Cita



El momento de la verdad nunca llega, el momento de la verdad nunca se va.
Ramón Eder

miércoles, 31 de diciembre de 2014

La caja torcida

Me estoy dando cuenta de que soy un poco maniático y me gusta repetir rituales. Así que como hace un año despedí el 2013 con un cuento, hoy hago lo propio. En este caso he elegido uno de Juan Ramón Jiménez:

Tenía la manía bella de lo derecho, lo recto, lo cuadrado.  Se pasaba el día poniendo bien en exacta correspondencia de línea, cuadros, muebles, alfombras, puertas, biombos.
Su día era un sufrimiento terrible y una espantosa pérdida de tiempo. Iba detrás de familiares y criados ordenando lo desordenado. Comprendía bien el cuento del que se sacó una muela sana de la derecha porque tuvo que sacarse una dañada de la izquierda.
Cuando se estaba muriendo suplicaba a todos que le pusieran exacta la cama en relación con la cómoda, el armario, los cuadros.
Y cuando murió, el enterrador le dejó la caja torcida en la tumba para siempre.
2014 será para siempre el año en que nació Pedro. Inolvidable. Como Happy, la canción de Pharrell Williams que tanto escuchamos Sonia y yo allá por el mes de febrero, los días previos al nacimiento. Me despediría con ella pero parece un poco gastada de tanto uso. Estos días suena en todos los resúmenes del año. Prefiero despedir 2014 con un clásico que he escuchado casi a diario durante los últimos tres meses. Cada vez que llevaba a Héctor al cole.
- Papá, pon Johnny B. Goode.
- Rock&roll, yeah



¡Feliz 2015!

domingo, 14 de diciembre de 2014

Bob Cratchit. (Navidad 3)

Falta todavía una semana para el comienzo de las vacaciones y ya he recibido el primer regalo navideño. Ha sido tan inesperado como providencial. El otro día le comenté a Sonia que, de lo cansado que estoy, ni siquiera me animo pensando en las fiestas navideñas, es más, que este año las veo venir como un elemento de estrés añadido. Que si viajes, que si los niños están malos (desde hace tres semanas se van turnando entre bronquiolitis, procesos asmáticos, malas noches, etc.), que si hay que comprar las sorpresas y los regalos, que si hace frío y no podemos salir, que si... Eso sin contar todo el trabajo que estoy dejando para "cuando tenga tiempo" y que irremediablemente tendré que haber hecho antes de regresar a las clases en enero. Las navidades se presentan como tres semanas llenas de obligaciones y plazos de entrega.

El miércoles estaba en la sala de profesores trabajando con el ordenador. Eduardo, sí, sí Eduardo... dos compañeros me están mirando con una sonrisa enigmática y esperan una respuesta de mi parte. ¿Perdón? Estaba tan absorto en la redacción del documento que no me he enterado de nada. ¿De qué habláis?

Este año se ha creado un grupo de teatro en el instituto. Lo dirige un profesor de informática con experiencia en otros grupos de aficionados. De hecho, una obra montada por él acaba de recibir dos premios en un certamen provincial. Como opera prima se decidieron por una adaptación del cuento de Navidad de Charles Dickens y estrenarla la semana previa a las vacaciones navideñas. Todo un acierto.

Sé que es injusto asociar Dickens a la Navidad. Su obra no se circunscribe a su célebre cuento. Pero yo no puedo evitar la asociación. Sólo he leído a Dickens en Navidad. Ya no recuerdo si la primera vez lo hice de forma intencionada o por casualidad. En la Navidad de 1998, la que pasé en Finlandia, leí "Historia de dos ciudades". Me gustó. Y decidí incorporar una lectura de Dickens a los rituales navideños, como escuchar a Bing Crosby o disfrutar una vez más de "Qué bello es vivir".
En 1999, viviendo en Barcelona, no cumplí con este propósito, ni tampoco en 2000. La siguiente novela de Dickens la leí en las navidades de 2001. Fue "Oliver Twist" (Aventuras de Oliverio Twist, es el título de mi ejemplar). A lo mejor la novela no es tan mala ni tan deprimente como me pareció. Puede que el deprimido fuera yo. Me acababa de divorciar y recurrir a Dickens era un intento de conservar las cosas buenas que había descubierto con Johanna. Pero "Oliver Twist" fue una mala elección. Años después, un día de diciembre, vi con Sonia la película de Polanski en un cine de Madrid y siguió sin gustarme la historia. Aún así la película removió algo en mi interior porque en esa Navidad, la de 2005, leí "David Copperfield" y en la de 2006 cayó por fin "Un cuento de Navidad".

- Lo harías muy bien -me dice H, Scrooge en la obra-. Sólo te tienes que aprender una frase.
- H. no lo engañes. Bob es el personaje que más texto tiene después de Scrooge. -le corrige A, el director teatral.
- ¿Pero de qué habláis?
P, el profesor que iba a interpretar a Bob Crachit, el empleado de Scrooge, se ha indispuesto repentinamente y parece que no se va a recuperar para el martes, fecha del estreno. Se requiere a un sustituto de urgencia y, mira por donde, se han cruzado conmigo en plena búsqueda desesperada.
- ¿Qué tendría que hacer?
- Esta tarde te mando el guión, el viernes ensayamos de 5 a 7 y el sábado, a partir de las 10.30, es el ensayo general.
- Lo tengo que pensar -me viene a la mente todo el trabajo que tengo en esta semana de evaluaciones. También Sonia tiene mucho trabajo y no va a poder avanzar si se queda sola con los niños-. Esta tarde te contesto.
- Sonia resopla pero no pone reparos- El trabajo, al final, se hace. Y se ve que te hace ilusión.

Me hace mucha ilusión. Supongo que habría aceptado la propuesta sin importarme el personaje o la obra, sólo por probar la experiencia de actuar y por evitar cancelar el estreno tras dos meses de ensayo. Pero es que estamos hablando del cuento de Navidad de Dickens. Si me hacía ilusión ver la obra (insistí mucho en que hubiera una función para los profesores, no sólo para los alumnos), no digo ya interpretar en ella el principal personaje secundario.

El ensayo del viernes me sirvió para memorizar el texto y poco más. El sábado me sentí más cómodo y creo que no lo hice mal. Al menos en lo que a la entonación del texto se refiere. Me falta trabajar la expresión corporal. Afortunadamente la mayor parte del tiempo estoy sentado (en la mesa de trabajo o en la mesa del comedor de mi casa) y así es más fácil disimular que no sé qué hacer con mis brazos y mis manos. En el trabajo me dedico a hacer anotaciones en el libro de cuentas. En mi casa juego con Tiny Tim, lo acompaño a la mesa y me siento a comer. Lo difícil es cuando me encuentro a Scrooge en la calle (final de la obra) o cuando estamos dialogando de pie en la oficina. Ahí me olvido de que tengo brazos y se quedan rígidos e inmóviles. Dado que no hay más ensayos en los que poder mejorar este aspecto, no sé si dejarlo tal cual o intentar practicar por mi cuenta algún tipo de brazada. El remedio puede ser peor que la enfermedad. Por lo demás, no es difícil meterse en la piel de Bob Cratchit. Le gusta la Navidad, como a mí; le gusta estar con su familia, como a mí; es un entusiasta encubierto, como yo. Incluso las dudas y el titubeo que muestro en el escenario cuando comienza la función debido a mi falta de tablas pueden parecer un rasgo de carácter de Bob, que se siente intimidado ante la regañina de Scrooge. Así que trabajo de interpretación hago poco. Interpreto una variación no muy lejana de mí mismo.

