido promulgadas por el PSOE, ni que ese mismo partido gobierna en la comunidad andaluza desde las primeras elecciones autonómicas. Las palabras son más importantes que los hechos. Repitamos el mantra: la culpa es del PP, sus leyes y sus recortes.
  2. La herencia franquista. Hombre, no estamos tan mal si consideramos el nivel de analfabetismo de hace xx años (cada vez más años. Digo yo que esta excusa está a punto de caducar. Delitos más graves prescriben antes).
  3. Pero no hay que preocuparse, se va a proceder con urgencia a crear un Comité de Estudio y Resolución de la Problemática Actual.
Alto, ¿no existía ya una Comisión Para Resolver el Problema? Calle, calle. ¿Cómo va a comparar una Comisión con un Comité? Además, ahora se incluye el Estudio y ahí está la clave porque bla, bla, bla. Por no mencionar que el concepto de Problemática Actual va más allá que el simplista Problema...

Patada hacia delante y todo palabras. Peor aún, palabrería. Basura lingüística.

Esta diatriba se debe a que, como jefe del departamento FEIE, me he tenido que leer la nueva Guía Orientativa del Proceso de Autoevaluación y Mejora de Centros Educativos publicada por la Inspección Educativa de Andalucía. Quien tenga curiosidad por conocer más de cerca el tipo de documento con el que nuestras autoridades educativas intentan orientarnos puede clicar en el enlace. Para quien no tenga tiempo dejo aquí alguna muestra:

Los centros contextualizan y aplican la legislación educativa, y ello les lleva, en virtud de su autonomía, a adoptar una determinada fórmula organizativa y de funcionamiento y a desarrollar unas determinadas prácticas docentes en el aula. Dicha autonomía debe estar puesta al servicio precisamente del mantenimiento de aquellos elementos que se ha considerado que tienen una incidencia positiva en los resultados académicos de todo el alumnado y en la mejora de aquellos en los que se han detectado dificultades, mediante la aplicación medidas para solventarlas. Para ello se requiere de un proceso de autoevaluación, tal y como se menciona en la LEA. Un proceso que se integre de una manera habitual en la cultura de centro, para convertirse en el elemento clave de mejora de la calidad de la educación como parte imprescindible del uso “real” de la autonomía.
La autoevaluación, por tanto, debe ser la herramienta más potente para detectar las buenas prácticas y producir e institucionalizar mejoras en la organización y procesos de enseñanza y aprendizaje que se desarrollan en los centros educativos. Junto al necesario contraste de datos e información procedente de pruebas externas, indicadores homologados o del propio Servicio de Inspección, la autoevaluación parte de las dinámicas internas de los propios centros desde una concepción de la profesión docente como un continuo preguntarse qué hacer para que los alumnos/as aprendan más y mejor. De esta manera, el centro, y las personas que lo integran, se convierte en una organización inteligente, capaz de dar respuesta desde su autonomía a los retos que su alumnado y el contexto en el que vive le plantea. En este sentido, la Administración Educativa de la Junta de Andalucía apuesta por generar en los centros y en el profesorado las condiciones para que sean ellos mismos los verdaderos protagonistas de la mejora de la calidad del sistema educativo andaluz.
Atención porque la nueva panacea es el concepto de proceso. La autoevaluación o es proceso o no es nada. Este párrafo lo explica muy clarito:
Si se quiere llevar la mejora al corazón de la institución escolar, permitiendo que los docentes interioricen y asuman como útil tanto la autoevaluación como las medidas que se adopten consecuencia de esta, es necesario conferir un significado más amplio y profundo a dicha mejora, entendiendo la autoevaluación como un proceso que trasciende los resultados en las pruebas escolares y las mediciones periódicas, y que va más allá de los meros datos. En el planteamiento de ese propio proceso habría que huir de las aproximaciones tipo receta que transforma la autoevaluación en algo pesado y tedioso para los docentes, cuya función consiste en llenar formularios y marcar respuestas predeterminadas. La auténtica autoevaluación va más allá de simples procesos estereotipados o estandarizados. Es necesario orientarla hacia el establecimiento de mecanismos y estrategias que propicien un proceso permanente de reflexión, implícito en la forma en que las personas piensan y hablan acerca de su trabajo y lo que hacen para que sus prácticas sean explícitas y estén abiertas a la discusión. El profesorado debe entender que la autoevaluación consiste en expresar y sistematizar lo que realiza diariamente de manera espontánea, como un aspecto básico de su profesionalidad, y evitar convertirla en un simple formalismo burocrático. En este sentido, todo el proceso debe estar impregnado de un carácter formativo para el docente, en el que el objetivo de mejora se centra en qué hacer para que todos los alumnos/as aprendan mejor. 
Habitualmente este tipo de lectura me irrita y me pone de mal humor. Pero ayer no. Será que estoy de vacaciones (aunque hoy fui al instituto para continuar el proceso) o será que estaba escuchando a Bob Dylan. Lo cierto es que se apropió de mí el espíritu de Groucho Marx y se me saltaron las lágrimas de la risa (literal) con el siguiente párrafo (la negrita es mía):
La propia naturaleza del concepto de proceso entra en clara contradicción con una reducción de la secuencia temporal a la obtención de información y grabación en el Sistema de Información Séneca de la memoria en un momento determinado del curso, fundamentalmente las dos últimas semanas. Por ello, en aras de profundizar y potenciar la autoevaluación en su carácter procesual, se hace necesario desde la Inspección Educativa replantear el tratamiento que tiene en el Sistema de Información Séneca. Consecuencia de ello, entre otras cuestiones, se ha cambiado el nombre del propio módulo en el menú de entrada pasando a denominarse “Proceso de autoevaluación y mejora”.
Reto a cualquiera a que intente leer la primera frase en voz alta sin ahogarse. Lo de menos es que entienda algo (nadie lo entiende. Nadie lo puede entender. Ahí está la gracia). Pero el toque genial que retrata el modus operandi de Torre Triana viene a continuación. Como consecuencia de ello, entre otras cuestiones, se ha cambiado el nombre del módulo. Di que sí. Pensamiento mágico en estado puro. El problema era el nombre. Y el proceso es la solución.

