Esta tarde se fue Héctor a casa de su tía Vanessa a merendar, ver una película y jugar (los juegos se los llevó él. Ahora que ha instalado la máquina de aire acondicionado, lo único que le falta a la casa de la tía Vanessa son juguetes). El resto de la familia estábamos invitados a cenar.
Héctor nos recibió excitadísimo. A Pedro sólo hay que darle suelo para que acelere y recorra la casa de un lado a otro a toda pastilla, buscando qué agarrar, qué empujar, qué tirar y qué arrastrar (encontró una maleta que se prestaba a todo eso y más). Poco a poco se fueron tranquilizando (a Pedro lo cercamos entre Sonia y yo) y disfrutamos de una cena la mar de agradable.
Al finalizar me senté en el sillón Poäng. Ese sillón estuvo en nuestro salón varios años, hasta que Sonia se encaprichó de la mecedora que ahora ocupa su lugar. Coincidió que compramos la mecedora al tiempo que Vanessa compró su piso y ahora el sillón Poäng está aquí, en Cartagena.
Héctor, ¿sabes que yo te dormía la siesta en este sillón hasta que cumpliste tres años? Te mecía y cuando te quedabas dormido te llevaba a la cuna (luego cama). Le pido a Sonia que nos haga una foto. Héctor se acurruca entre mis brazos exactamente igual que cuando era más pequeño. A pesar de su estatura, se encoge y acomoda su cuerpo al mío y al sillón. Se nota que es tarde y está cansado. Seguro que si me pongo a mecerlo se duerme. Recuerdo que el motivo por el cual dejé de dormirlo no fue otro que el cambio del sillón por la mecedora, tan bonita como incómoda.
Le pido a Sonia que me haga otra foto con Pedro. Intento acomodarlo pero no hay manera. Se despereza, se estira, me lanza una mirada de protesta a la vez que intenta zafarse y finalmente, ante mi insistencia, se pone a llorar con todas sus fuerzas (que son muchas). A Pedro no lo duermo en brazos desde poco después de cumplir la cuarentena. No se deja. Es una batalla con un único perdedor: mi espalda. Durante un tiempo lo dormimos meciéndolo en el cochecito, pero tras una dolorosa tendinitis en el codo producida por el movimiento repetitivo también abandoné esa táctica. La única manera de que Pedro se duerma (solo) es agotándolo. Ponerlo en el suelo y dejar que ese niño recorra la casa, se suba a los sofás, agarre y empuje, hasta que su cuerpecito de año y medio dé síntomas de cansancio (suele ocurrir cuando tú llevas un buen rato para el arrastre). Entonces bañito, cena y biberón. Si hay suerte con el biberón se le cierran los ojos y a la cuna. Si no hay suerte, al parque, a seguir escalando por las paredes hasta que el cuerpo aguante.
Qué diferentes son.
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