To play. Los ingleses sí que saben. Jugar, tocar música, interpretar un personaje. Todo recogido en el mismo verbo. Hacer teatro es retroceder a la infancia. Es jugar a ser otra cosa con toda la seriedad con la que los niños se toman los juegos. En este fin de semana de ensayos teatrales he sacado unas apresuradas impresiones acerca del oficio de actor, que reafirman lo que tantas veces he leído en entrevistas:
  • La importancia del director. Los actores somos seres inseguros. Es fundamental un buen director que nos guíe con instrucciones precisas y nos dé la confianza necesaria para hacernos con el personaje, para que nos lo creamos. A. es un gran director. Sé que no he trabajado con ningún otro y no puedo comparar, pero no puedo imaginar a alguien haciéndolo mejor. El simple hecho de haber convencido a una docena de personas a dedicar una tarde a la semana para jugar al teatro ya muestra su talento.
  • Un buen actor hace buenos a los demás. H. hace un papelón con Scrooge. Ya lo suponía, por eso tenía tanto interés en ver la obra. Pero la realidad supera las expectativas. En el ensayo general del sábado se me puso la piel de gallina durante la escena del cementerio, cuando Scrooge lee su nombre en la lápida y suplica al espíritu: ¿por qué me haces esto? Ya no soy así. He cambiado. Increíble.
    En las escenas que comparto con él no me cuesta creerme Bob porque estoy todo el rato viendo a Scrooge no a H (un compañero con el que tengo mucho trato diario). En cambio, cuando la cena familiar, me cuesta creerme Bob porque en ningún momento veo a mi mujer sino a P, la profesora que interpreta (mal) ese papel. Toda la escena me parece falsa.
  • Me llevo el papel a casa. Muchos actores se quejan de esto, especialmente si interpretan a personajes tortuosos y difíciles. En mi caso es una bendición. Me he impregnado de Bob Cratchit hasta la médula y es como si me hubieran inyectado una dosis doble de alegría. Adiós agobios y agotamiento. A disfrutar de lo que nos toca en cada momento. Y, sobre todo, ¡Feliz Navidad!
El martes estrenamos la obra por la tarde. Se ha hecho un hueco en las sesiones de evaluación para que nos puedan ver los profesores y familiares que quieran. El miércoles hacemos doble función por la mañana para los alumnos. Sólo espero no desentonar demasiado con la línea de grandes actores que se han puesto en la piel de Bob Cratchit. Desde la rana Gustavo a Mickey Mouse.




miércoles, 10 de diciembre de 2014

Cumpleaños (2ª parte)

Este año hice uso de la hora de lactancia a la que tiene derecho uno de los progenitores (por usar el término legal) de un niño menor de 18 meses. Solicité entrar a trabajar a segunda hora (a las 9.15 en lugar de a las 8.15) y así poder llevar a Héctor todas las mañanas al colegio (entra a las 9.00 y su colegio está al lado de mi instituto, así que me sobra tiempo para acompañarlo y llegar puntual al trabajo, incluso cuando hace buen tiempo y vamos andando).

A Héctor le encanta ir al cole. Va contentísimo. El año pasado me tiraba de la manga y señalaba con el dedo cada vez que veía a algún compañero de clase. Mira papá, Martín. Y mira papá, Pablo. Este año se suelta de la mano y se acerca a donde esté su compañero para saludarlo por su nombre. El miércoles, después de haber pasado dos días en casa convaleciente, iba con más ganas todavía de encontrarse con sus amigos del cole. Y al primero que vimos fue a Carlos con su mamá. ¡Carlos!

- Hola Héctor - saluda la mamá de Carlos - Carlos tiene una sorpresa para ti.
En el colegio hay costumbre de que los niños, el día de su cumpleaños, regalen un pequeño detalle al resto de la clase: un lápiz, un puzzle, un cuento... Creí que, como Héctor había faltado dos días, se había perdido el regalito de Carlos y ahora se lo iba a dar. Pero la sorpresa fue real. Lo que le entregó Carlos fue un sobre, sellado, con el nombre de Héctor escrito con letra infantil. Dentro del sobre una invitación para una fiesta de cumpleaños. La segunda invitación en una semana. Se ha abierto la veda de las fiestas de cumpleaños y nos ha pillado totalmente desprevenidos.
¿Podéis venir mañana por la tarde? - Mientras Héctor abre el sobre, la mamá de Carlos me indica dónde y cuando se celebra el cumpleaños. En un bar que hay junto a la puerta del colegio y un parque infantil (toda esa zona, incluida la calle de acceso al colegio, es peatonal).

Tenemos 24 horas para comprarle un regalo a Carlos. Todavía no salgo de mi asombro al recordar el cumpleaños de P. ¿Qué tipo de regalo espera recibir la familia de un niño que va a cumplir cuatro años e invita a más de media clase a una fiesta? No tenemos ni idea. Sonia y yo parecemos marcianos en este tipo de asuntos. Hablo con mi hermana, que ya tiene experiencia en fiestas de cumpleaños, y me da una idea: un click de playmobil. Es pequeño, no es barato pero tampoco caro (entre 8 y 12 euros) y da igual que ya tenga porque a un niño nunca le sobra un click (al menos, a mi no me sobraban de chico). Esa tarde salgo a comprarlo. Un policía en moto.


Esta vez sí que creo haber acertado. Además, no preveo que Carlos se vaya a llevar el saco de juguetes que obtuvo P. Mi razonamiento es el siguiente. Los vecinos de mi residencial tienen una posición económica muy desahogada. De hecho se podría decir que dentro de nuestro residencial nosotros estaríamos en el nivel más bajo de renta y patrimonio. Hay una diferencia abismal entre los vecinos que compraron el piso sobre plano (antes de la crisis) y los vecinos, menos, que compramos el piso ya construido, en plena crisis y con la constructora a punto de ser embargada por el banco.
En cambio, el colegio al que acude Héctor está situado en una barriada de lo que antes se llamaba "clase trabajadora" y antes aún "clase obrera". Y aunque con el tiempo la barriada se ha visto rodeada de residenciales "de lujo", muy pocas familias de estas nuevas viviendas llevan a sus hijos a los colegios de la barriada. Prefieren llevarlos a colegios concertados de la sierra (o privados, mejor).
Es decir, que de entre las familias de la clase de Héctor, nosotros estaríamos en el nivel más alto de renta y patrimonio. Es posible que los padres del colegio sean tan insensatos (desde mi punto de vista) como mis vecinos, pero al menos donde no llegue la sensatez se impondrá la economía y el límite presupuestario. Eso es lo que yo pensaba.

Esta vez fue Sonia la que acompañó a Héctor y yo me quedé en casa con Pedro. He conseguido convencerla de que a las fiestas de cumpleaños del cole vaya siempre ella (si sólo van a ir mamás, ¿qué pinto yo allí?). Por segunda vez, Héctor tiene que dejar la fiesta antes de que acabe. Los recojo en coche porque tenemos cita desde hace semanas para ponerle la vacuna contra la gripe (está en grupo de riesgo por padecer asma infantil). Se suben al coche y siento el impulso de preguntar por los detalles del cumpleaños pero contengo mi curiosidad hasta el momento en que Sonia y yo estemos a solas.
- ¿Quién fue?
- La mayoría de la clase.
- ¿Y qué tal los regalos?
- Muy buenos. Ropa de marca (mayoral)...
Vamos, lo mismo que en el cumpleaños de P.

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Han pasado tres semanas y no hemos vuelto a recibir ninguna invitación de cumpleaños. Nos asustamos demasiado pronto, intuyendo el comienzo de una vorágine sin fin. Además, todavía faltan cuatro meses para que Héctor cumpla cinco años. Ya veremos si hacemos alguna "fiesta" con los amigos del cole y bajo qué condiciones. Ahora ya no pienso en ello.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Cumpleaños (1ª parte)

Desde que salí de casa de mis padres he vivido en ocho pisos o apartamentos antes de este. Recuerdo el nombre de cada una de las calles pero sólo el nombre de un vecino, el presidente de la comunidad en la que vivíamos antes de mudarnos aquí. No es que haya olvidado los nombres de los demás vecinos, es que nunca llegué a conocerlos o a memorizarlos. Ahora es distinto. Conozco el nombre de la mayoría de vecinos de mi escalera (12 pisos) e incluso el de muchos vecinos que viven en otros bloques del residencial. Es lo que tiene la piscina comunitaria y el hecho de ser propietario y no un mero inquilino temporal.

El otro día me crucé con uno de los vecinos cuyo nombre conozco. También el de su hijo, que va al mismo colegio que Héctor, a un curso superior.
- Hola, ¿qué tal? - saludo a la vez me voy despidiendo con alguna frase intrascendente.
- Oye, una cosa. El domingo vamos a celebrar el cumpleaños de P. y queríamos invitar a Héctor. ¿Podéis venir?
- Sí, claro. - No estaba preparado para que invitasen a Héctor a un cumpleaños. No tan pronto. Al menos sé que se va a poner muy contento con la invitación, siempre se alegra cuando ve a este vecino, ya sea en la piscina, en el parque o camino del cole.
Intercambiamos números de teléfono, por si surgiera algún imprevisto, y nos despedimos.