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jueves, 2 de julio de 2015

Lust for life

Mi tío Pepe es un hombre de otra época. Y no porque tenga 84 años ni se llame Pepe (nombre antaño común y ahora insólito). Ni porque, como el resto de su quinta (aunque cada cual a su manera), sufrió de niño la guerra y de joven la posguerra. Ni porque haya tenido ocho hijos. Ni porque....

Si mi tío Pepe me oye decir que es un hombre de otra época me manda a tomar viento fresco. Pero no con esas palabras precisamente. Él, que está a la última y no pierde hilo. Que si me apuras, lo mismo vota a Podemos . "Tonto pelao" es lo más suave que soltaría por su boca (y a lo mejor esta vez tiene razón). Pero yo nunca le he dicho nada a mi tío. Nada importante. Nada que me importara. A pesar de que durante muchos periodos de mi infancia, adolescencia y primera juventud lo viese a diario nunca me he sentido relajado en su presencia.

Mis tíos tenían una papelería-librería en el centro de la ciudad. Era un local muy grande (sobre todo para un niño) con una decena de trabajadores entre dependientes, administrativos y mozos de almacén (se vendía también al por mayor). La tienda era amplia, con un mostrador principal de varios metros a la izquierda según entrabas y otros mostradores a lo largo del perímetro de anaqueles. Cuatro escalones daban acceso a las oficinas. Había dos despachos. El primero de ellos, desde el que se dominaba toda la tienda, lo ocupaba mi tío Quico con otros dos empleados. El segundo despacho, con aire más institucional, lo ocupaba mi tío Pepe. La separación era más simbólica que real puesto que los espacios estaban delimitados por cristaleras y las puertas permanecían abiertas todo el tiempo. Frente a los despachos estaba el acceso al almacén, un maravilloso laberinto de estanterías hasta el techo que se extendía por dos plantas (con montacargas incluido) y un entresuelo.

En esa tienda pasé muchas horas de mi infancia. Mi madre solía hacer una visita de camino al centro (con mucha frecuencia, o así lo recuerdo) y a veces nos dejaba allí mientras ella hacía algún mandado. Pasaba el rato curioseando por el almacén. Nunca se cansaba uno de contemplar las innumerables cajas con gomas, bolígrafos, sacapuntas... En el último pasillo del sótano se guardaban las barajas de cartas. Cuando no estaba con mi hermana o me cansaba de curiosear por las existencias, elegía un libro y me sentaba a leerlo en los escalones del entresuelo, la zona menos transitada de todo el local. No sé qué guardaban allí pero estaba más desordenado y sucio que el resto del almacén. Era el lugar perfecto para leer sin molestar a nadie. Porque la consigna de mi madre era clara: no molestar a los titos. Y yo sabía que era muy fácil molestar al tito Pepe.

Yo tendría ocho o nueve años. No sé si era la primera vez que se me ocurría esperar a mi madre allí pero desde luego fue la última. Mi tío estaba trabajado en su mesa. Tal vez hablase por teléfono. Yo me senté en uno de los sillones bajos que había a la entrada de su despacho y me entretuve coloreando con un rotulador fosforescente una hoja de un pequeño bloc de notas. Mi objetivo era llevarme a casa una tarjeta amarilla como las que usan los árbitros de fútbol. No recuerdo que hablásemos. Vinieron a por mí y aquello fue todo... hasta el día siguiente. No sé qué le contaría mi tío a mi madre, pero me hizo merecedor de una buena riña. Que qué es lo que había hecho, que no podía sentarme en el despacho de mi tío porque él está trabajando y le molesto, que si había gastado el rotulador por fastidiar... Esto último era lo que me resultaba más incomprensible. Primero: no lo había hecho por fastidiar; y segundo, en esa tienda había cientos, quizás miles de rotuladores iguales al que yo había "gastado". No me parecía una gran pérdida. No para ponerse así. Tampoco comprendí por qué mi tío no me había reprendido si le estaba molestando en lugar de esperar a contárselo a mi madre al día siguiente.

