Cita



El momento de la verdad nunca llega, el momento de la verdad nunca se va.
Ramón Eder

sábado, 1 de agosto de 2015

Una ruina de diez años

El miércoles fuimos Sonia, Héctor y yo al cine a ver Del revés, la última de Pixar. Cada vez que voy al cine (en 2015 sólo dos veces) me gana la melancolía. No puedo evitar pensar que estoy asistiendo a los estertores del mayor espectáculo del siglo XX. Y me apena la pérdida de uno de mis rituales más apreciados. No estoy hablando de ver películas sino de ir al cine, sentarse en la butaca, ver la película, rumiarla de camino a casa o comentarla tomando algo con la persona querida.

Han cerrado las salas a las que me gustaba ir en Córdoba (primero el Cine Santa Rosa, luego todos los demás), Alcalá de Henares (Cisneros), Málaga, Guadalajara, Cuenca e incluso Madrid (cines Luna, donde vi El bosque y Collateral, por ejemplo). Ir al cine dando un paseo es privilegio de los habitantes de las grandes capitales. En provincias hay que coger el coche para llegar a algún Centro Comercial y de Ocio situado en las afueras. Y no quieras ver la película en versión original. Snob, que eres un snob.

Si hay una ciudad capaz de reforzar las sensaciones de fin de época y degeneración urbana esa es Cartagena. Aquí, al peatón ni agua. Todo por y para los coches. Dado el paisaje desértico que la rodea, cualquiera diría que estamos en Nuevo México (USA) y no en Nueva Cartago, a la orilla del Mediterráneo. La semana pasada escribí un comentario en el blog Arquitectamos locos afirmando que Cartagena es la ciudad más inhóspita de cuantas he habitado. Y todavía no había ido al cine al Parque Comercial y de Ocio Mandarache.


El Parque ocupa una superficie de 54000 metros cuadrados, poco menos que una quinta parte del centro histórico de la ciudad. Se inauguró en septiembre de 2006 y costó 35 millones de euros. Nueve años después, todo ese terreno y todo ese dinero han fructificado en una oferta de servicios que se limita a un cine de doce salas y a un gimnasio. No es que el resto de locales estén cerrados. Es peor: están abandonados. Ahí están los carteles de la bolera, de la hamburguesería, del supermercado... con una decrepitud post-apocalíptica que hace pensar que cerraron las puertas hace décadas cuando lo cierto es que todavía no ha pasado una desde que se inauguraron.


Documentándome para esta entrada, me entero de que hace un mes se desplomaron varias vigas del centro comercial. ¿Qué opinaría Albert Speer sobre estas ruinas de una década? ¿Y qué opinan los ciudadanos de Cartagena y sus representantes en el Ayuntamiento sobre esta ciudad que están creando?

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