Faltan cinco días para el cumpleaños de P. y tenemos una tarea: comprarle un regalo. Me parece ridículo comprarle un juguete a un niño que no conocemos sólo porque ha invitado a Héctor a su fiesta de cumpleaños. Una invitación que, por otro lado, podría no haberse producido de no habernos encontrado casualmente en el portal. En mi opinión, asistir a la fiesta de cumpleaños de un amiguito es el mejor regalo que le puedes hacer porque sin invitados no hay fiesta. Asistir al cumpleaños es, en el fondo, regalarle una parte de la fiesta al homenajeado. Es un gran regalo y debería ser el único regalo. Pero sé que casi nadie piensa así y también sé que esta familia espera que los invitados acudan con algún regalo y sería una descortesía aceptar la invitación e incumplir esta regla no escrita (que son las más coercitivas de todas, precisamente por no estar escritas).

¿Qué le compramos a P. si no sabemos nada de sus gustos? ¿Y qué presupuesto destinamos al regalo? Un detalle, que no cueste mucho ni ocupe mucho pero que resulte atractivo. Algo que a Héctor le hiciera ilusión que le regalaran. ¡Un cuento! Aprovechamos que está la feria del libro de ocasión para comprar un cuento precioso por cinco euros. A Héctor le compramos otro parecido. Sonia lo envuelve con un papel de regalo de superhéroes que teníamos en casa. ¡Qué buen regalo! ¡Qué suerte hemos tenido!

La fiesta de cumpleaños se celebraba en un parque público situado en otro barrio. Héctor y yo llegamos puntuales (Sonia y Pedro se quedan en casa), es decir, llegamos los primeros. Cuando P. nos ve, corre hacia nosotros:
- ¡Héctor, Héctor, Héctor! - grita al acercarse. Y yo me alegro de haber venido a pesar de mis reticencias.
- Héctor, ¿me has traído un regalo? - Ay, si yo te contase.
- ¿Qué es? ¿un videojuego? - Frío, frío.
Justo cuando Héctor le entrega el regalo llegan otros niños invitados a la fiesta. Son todos vecinos del residencial y vienen corriendo abrazados a grandes paquetes. P. devuelve a Héctor el regalo sin abrir y acude al nuevo reclamo. Se oyen los gritos de los niños:
- ¡Esto cuesta 100 euros! - Presume uno al hacer entrega de su paquete. Miro a Héctor, que no sabe qué hacer con el regalo devuelto, y pienso que la tarde se va a hacer larga y que mis peores expectativas se van a cumplir.
Cuando me acerco a donde están los niños alucino con los regalos que han hecho. Un helicóptero eléctrico, una caja grande con clicks de playmobil (no alcanzo a distinguir el tema)... todos regalos no de 100 euros, pero sí de 40 o más. ¡Hay tal cantidad de regalos caros! Si añadimos los regalos que le habrán hecho a P. sus padres y demás familiares, puedo afirmar sin error que P. ha recibido en un día más juguetes de los que acumula Héctor en cuatro años de vida.


El resto de la fiesta es un déjà vu del verano pero sin piscina. Los adultos formando el corro vecinal (a ver quién es la guapa que consigue que su marido la acompañe a primark un viernes por la tarde - y qué es primark, me pregunto yo sin abrir la boca) mientras los niños corretean sin ton ni son por el parque. Nos marchamos justo tras soplar las velas porque Héctor se encontraba mal. Había empezado a encontrarse mal antes del cumpleaños pero cualquiera lo dejaba sin su primera fiesta (primos aparte). El lunes y el martes no pudo ir al cole.

Continuará...

La piscina comunitaria

Vivimos en un residencial con piscina comunitaria. Nosotros la frecuentamos muy poco ya que pasamos gran parte del verano fuera de Córdoba y, cuando estamos en casa, solemos ir a bañarnos a otra piscina a la que acuden mis padres y mi hermana. Cuando bajamos lo hacemos a instancias de Héctor. "Papá, hay niños en la piscina", informa insistente con la cara pegada a la ventana del salón, desde donde tiene una vista privilegiada. "Sí papá, hay dos bebés en la piscina pequeña y tres niños y una niña en la piscina grande" detalla antes de rematar "papá, ¿vamos a la piscina?".

Son pocos los vecinos sin niños que bajan a la piscina comunitaria. Sólo recuerdo a dos, un vecino y una vecina que viven solos y que parece no molestarles en exceso el bullicio infantil. Tampoco hay adolescentes ni gente joven. Sólo hay hombres y mujeres de entre treinta y cuarenta años con sus críos pequeños. Las madres se sientan en sus butacas y forman un corro en el que se tiran horas y horas charlando y bromeando. No se bañan ni por recomendación. Así haga cuarenta grados. Los padres sí se zambullen de vez en cuando pero terminan integrándose en el corro de butacas. Nunca he visto a una madre o a un padre jugar con sus hijos. Los adultos en su corro y los chavales a corretear libres por el ridículo espacio de césped que rodea a la piscina.

Sonia y yo somos los raros. Saludamos y nos colocamos a una distancia lo suficiente como para no escuchar la conversación circular. En cualquier caso, da igual donde nos coloquemos porque apenas estamos en el césped el tiempo de quitarnos las camisetas, darnos una ducha y meternos en el agua. Y lo que es más raro todavía, pasamos todo el tiempo jugando con Héctor.

Eso era antes. Este verano hemos bajado sólo una o dos veces los cuatro. Habitualmente uno (Sonia) se quedaba en casa con Pedro y el otro (yo) bajaba para que Héctor se diera un baño. Nada más bajar, Héctor, se aproxima a los niños de su edad para jugar con ellos, pero más pronto que tarde viene a buscarme para que juegue con él. No me extraña porque los vecinos no juegan a nada. Son muy pequeños y no están acostumbrados a jugar solos. No tienen imaginación, o al menos eso es lo que me parece observándolos. Ni siquiera se comunican entre sí. Están juntos pero es como si cada niño estuviera solo.

Me alegra de que Héctor sea diferente y al mismo tiempo me inquieta. Yo estoy acostumbrado a ser raro pero no me gustaría que mi hijo fuera raro ni se sintiera así. Lo que me gustaría es que los demás niños fueran como Héctor. Insisto en que juegue con los vecinitos pero temo que un día me pregunte: "¿Y tú por qué no te sientas con los demás papás?". Porque me aburren. Prefiero mil veces estar solo antes que en el corro vecinal. Y prefiero jugar con Héctor antes que estar solo. Pues eso mismo. Al final jugamos los dos y nos lo pasamos pipa. A veces algún que otro niño se une a nuestro juego y me retiro a un discreto segundo plano. Salgo siempre de la piscina con la sensación de ser un perro verde pero con el alivio de pensar que Héctor todavía no nota ni le afecta esa diferencia.

Alguna vez he bajado solo a última hora de la tarde, cuando ya no queda nadie dentro del agua, para darme un baño relajante. Al final del verano, estaba haciendo el muerto cuando cayó una pelota a mi lado. Se acercó un niño de la edad de Héctor a pedírmela. Se la devolví y la tiró al agua otra vez.
- ¿Jugamos?
- No. Estoy descansando.
- ¿Por qué tu hijo siempre está jugando contigo?
- Porque le gusta.
Y adopté nuevamente la postura de muerto para dar por concluida la conversación.

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lunes, 13 de octubre de 2014

El mejor "no puente"

Hoy se cumplen diez años. El 12 de octubre de 2004 cayó en martes. El lunes 11, en contra de lo que marca la tradición, fue día lectivo en el IES Profesor Domínguez Ortiz, un instituto plagado de profesores interinos procedentes de todos los puntos cardinales. Veníamos de Valencia, de Ciudad Real, de Albacete, de Murcia, de Jaén, de Cantabria, de Salamanca, de Madrid, del alto Tajo, de Córdoba... El "no puente" fastidió una de las pocas oportunidades de regresar a casa que se presentaban durante el curso a los que vivíamos más lejos. Pero incluso los que tenían a sus familiares y amigos más cerca no sabían qué hacer con ese imprevisto martes festivo. Tampoco a ellos les merecía la pena el viaje para un día.

No sé de dónde surgió la iniciativa. Supongo que fue idea de Juan lo de quedar para pasar el día en Alcalá de Henares aprovechando que las calles estaban ocupadas por un mercado medieval (en estos diez años los mercados medievales han proliferado como setas en otoño. Sin ir más lejos, este verano nos topamos con uno en Ferrol, pero en aquel momento era toda una novedad, hasta el punto de que yo pensé que era una tradición alcalaína). Aquella mañana nos juntamos un grupo considerable de compañeros. El éxito de la convocatoria se debió a lo cansino que puede ser Juan a la hora de promover actividades lúdico-festivas y a que no teníamos nada mejor que hacer. Rondábamos la treintena (año arriba, año abajo) y no teníamos más obligaciones que las laborales. Vivíamos solos, de alquiler, sin raíces pero con mucha ilusión. Estábamos encantados de estar allí, en aquel trabajo, en aquel pueblo dormitorio de Madrid con estación de cercanías, junto a la A-2, en pleno corredor del Henares.