Lo único que saqué en claro es que a mi tío mejor no molestarlo. Y como las cosas que le molestan me resultaban incomprensibles lo mejor era no acercarme. Por si acaso. Hola tito. Adiós tito. Dos besos al llegar y otros dos al marcharme. Tampoco mi tío mostró nunca algún interés por mí. Mi presencia en la tienda o en el almacén nunca requería su atención. Hola tito. Adiós tito.

Cuando llegué a la adolescencia mi madre decidió que para complementar mi formación necesitaba conocer el mundo del trabajo. Así que las mañanas del verano de mis trece años (y de mis catorce, y de mis quince y de mis dieciséis) las pasé en la papelería de mis tíos para echar una mano "en lo que hiciera falta". Siguiendo la regla no escrita pero que tan bien había aprendido, nunca entré en el despacho de mi tío Pepe para nada relacionado con el trabajo. Era mi tío Quico quien se encargaba de dirigirme. A veces, también, alguno de mis primos mayores que estaban por allí echando sus horas. Cuatro veranos estuve "haciendo prácticas" en la papelería de mis tíos. Hola tito. Adiós tito.

Una vez reparó mi tío en mí. Yo tenía veinte años y faltaban pocos días para que me marchara al Reino Unido con una beca Erasmus. Al entrar en su despacho para saludarle decidió que era el momento de darme un consejo que me sería útil durante mi estancia en el extranjero y aún después:
Ante la duda, actúa. 
Es mejor que uno se arrepienta por haber metido la pata a estar el resto de la vida preguntándose qué hubiera ocurrido si se hubiera atrevido a...
No sé si tenía por costumbre regalar ese consejo a los jóvenes a punto de dejar el nido o si me lo dedicó personalmente porque creyó que lo necesitaba. Lo que tengo claro es que el consejo definía a mi tío: un hombre de acción.

A pesar de todas las horas que he pasado cerca de mi tío, para mí es un gran desconocido. O mejor dicho, sería un gran desconocido de no ser por mi madre. Yo he conocido su exultante vitalidad, su fuerza, su exuberancia tanto en el buen humor (esas carcajadas que se escuchaban desde el almacén o la tienda) como en el malo (esas broncas a los empleados). Esa energía desinhibida que me intimidaba. Las pocas veces que se han fijado en mí sus ojos vivaces me he sentido fiscalizado y evaluado. Me han dejado la impresión de no dar la talla.

Es mi madre quien me ha dado a conocer a mi tío. Es mi madre quien me ha estado contando todos estos años sus historias. Ella le animó a escribir su autobiografía. Lástima que no pasara de un borrador. Especialmente en los últimos años, desde que se jubiló y cerraron la papelería, mi tío Pepe no es la persona que yo conocí sino la que mi madre me ha enseñado. He conocido sus anécdotas, sus vicisitudes, sus defectos y virtudes a través del prisma cariñoso de su hermana. Y recordando ahora todo me doy cuenta de que mi tío no es un hombre de otra época (¿lo ves, tonto pelao?). Ha sido un hombre de todas las épocas que ha atravesado en sus ochenta y cuatro años. Niño de la guerra, joven de la posguerra, formó una familia numerosa en el desarrollismo, creó asociaciones y agrupaciones en la transición, emprendedor en los ochenta, siempre inquieto y vital. Caigo en la cuenta de que cuando yo nací mi tío ya tenía cuarenta y cuatro años. Así que mis primeros recuerdos suyos son de cuando tenía cincuenta, año arriba, año abajo. El día que me soltó su memorable consejo tenía sesenta y cuatro. Y nunca lo he visto mayor. Sólo hace dos semanas, en el hospital, vi a un anciano por primera vez. Eso sí, un anciano que se peleaba con su hijo porque no le ayudaba a bajarse de la cama.

Aunque nunca olvidaré su consejo, la principal lección que he aprendido de mi tío es su ansia de vivir. Nunca se ha dejado derrotar. Siempre ha sacado todo el jugo que podía a la vida, independientemente de que las circunstancias fueran mejores o peores. Ahora los médicos han perdido la esperanza de que se recupere y le están dando un tratamiento de cuidados paliativos. Parece que le queda muy poco de vida y sus hijos, para que se relaje, le han puesto unos auriculares con cantos gregorianos. No sé si a mí me gustaría escuchar música en esos momentos. En todo caso, yo también me voy a despedir de mi tío con una canción. Lust for life de Iggy Pop. Pasión por la vida, ansia de vivir, como quieras llamarlo. El ejemplo de mi tío.