Cita



El momento de la verdad nunca llega, el momento de la verdad nunca se va.
Ramón Eder

sábado, 7 de julio de 2012

Ritual en San Javier

Anoche asistimos al concierto inaugural del Festival de Jazz de San Javier. Hace cinco años que acudimos por primera vez al auditorio del Parque Almansa y aquel día establecimos un ritual que repetimos con gusto en cada ocasión.


Para aquel primer concierto salimos de Cartagena con mucho tiempo de antelación, no fuera a ser que llegásemos tarde por no saber encontrar el camino o no tener donde aparcar. Decir mucho tiempo es quedarse corto. En menos de media hora recorrimos en autovía los 25 km que separan Cartagena de San Javier, localizamos el auditorio y dejamos el coche aparcado en una de las decenas de plazas libres que habían en el parking anexo. A dos horas del inicio no estaban abiertas ni las taquillas. Dimos un paseo por los alrededores: chalets y calles anodinas que desembocan en un polígono industrial. No encontramos ni un sitio apetecible para tomar un refresco o un helado y hacer tiempo.
Regresamos al Parque Almansa dispuestos a esperar pacientemente sentados en un banco a la sombra. El recinto seguía vacío, las taquillas cerradas. Nos llamó la atención una pareja que parecía esperar a que abrieran una puerta. Tenían toda la pinta de ser una de tantas parejas jubiladas de extranjeros que tienen una segunda residencia por la zona. Lo llamativo de la situación es que estaban esperando en una puerta situada en la parte posterior del auditorio, no en ninguna de las puertas señalizadas para que entre el público.

No sé si los extranjeros se percataron de nuestra presencia y también nos observaban con disimulo preguntándose qué haría esa pareja de treintañeros españoles sentados en un banco a semejantes horas, como unos novios de hace medio siglo. De repente la puerta ante la que esperaban se abrió, se asomó un chico con ademanes de portero, los señores mostraron su entrada, el chico les dejó pasar y la puerta se cerró nuevamente. Todo ocurrió muy deprisa.

 

¿Eso qué ha sido? Intrigados y aburridos ante la perspectiva de quedarnos media hora más en el banco sin nadie a quien observar, nos acercamos a la puerta misteriosa. Desde el interior llegaba el rumor de pasos y conversaciones en voz baja. Llamamos golpeando la puerta con palma de la mano. Al cabo de unos instantes salió el chico de antes. Le mostramos nuestras entradas al tiempo que preguntamos tímidamente si se podía entrar. No recuerdo que hiciera ningún comentario. Simplemente rasgó las entradas y cerró la puerta tras nosotros.

Entramos en un patio, situado a la derecha del escenario, habilitado como cantina. Había varias mesas y dos barras, una en la que sólo servían bebida y otra con cocina. Las mesas estaban ocupadas por extranjeros, casi todos parejas mayores como la que habíamos visto entrar. Nos quedamos en una de las barras, la que tenía cocina, un poco intimidados, como si nos hubiésemos colado en una fiesta sin invitación. Pero finalmente pudimos disfrutar de un refresco y una cerveza en un lugar apetecible con buena música de fondo.

Al rato notamos que los extranjeros pagaban sus cuentas y se acercaban a la puerta de rejas que separaba la cantina del auditorio, todavía vacío. Hicimos lo propio. Alguien de la organización dio su permiso y entramos en el auditorio antes que el público que accedía por las puertas señalizadas. Pudimos elegir la localidad desde donde mejor presenciar el concierto (excluyendo las reservadas a los abonados e invitados) sin agobios ni prisas.

Desde entonces siempre que vamos a un concierto a San Javier llegamos con media hora de antelación a la apertura de puertas, entramos por nuestro pasadizo secreto a la cantina y esperamos tranquilamente a que nos dejen pasar tomando una cerveza y anticipando la emoción del concierto. Ese es nuestro ritual.


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