Hizo un día soleado y agradable. Visitamos la Universidad de Alcalá con su impresionante fachada, el claustro, el salón donde entregan el premio Cervantes o la capilla donde está la tumba del cardenal Cisneros. Luego tomamos unas cervezas en El Indalo con sus correspondientes tapas y paseamos por la ciudad. Alcalá de Henares es una de las ciudades más acogedoras que conozco para dar un paseo. Aunque es posible que mi juicio sea parcial. He disfrutado tanto paseando por sus calles.


Esto pudiera parecer una entrada nostálgica y no lo es. Es cierto que echo de menos a los amigos que conocí aquel día de hace diez años y a los que no veo desde hace mucho. El whatsapp es una consolación muy menor. También echo de menos los paseos por Alcalá y por Madrid. Siempre recuerdo el cielo de Madrid (que para mí es el cielo de Azuqueca) cuando la calina blanquea y difumina el horizonte en el valle del Guadalquivir. Soy consciente de que es muy difícil que se vuelva a repetir un curso como aquel, en el que el trabajo formaba parte de la diversión. Cada día acudía al instituto como quien acude a un club social que ofrece una seguridad y una sorpresa. La seguridad de que me iba a encontrar con cualquiera de ese grupo maravilloso que se formó (Antonio, Lourdes, Eugenia, Lorenzo, Ángel, Juan, Sonia, Mª Ángeles, Fernando, Eva...) y pasar un buen rato en la sala de profesores o en la cafetería (es el único instituto en el que he frecuentado la cafetería de todos los que he trabajado). La sorpresa del plan que se podía gestar a lo largo del día: ir al cine, de excursión, a Guadalajara...

Todo lo anterior es cierto, pero la verdadera razón de esta entrada es que hoy se cumplen diez años del primer recuerdo que conservo de Sonia. En ese primer paseo por las calles de Alcalá hubo un momento en que nos emparejamos, ya de regreso a la estación. Lo que me dijo en aquella conversación callejera se me quedó grabado. El aniversario de este recuerdo imposibilita cualquier tipo de nostalgia. Sí, fueron muy buenos tiempos. Pero estos son todavía mejores. Con Sonia, con Héctor, con Pedro, con mi familia en un sentido más amplio. Cada día sigue ofreciendo una seguridad y una sorpresa. La sorpresa de hoy ha sido que hemos montado a Pedro en los columpios por primera vez. Estaba radiante de contento. Héctor empujaba el columpio imbuido en su papel de hermano mayor. Ha sido un momento mágico. Otro 12 de octubre inolvidable.

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lunes, 22 de septiembre de 2014

Buenas razones

Seguro que los psicólogos han puesto nombre a la maravillosa capacidad de la mente humana para, ante cualquier conflicto o disputa, elaborar convincentes razones que demuestran que lo más justo y conveniente para todos es, qué casualidad, justo lo que más nos conviene a nosotros.

En mis tiempos de interino, cuando era el último mono en los departamentos de Matemáticas, y me quedaba con los grupos que nadie había querido (los más difíciles), mi mente desarrolló la teoría de la experiencia. Según esta teoría, las autoridades educativas deberían obligar a los profesores con más experiencia, y se supone más valía, a dar clase en los grupos con más dificultades, al tiempo que los profesores novatos iban adquiriendo habilidades docentes con los grupos más fáciles, donde se concentran los buenos estudiantes. Al fin y al cabo un buen estudiante aprende a pesar de su profesor. En cambio un chaval con carencias (cognitivas, familiares, sociales... hay de tantos tipos) necesita más la ayuda de un buen profesional para salir adelante. Un mal profesor hace más daño a un mal estudiante que a uno bueno. Y a la inversa. Un buen profesor hace más bien a un mal estudiante que a uno bueno. En ningún hospital asignarían los pacientes más complicados a un médico recién licenciado y sin experiencia. Creo que sólo compartí esta teoría con un amigo, interino también, que me dio completamente la razón.

Ahora que comienza mi duodécimo curso como profesor, el octavo como funcionario de carrera y el quinto en mi actual centro, manejo otras teorías. Igualmente convincentes. Antes de desgranarlas debo aclarar que trabajo en un instituto calificado "de especial dificultad" por la Consejería de Educación. Muchos de nuestros alumnos, sobre todo en los primeros cursos de la ESO, padecen graves problemas familiares, socioeconómicos o de exclusión social. He trabajado en siete institutos antes que este y en ninguno encontré la cantidad y diversidad de chavales con problemas graves que hay aquí. Un ejemplo cualquiera del año pasado, en 1º ESO:
- ¿Por qué no viniste ayer a clase?
- Porque fuimos a recoger a mi padre, que salía de la cárcel.
Aquí conté cómo me fue con uno de estos grupos en mi primer año. Ahora la situación es peor porque hay menos profesores de apoyo y los pocos que hay se tienen que repartir entre más alumnos ya que han abierto una línea más (hemos pasado de 75 a 100 alumnos en esos niveles). Eso sin contar con que la crisis ha empeorado la de por sí precaria situación en que se encuentran las familias de estos alumnos.
Así la cosa, este año a la hora de repartirnos los grupos y ver que los más difíciles recaían en los profesores recién llegados, Pepito Grillo vino a recordarme la teoría de la experiencia. Y otra parte de mi mente tardó apenas un par de minutos en  pergeñar una réplica convincente.


Argumento nº 1 o Teoría de la excepcionalidad. Según este argumento, la teoría de la experiencia es válida únicamente en centros educativos convencionales, con alumnos convencionales que responden a estímulos convencionales. ¿De qué me sirven mis años de experiencia cuando entro en una clase de 1º ESO con 18 o 19 alumnos, la mitad de los cuales no se saben las tablas de multiplicar y prácticamente ninguno es capaz de comprender un texto sencillo? Eso por no hablar de la falta de cualquier tipo de hábito que facilite el aprendizaje. ¿De qué me sirven mis años enseñando Matemáticas si el único objetivo factible en el aula es que los alumnos se mantengan sentados y sin pelearse?

Argumento nº 2 o Teoría de la personalidad. A veces es posible tener éxito con estos grupos, crear un clima de trabajo en clase y hacer que los alumnos progresen. Yo me siento satisfecho de lo que conseguimos hace cuatro años en 2º B o el año pasado en el PCPI. Pero, a diferencia de los grupos convencionales, con este tipo de alumnado tener éxito con un grupo no es garantía de que lo vayas a tener con otro de similares características. Hay que empezar siempre de cero, sin mapa ni brújula.
Escribió Tolstoi que todas las familias felices se parecen entre sí; mientras que las infelices son desgraciadas en su propia manera. Algo parecido sucede en la escuela. Los grupos de alumnos convencionales son muy parecidos entre sí. Las actividades y la metodología que funciona en un grupo convencional de 3º ESO, suelen funcionar igualmente bien en cualquier otro grupo (convencional) de 3º ESO. Es por ello que en este tipo de grupos puedes planificar el trabajo con ciertas garantías e ir perfeccionando el proceso incorporando los hallazgos que suceden cada año.
En cambio, los hallazgos y los éxitos en grupos con alumnos difíciles no los puedes incorporar a tu bagaje personal, puesto que esa actividad, esa manera de trabajar que funcionó con aquel grupo no va a funcionar con ninguno otro. Proponer a los alumnos de 2º ESO que compongan un rap para aprenderse la lección funcionó en 2º B hace cuatro años, pero no se me ocurriría plantearlo en otro grupo. No al menos, hasta ganarme su confianza y diría que su afecto, que es la clave del éxito con estos alumnos. Y ahora llegamos al quid de la teoría de la personalidad: hay profesores que por su carácter, por su carisma e incluso por su físico conectan mejor con estos alumnos que otros. Yo he visto a compañeros resolver una situación conflictiva y desagradable con una broma o soltando una barbaridad. Y los alumnos, gallitos ellos, venirse abajo ante la broma o el improperio. Pero para que esto dé resultado uno debe poseer la gracia de soltar la broma o la barbaridad adecuada y el carisma y la ascendencia sobre los alumnos para que estos la acepten y la acaten. Y no todos poseemos esa gracia. Es más, diría que muy pocos la poseen.
No es cuestión de ser mejor o peor profesional sino de tener determinado carácter y porte. Por esto mismo las mujeres tienen más dificultades a la hora de ganarse a estos grupos que los hombres. Son alumnos (y alumnas) extremadamente machistas y no aceptan de buen grado que una tía venga a decirles lo que tienen que hacer. Vamos, faltaría más. A ellos.

Conclusión de las dos teorías anteriores: la Consejería de Educación debería seleccionar personal especializado en trabajar con estos grupos. Profesionales que tengan la personalidad, la formación y la vocación necesaria para atender bien a estos alumnos. Volviendo a la metáfora del hospital. No es concebible que a un pediatra lo pongan de buenas a primeras a atender urgencias de traumatología.

Bueno, vale - consiente Pepito Grillo -. Me has demostrado que los profesores recién llegados no están, a priori, menos capacitados que tú para impartir clase en los grupos más difíciles. Ninguno estáis suficientemente preparados porque no es vuestra especialidad, depende del carácter de cada cual, etc, etc. ¿Pero no deberías quedarte tú con alguno de estos cursos? Al fin y al cabo, a igualdad de incompetencia, tú ya conoces el centro y has tenido trato con muchos de estos alumnos. ¿No supone esto una ventaja?
Rápidamente mi mente se saca de la manga el argumento nº 3 o Teoría de la ilusión.


En una actividad como la enseñanza es imprescindible tener ilusión. Especialmente al comienzo de cada curso uno debe creer que, como el personaje de la viñeta, va a ser capaz de vencer todas las resistencias y conseguir que los alumnos se involucren en el trabajo. Pero es difícil ilusionarse cuando entras el primer día de clase y ves las caras de los mismos alumnos que hace tan solo unos meses diste por imposibles. Voy a poner un ejemplo de esta misma semana. En 2º A, un grupo formado por buenos alumnos en el que han incluido dos repetidores para no saturar de sospechosos habituales los grupos con más necesidades. A uno de los repetidores lo conozco sólo de vista. Al otro, llamémosle José, lo padecí el año pasado en el Refuerzo de Matemáticas, mi peor experiencia como docente. No sé cuántas veces lo tuve que expulsar de clase. Unas pocas.
Este año, el primer día de clase, le suena el móvil. Lo mandé directamente a Jefatura. Eso no lo habría hecho nunca con un alumno desconocido. Es más, tengo alumnos en 1º ESO con una actitud desafiante y un comportamiento mucho peor que el de José. Ni los he expulsado, ni los he amonestado, ni siquiera les he puesto un negativo. ¿Por qué? Porque todavía estoy en la fase en que me hago la ilusión de que puedo ganármelos. Intento halagarlos, engañarlos, convencerlos... lo mismo que intenté con José el año pasado.
Está claro que ni José ni yo nos hacemos ilusión el uno al otro. Así sólo queda el camino de los partes y las expulsiones. Mejor le hubiera venido a José tener un profesor nuevo. Alguien que, al menos por unos días, mantuviera la ilusión de poder abrir esa caja fuerte. Y quién sabe, lo mismo tenía éxito. Al fin y al cabo, con estos alumnos, influye mucho la química personal (vease teoría de la personalidad).
En definitiva, que después de unos años dando grupos difíciles (horroroso el Refuerzo del año pasado), ya es hora de que vengan caras nuevas e ilusionadas a tomar el relevo.

¿Qué nombre le darán los psicólogos?

viernes, 12 de septiembre de 2014

MAT2

Cuando llegué a mi actual centro de trabajo me asignaron el código MAT6 en el programa de asignación de grupos y horarios. El código tiene un significado muy evidente: de los siete profesores que formábamos el departamento de Matemáticas yo era el sexto en la escala jerárquica. Y aunque el ambiente entre los compañeros es bueno y se intenta llegar a acuerdos razonables en el reparto de grupos, es evidente que los mejores trozos del pastel se lo llevan los pesos pesados.

Han pasado sólo cuatro años y ahora soy MAT2, en la práctica el primero de la lista porque MAT1 se jubila dentro de dos meses y ha renunciado a cualquier preferencia. Como en una novela de Agatha Christie, los profesores que me precedían han ido desapareciendo del mapa hasta dejarme solo con la herencia. Nada dramático, afortunadamente. No hay sospechosos ni culpables. El movimiento se ha debido a las jubilaciones (dos) y a los traslados a destinos más apetecibles (tres). Este año, como los anteriores, hemos llegado rápidamente a un acuerdo razonable. Pero claro, no es lo mismo llegar a un acuerdo razonable desde la posición de MAT6 que desde la posición de MAT1. Casi me siento culpable de los buenos grupos que me han tocado. A saber:

  • Matemáticas II y Proyecto integrado en 2º Bachillerato científico. 5 horas. 18 alumnos y conozco a casi todos. A cuatro de ellos les vengo dando clase ininterrumpidamente desde 2º ESO.
  • Matemáticas B en 4º ESO. 4 horas. 17 alumnos. No los conozco pero es el tercer año consecutivo que imparto esta asignatura, con lo que significa eso en cuanto a trabajo hecho. Además en este centro los alumnos que eligen esta asignatura son muy buenos. La mayoría se decide por Matemáticas A (las fáciles, como ellos dicen).
  • Matemáticas en 2º ESO A. 19 alumnos. 4 horas. No les di clase el año pasado pero alguna vez que entré en su aula para hacer guardia me causaron una gran impresión. En las guardias con profesores desconocidos es cuando los alumnos se portan peor. Así que los grupos que superan esa prueba es que deben ser buenos de verdad. Pregunté, confirmé mis impresiones y me apunté el grupo para pedírmelo este año.
  • Matemáticas en 1º ESO. 15 alumnos. 4 horas. Son pocos porque es un desdoble y yo me quedo con el grupo con más dificultades. Son alumnos que obtuvieron suficiente o menos en la nota de Matemáticas en 6º de primaria. A priori es el grupo que más trabajo me va a requerir.
Y lo mejor no son los grupos que me han tocado sino los grupos que no me han tocado. Este año ni refuerzo, ni PCPI, ni ámbitos, ni... A disfrutar, que el año que viene... habrá que volver a negociar.

Salir de la tele

Decíamos ayer que la televisión deforma la realidad. Al menos esa es mi experiencia. Pero a veces he tenido la sensación de que la realidad imita a la tele, que alguna situación o persona parece salida de una teleserie. Esta sensación se hizo crónica durante las semanas que pasamos en Nueva York. Sonia decía que no tenía mérito rodar una película en esa ciudad. Bastaba sacar la cámara a la calle y ya tienes película. La noche que vimos a James Gandolfini salir de un teatro en Broadway fue la culminación de ese sueño irreal. Tony Soprano en persona. Ahí mismo, delante de nuestras narices. Sonia se reía de mi excitación infantil. Pero es como si de niño me hubiera podido encontrar a Sherlock Holmes por las calles. No alguien disfrazado de Sherlock Holmes sino al auténtico inquilino de Baker Street. Mi mente adulta sabía que esa persona era un actor como la copa de un pino, pero en mi fuero interno no podía dejar de creer que me había cruzado con un conocido mafioso de Nueva Jersey.

Otro ejemplo. La típica secuencia en la que tropecientos coches de policía persiguen a un sospechoso. Americanada de película. Eso creía yo. Hasta que fuimos a Nueva York y presenciamos caravanas de patrullas moviéndose a todo trapo por las avenidas infinitas. O cuando entramos en los juzgados y presenciamos dos juicios, uno con jurado y otro sin jurado. En el segundo sólo estaba el juez, la taquígrafa, los litigantes y sus abogados. Todo muy informal. Vamos, como la vieja serie Juzgado de guardia.

Quién sabe. Es posible que las series americanas sí reflejen la realidad de allí. Al menos eso piensa Ben Jaffe, el director de la Preservation Hall Jazz Band, que se ve perfectamente reflejado en una de las series favoritas de Sonia y mía, Treme. Según Jaffe, el creador de la serie “ ha logrado retratar el alma de una ciudad traumatizada por el Katrina. Y la realidad de los músicos locales. Yo veía algunos capítulos y me decía: ‘Este tipo ha estado leyendo mi diario’. Sin embargo, ¡yo no presto mi diario a nadie!”.


Pero fijaos en la foto de la Preservation Hall Jazz Band. No digáis que no parecen sacados de una serie americana. De hecho lo están. Aparecen tocando en uno de los capítulos de Treme. Si el saxofonista de la derecha saliera en una de Scorcese no nos extrañaría nada. En todo caso pensaríamos que el bueno de Martin se había pasado con la gomina.

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miércoles, 10 de septiembre de 2014

Salir en la tele

Mi relación con la televisión es unidireccional. Yo veo la tele pero la tele no me ve a mí. Nunca he salido en ella y muy pocas veces se ha ocupado de algún aspecto de mi ámbito real. Y cuando lo ha hecho el resultado no ha podido ser más decepcionante. La televisión simplifica y deforma la realidad hasta tal punto que la hace irreconocible. Hablo de programas presuntamente serios como Comando actualidad o Línea 900, las cotas de surrealismo que alcanzan los noticieros y demás géneros televisivos es de traca.

Uno podría pensar que las retransmisiones de eventos son más difíciles de deformar. Se retransmite todo el evento y el espectador ve lo que hay. Pues tampoco. Tras ver en Granada los cinco partidos de la fase de grupo del mundial de baloncesto, el partido que vi por la tele contra Senegal me pareció una mala copia. Una mala traducción de un libro escaneado. Un sustitutivo degenerado de la realidad.

Ayer por la noche pusimos la tele mientras Pedro se dormía y nos encontramos con la agradable sorpresa de que la 2 emitía el concierto de la Preservation Hall Jazz Band en San Javier. Uno de los mejores conciertos que hemos presenciado este verano, pródigo en buenos conciertos. Se puede disfrutar en rtve a la carta. Tras la alegría inicial por dar con algo potable a esas horas y rememorar una noche inolvidable, empezaron las comparaciones. ¡Qué oscuro sale todo! Se escucha regular, ¿no? ¿No te parece que los músicos parecen distintos? En este caso hablábamos con conocimiento de causa porque en ese concierto bajamos hasta el escenario y teníamos a los músicos a tres o cuatro metros de distancia, no más. Tuvimos tiempo de sobra para fijarnos en sus caras, que recordábamos ligeramente diferentes a los primeros planos que mostraba la televisión. Al final se produjo el deseo infantil de Héctor. Llevaba toda la semana diciendo que me veía por la tele en los partidos de baloncesto y resulta que sí, que he salido por la tele, pero ha sido en el concierto de San Javier. Se me ve de espaldas, con la camiseta verde de Peace and Music que compré en NY, cuando el trombón se tumba en el suelo delante nuestra. A ver si es verdad que tenemos un brujito.

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miércoles, 3 de septiembre de 2014

Septiembre repentino

El calendario no engaña y hace días que anunciaba el arranque del curso, o más bien el finiquito del curso anterior que eso son los exámenes de septiembre. Pero entre las minivacaciones granadinas y el calor sahariano, he vuelto al trabajo como si me hubieran arrancado de la cama a principios de agosto y de repente me encontrase en el instituto sin saber qué hago allí. Me acosté el lunes a las 2.30 de la madrugada tras ver el partidazo contra Brasil y menos de seis horas después ya estaba en el salón de actos repartiendo los exámenes. Un cambio demasiado brusco para que la mente lo asimile.

Por la tarde tocaba corregir. Estos son los resultados de 1º del Bachillerato Científico. Se han presentado nueve alumnos, de los cuales han aprobado.... ninguno. Cero de nueve. Lo mejor es que no he tenido que comerme la cabeza. Los suspensos son tan rotundos que no dejan lugar a la duda: 1.4; 2.1; 1.1; 1.6; 1.8; 1.9; 0.6; 2.3 y 3.5. (este último caso me habría supuesto un quebradero si el suspenso implicase repetición de curso, pero no es así). La puntuación es sobre diez, por si alguien se lo pregunta. Visto así, cualquiera diría que soy un carnicero, uno de esos profesores legendarios que se regodea con las dificultades que ponen a los alumnos. Lo cierto que es un resultado llamativo pero completamente natural. Analizando caso por caso la trayectoria de todo el curso, lo sorprendente es que hubieran aprobado. Si juegas nueve veces a la lotería y no obtienes ningún premio no te extraña. Pues esto es lo mismo.

Cuando la LOGSE acabó con los exámenes de septiembre la medida me pareció errónea e incomprensible. ¿Qué sentido había en negar una oportunidad a los alumnos para que pudieran recuperar en verano las asignaturas suspensas? En esa época no sospechaba que terminaría dedicándome a la enseñanza. Ahora lo veo de otra manera. ¿Qué alumno va a conseguir en dos meses por sí solo los objetivos que no ha sido capaz de conseguir en  nueve meses de trabajo, asistiendo a clase y con la ayuda del profesor? La experiencia me dice que muy pocos. En todo caso, sólo aquellos que le quedan una o dos asignaturas para septiembre. Lo habitual es que los alumnos en septiembre obtengan un resultado aún peor que en junio. Además, los exámenes de septiembre impiden planificar con tiempo el curso entrante. Estos días, en lugar de examinar, corregir, evaluar y atender dudas y reclamaciones, deberíamos dedicarlos a repartir los grupos, a coordinar los nuevos equipos educativos, etc. Todo esto con la lista de alumnos cerrada desde junio.

Dentro de un rato viene a recogerme un amigo para ir a Granada a ver el partido España-Francia. Viene con su hijo, que estudia 2º ESO y le han quedado siete para septiembre. El chaval se ha perdido los primeros partidos porque tenía que dar el último repaso y examinarse. Durante todo el verano ha tenido un horario de estudio intensivo supervisado por los padres. Sólo descansaba los domingos. Una pesadilla para el chaval y para su familia. Esta tarde a las 9 publican los resultados. A esa hora ya estaremos en el pabellón. En fin, esperemos que salga el boleto ganador.

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lunes, 1 de septiembre de 2014

Fan Zone

La Fan Zone es un espacio que se habilita en las ciudades donde se celebran grandes eventos deportivos para que los aficionados entretengan el tiempo hasta la hora del partido. Supongo que en su origen pretendía evitar altercados callejeros. Es conocida la mala fama (en su momento merecida) que tienen los hinchas viajeros. Cuatro mil hooligans vienen al partido. Horror, van a destrozar la ciudad. Mejor los encerramos. En la cárcel? No, hombre, no seas bestia. Montemos un chiringuito que reparta caramelos y sortee piruletas y verás cómo se quedan encantados. Si son como niños. Y cómo llamamos al chiringuito? Fan Zone, que parezca que el fan es el rey del evento y no el pagano.

Tenía ganas de visitar la Fan Zone que han puesto en el Paseo del Salón con motivo del Mundobasket. En un periódico local leí que abría de 12pm a 12am. Llegué temprano para evitar aglomeraciones y calor. No sabía qué esperar y eso azuzaba mi curiosidad. Lo que encontré fueron unos pocos stands montados por los patrocinadores del campeonato. Publicidad y nada más. Al pasar junto al stand de una marca de coches de alta gama vi como un aficionado se llevaba de premio un coche en miniatura. Qué buen regalo para Héctor. Para conseguirlo había que encestar dos canastas. La primera canasta estaba sobre el techo abierto de un coche de la marca. La línea de tiro se situaba a un metro del morro del coche. Parecía un tiro fácil. La segunda canasta estaba situada a unos metros detrás del coche a una altura superior a la reglamentaria. Cada participante disponía de dos intentos para la canasta fácil y, en caso de tener éxito, sólo un intento para la difícil.

La cola estaba formada por una decena de personas, así que decidí intentarlo. Mientras esperaba mi turno observé como una azafata provista de una tablet hacía preguntas a los varones adultos que estaban delante de mí. Así que ese es el truco, pensé. Te retienen unos minutos en la cola para venderte el coche. Qué pereza. Tuve el impulso de marcharme pero me retuvo la ilusión de conseguir el coche para Héctor. Y de repente me sentí el protagonista de una tira cómica. En concreto de esta. La azafata pasó de mí y se dirigió al siguiente adulto que estaba a mis espaldas. Qué pasa? Es que no tengo pinta de poder comprarme un coche XXX?

Encesté la canasta fácil (al segundo intento) y fallé la difícil. Mosqueado y sin premio continué mi paseo por la Fan Zone. No vi nada interesante. Ya me marchaba cuando un locutor gritón llamó mi atención. Anunciaba el comienzo del primer concurso del día. El primero que enceste se lleva un balón oficial del Mundial, para el segundo hay una camiseta, también oficial.


La línea de tiro estaba a unos 10 metros de una canasta que parecía reglamentaria. Difícil, pero no imposible. Muchas veces he jugado a encestar desde el medio del campo y siempre metía alguna. Todavía no se ha formado la cola, así que me pongo de los primeros para intentarlo. Tiro fatal. No hay espacio para coger carrerilla y salto incómodo con las sandalias. Además el cuerpo, sin calentamiento ni entrenamiento, no responde. Me pongo otra vez a la cola, que ha aumentado pero sigue siendo corta. Disimuladamente doy saltitos y hago estiramientos para desentumecer músculos y articulaciones.

A pesar de que somos pocos participantes dura una eternidad la espera. El locutor interrumpe cada dos por tres la prueba para animar a los espectadores a hacer la ola, presentar a las mascotas del Mundial, para... Yo lo que quiero es tirar a canasta y que me dejen de tonterías. Al fin me toca de nuevo. El lanzamiento no es malo, pero fallo. La cola se ha cuadruplicado. Cada vez hay más gente y hace más calor. El sol pega de lleno. Me largo. Ya sé qué es una Fan Zone.

domingo, 31 de agosto de 2014

Primer partido

Entramos un poco con el tiempo justo. Cuando accedimos al graderío los jugadores ya estaban completando el calentamiento. Faltaban 15 minutos para el comienzo del partido y las gradas estaban medio vacías. Imaginé más ambiente. Los únicos que se hacía notar eran los sindicalistas que se manifestaban en el acceso por el que iba a entrar el Rey Juan Carlos. Y tampoco eran muchos. Había más policía que manifestantes.

Nuestros asientos estaban en la esquina del último gallinero. Desde allí los jugadores se veían diminutos a pesar de su envergadura. Nos hicimos unas fotos de recuerdo pero el ambiente era frío. Empecé a emocionarme cuando presentaron a los jugadores. Me acordé de Sonia y Héctor, en el salón de casa, viéndolo por la tele.

Y enseguida el partido. Qué bueno es Pau, qué bueno es Navarro... y los iraníes, aun inferiores, no son unos mantas. El pabellón se fue llenando pero seguía habiendo algunos claros. No hubo "lleno hasta la bandera" como he leído hoy en un periódico. Lo que sí hubo es una ovación extraordinaria y sorprendente (para mí) cuando el Chacho sustituye a Ricky. No se puede negar que el chachismo existe y es abrumador. Yo soy un infiltrado entre tanto fan de las barbas. Le comento a Álvaro, chachista de pro, mi escepticismo. A lo largo del partido le voy señalando las pérdidas de balón innecesarias. pero no hay manera de convencerlo.

En los primeros instantes del segundo cuarto tenemos la oportunidad de mejorar nuestra ubicación. El personal de la organización indica a los habitantes del gallinero que podemos ocupar los asientos vacíos situados más abajo. Nosotros cruzamos el pabellón para sentarnos en la zona noble, cuatro filas por debajo del palco de autoridades. Desde aquí sí que vemos bien a los jugadores. Parece otro partido.

En el descanso hacemos más fotos de recuerdo. Ahora más contentos.


viernes, 22 de agosto de 2014

Cambio de opinión

Esta mañana, cuando vi el chiste de Forges en El País me pareció exagerado. Un chiste fácil, perezoso y demagógico.


Esta tarde recibí una carta de la Dirección General de Tráfico informándome de que he cometido una infracción. Fue el pasado 2 de agosto en una carretera cercana a Ferrol. Al parecer circulaba a 63 km/h por un tramo limitado a 50 km/h. Hay una foto del coche y un montón de datos técnicos para demostrar que el radar chivato es de lo más fiable. Vale, lo acepto. Supongo que el hecho es cierto, que circulaba 13 km/h más rápido de lo permitido. De lo que estoy seguro es de que no puse en riesgo ni la vida de mi familia ni la de ninguna otra persona que se cruzara en mi camino. Entre otras cosas porque aquel día apenas encontré tráfico en la carretera. De hecho, en la foto que manda la DGT como prueba no se aprecia ningún otro coche en la escena aparte del nuestro.


¿Cuál sería una multa proporcional a una infracción de este tipo? A mí me parece que debería ser algo testimonial. Una advertencia en el sentido de “tenga usted cuidado” o “sea más respetuoso con las señales”. De 20 a 30 euros me parece una cantidad correcta. Para cubrir los gastos infringidos (foto, mandar la carta informando de la infracción, etc.) y algo más. Pues no. La DGT valora la infracción en 100 euros. Toma ahí. Pero si eres bueno y pagas rápido y sin protestar te lo dejan en 50 euros. Y ahora que me digan que no es afán recaudatorio. El chiste de Forges, puro realismo social. Una denuncia necesaria.

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martes, 29 de julio de 2014

Pasatiempo visual

Una de las reglas no escritas que rigen este blog prohibe la publicación de fotos personales. Se han publicado algunas fotos, pocas, de objetos personales (por ejemplo, la minicuna) pero no una en la que aparezca alguna persona de mi mundo real. Esto no es cierto. Una vez publiqué una foto en la que aparece Héctor poco antes de cumplir dos años. Pero no se le distingue. Es tan sólo la imagen de un niño pequeño. Podría ser cualquiera. También hace poco ilustré una entrada con una antigua fotografía de Lolo. En este caso la excusa es que la foto ya circulaba por internet, ya era pública antes de que yo la utilizase.

Todo este preámbulo viene a cuento de un juego que propongo a los familiares que visitan el blog. Se trata de un pasatiempo al estilo dónde está wally. En este caso, ¿dónde están Sonia y Eduardo? La primera foto apareció hace unos pocos días en la versión digital del diario La Verdad. Se ve el auditorio El Batel poco antes de comenzar el concierto homenaje a Omara Portuondo.


La anterior foto era para principiantes, pues aunque estamos de espaldas, hay muchas butacas vacías y es fácil localizarnos. La siguiente prueba es de nivel avanzado. Se ve el auditorio Parque Almansa en el intermedio del último concierto del verano (para nosotros) y la foto está publicada en la página web del festival de jazz de San Javier.


¿Qué? ¿Nos veis? Ya avisé de que esta prueba era para expertos. Una pista: si buscáis un niño sentado en el regazo de su padre.... Podéis clicar en la imagen para agrandarla. ¡Suerte!

Una curiosidad musical. En ambos conciertos sonó la canción Dos gardenias. En Cartagena la cantaron a dúo Santiago Auserón y Marina (ex Ojos de Brujo) acompañados por la orquesta Buena Vista Social Club. En San Javier la cantó Sole Giménez (ex Presuntos Implicados) al frente de la Sedajazz Big Band. Y es que la música cubana está teniendo mucha presencia este verano. También en este blog. Aquí la cantan Ibrahim Ferrer y Omara Portuondo con la Buena Vista Social Club en el Carnegie Hall:



sábado, 26 de julio de 2014

La huella sonora

En la banda sonora de mi vida ningún músico ha tenido la presencia constante de Santiago Auserón. Otros me han gustado más, me han emocionado más, pero ninguno me ha acompañado desde mi niñez hasta ahora mismo, sin dejar nunca de escucharlo.

Octubre 1984 - Junio 1988. O lo que es lo mismo desde 5º a 8º de EGB. Lo que duró en antena La bola de cristal. Final de la infancia. Y aunque el protagonismo se lo llevara Alaska, los electroduendes, la pandilla, la familia Monster, Javier Gurrucha o incluso el dúo Reyes - Carbonell, ahí estaban ya las canciones y la voz inconfundible de Santiago Auserón para incrustarse en la memoria.


Y las letras. Tan cuidadas y evocadoras. Si no, hay tenemos el ejemplo de No se ría de la bruja Avería, uno de los personajes más subversivos del programa. ¡Viva el mal, viva el capital!
No se me ocurriría reírme de la bruja Avería pero me parto con el siguiente vídeo. Auserón siempre ha tenido un punto chuleta que forma parte de su encanto pero aquí se pasa de rosca:


Verano de 1990. Dos años en esas edades es todo un mundo. De hecho, me parece otra vida. Acabamos de mudarnos y el instituto no tiene nada que ver (afortunadamente) con el colegio. En un mercadillo callejero que se ponía dos veces por semana en mi nuevo barrio compré una cinta (pirata, pero yo no lo sabía) de Radio Futura. Fue una mis primeras adquisiciones musicales y si no me falla la memoria la última cinta. Luego me pasé al vinilo (mis padres consiguieron una cadena, antes sólo teníamos radiocasette) y enseguida llegó el CD.


Ese verano sólo escuché la cinta de Veneno en la piel y otra que me grabó el hijo de unos amigos de mis padres con canciones de los Beach Boys. Pasaba de A a B y de B a A. No había más. Tampoco escuchaba mucha música. Quizás por eso este disco me trae recuerdos tan intensos de esos meses. La bicicleta recién comprada y con la que me iba por las mañanas a Almacenes Blanco y por las tardes al club. El piso, todavía sin amueblar del todo. Cambios y más cambios. Adolescencia.

A finales de verano asistí al concierto que Radio Futura dio en el patio de mi antiguo colegio. Fui con la pandilla del chaval que me había grabado a los Beach Boys. Eran un par de años mayores que yo. Quedar con desconocidos para ir a un concierto era toda una aventura. Un inexplorado espacio de libertad. Pero el concierto en sí me decepcionó. No sabría decir las causas tantos años después. Supongo que la principal es que yo no conocía nada de Radio Futura aparte de su último trabajo. Además, estábamos lejos del escenario. Me aburrí un poco durante la actuación. Eso sí, durante mucho tiempo guardé la entrada en mi cartera y supongo que todavía la conservo en la vieja caja de recuerdos.

Verano de 1992. Ya escuchaba un poco más de música. Sobre todo española. Mi grupo favorito era Gabinete Caligari pero ese verano escuché hasta la saciedad El directo de Radio Futura. Compré el vinilo y lo grabé en una cinta que ponía a todas horas. Buscaba Escuela de calor y encontré Luna de agosto, El tonto Simón, No tocarte... ahí fue cuando me hice fan de Radio Futura y empecé a buscar todo lo relacionado con el grupo. Justo en el momento en que anunciaban su disolución.


Poco a poco fui comprando sus primeros trabajos: La canción de Juan Perro, De un país en llamas, Música moderna... Todos me gustaban. En las cintas que grababa para las fiestas con mis amigos siempre incluía un par de canciones de Radio Futura. Una conocida (Escuela de calor, Enamorado de la moda juvenil, Veneno en la piel, 37 grados) y otra no. Esta última solía ser En un baile de perros. Una vez me sentí estupendo y grabé Dance usted, aún sabiendo que no era el tipo de canción que gustase a mis amigos. ¡Pero yo también tenía que aguantarme con las que ellos ponían, casi ninguna de mi agrado! Además, para alguien tan poco dado al bailoteo como yo, la letra era todo un mensaje de ánimo. Ya sabes:
Primero olvide el miedo y luego mueva un dedo... muy despacio
Libere la presión interior para salir al espacio
No pierda una sola ocasión
Use el cuerpo en otra dimensión...

Mi canción favorita era La estatua del jardín botánico. Nunca la grabé para ninguna fiesta. Era de disfrute privado. Lo que sí hacía a veces era pedirla en los pubs que frecuentaba. Estas peticiones las hacía a través de mi novia. No por timidez, sino porque tenía comprobado que los pinchadiscos sólo hacen caso a las chicas. A mí me ignoraban por completo. Hace tiempo que no la escucho y me emociono al recordar la letra:
Un día más me quedaré sentado aquí
en la penumbra de un jardín tan extraño.
Cae la tarde y me olvidé otra vez
de tomar una determinación...
Verano de 1994. Un verano horroroso. Hice prácticas en una oficina de la Caja Provincial de Ahorros de Córdoba durante los meses de julio y agosto. El horario era de 8.00 a 15.00. Me incorporé el uno de julio, antes de terminar los exámenes de final de curso. El día cuatro me tenía que presentar al final de Derecho Mercantil... y lo suspendí.
Lo peor de las prácticas no es que tuviera que trabajar en verano. ¡Lo peor es que no tenía que trabajar! Las prácticas estaban vacías de contenido. Mis obligaciones eran ninguna y tampoco podía ayudar porque, al parecer, "no estaba preparado" para ponerme en una caja. ¿Entonces para qué me quieren aquí?

Al cabo de un par de días hablé con el director de la oficina. Le pedí que contactara con Recursos Humanos para que me trasladaran a otro puesto en el que pudiera ser de más utilidad (o mejor dicho, de alguna utilidad). El hombre fue claro: las prácticas de los alumnos de segundo son así en todas las oficinas. ¿Entonces por qué solicitan estudiantes? Por marketing, por convenio con la universidad, vaya usted a saber. No había tu tía. Ese es el horror que me esperaba: siete horas sin hacer nada, sentado en la mesa tras una ventanilla cerrada, día tras día durante dos meses.

Lo que debería haber hecho es hablar con los responsables de la universidad, denunciar la situación y marcharme a casa. Ni se me pasó por la cabeza. No tenía por entonces el cuajo ni la iniciativa suficiente. Mi único gesto de rebeldía consistió en rechazar el sueldo que me ofrecían. Fue un gesto intuitivo, no razonado. Doné las 50.000 pesetas a una cuenta abierta que había para ayudar a las víctimas del conflicto en Ruanda. No lo hice por generosidad. Es que no quería venderme tan barato. 50.000 pesetas están muy lejos de ser sufientes para compensar un verano de mierda.
Porque ese verano fue una mierda. Así de feo. No contento con perder el tiempo por las mañanas, también lo perdí por las tardes. Mis padres habían comprado un ordenador y, para rentabilizar la inversión, me apuntaron a clases de informática. Curso intensivo. Todas las tardes. Eran los tiempos del MS-DOS. Y tras pasar así los meses de julio y agosto me esperaba septiembre con su insoportable Derecho Mercantil. Brrrrrr!!!

Pero vayamos al grano que me enrollo. Regresemos a la sucursal bancaria. El mostrador de atención al público formaba una especie de L. En la parte frontal había tres ventanillas y en la parte lateral había una ventanilla y el despacho del director. El mostrador estaba protegido con un cristal blindado hasta el techo que abarcaba todo el frontal y el lateral hasta el despacho del director, oculto a la vista del público. A mí me asignaron la ventanilla lateral. Los primeros días se acercaban los clientes a preguntarme por alguna gestión. Al poco dejaron de hacerlo. Se acostumbraron a verme como parte del mobiliario.
¿Y qué hacía yo siete horas sentado en aquella ventanilla? (en realidad eran seis porque disponía de media hora para salir a desayunar y dedicaba otra media hora a archivar documentos). Al principio, maldecir mi mala suerte e idear atracos perfectos mientras observaba lo que ocurría tras el cristal blindado de mi reclusión. Pronto descubrí una vieja máquina de escribir y pedí permiso para usarla. En el mes de junio me había apuntado a clases de mecanografía. Nada. Apenas dos semanas. Lo justo para saber donde colocar las manos y qué dedo debe pulsar cada tecla. Decidí practicar lo aprendido en aquella máquina de escribir. Vale, ya tengo la máquina. ¿Y ahora qué escribo? 
wwwfffjjjiiilllxxxmmm.
Esto no tiene sentido. Mejor intentar escribir frases.
Mi mamá me mima.
El banco me aburre.
No sigamos por ahí que además de ridículo puede llegar a ser embarazoso si alguien echa un ojo a mis papeles. Surje la idea: escribir letras de canciones. Estupendo. Lo ideal es copiar canciones con mucha letra. Si supiera inglés copiaría el cancionero de Bob Dylan, pero con mis conocimientos de 1994 no había mejores candidatas que las canciones de Radio Futura. Me las sabía de memoria y contaban con más versos y estrofas de lo habitual en los grupos de rock españoles. No me limitaba a Radio Futura. También copié canciones de Gabinete, Loquillo, La frontera, 091, de los scouts... seis horas diarias durante dos meses, aun con el ritmo torpe del principiante, dan para muchas canciones. Pero ya digo que mis favoritas eran las de Radio Futura. Y de entre ellas, la número uno, la que copié más veces, al menos una vez al día, es la que empieza con Dime dónde vas, dime dónde vas...


Junio de 2007.  Sólo tres años y ya había cambiado de vida otra vez. Un año en el extranjero había ampliado mis horizontes, incluidos los musicales, hasta donde no habría imaginado tras el cristal blindado de la oficina siniestra. Faltaban pocos días para que viajase a Finlandia por primera vez. Allí me espera Johanna. Juan Perro, la nueva encarnación de Santiago Auserón, da un concierto en la ciudad y mi hermana sugiere que vayamos a verlo. Está de gira presentando su último trabajo, La huella sonora. El primer single del disco, A la media luna, es muy bueno. Tengo el CD. No recuerdo si lo compré o me lo regalaron (pido disculpas si se trata de esto último). Lo que sí recuerdo es que no me gustó demasiado. Una canción estupenda y el resto no me decía nada.


Una calurosa noche de ese mes Elena y yo vimos actuar a Santiago Auserón (nunca le llamamos Juan Perro, lo siento) en una explanada del interior del Alkazar de los Reyes Cristianos. Fue una noche memorable. Un acontecimiento especial compartido con mi hermana en el momento en el que estábamos dejando, poco a poco, de vivir bajo el mismo techo. Recuerdo que no había mucho público (yo sólo había ido a conciertos de plaza de toros abarrotada) y pudimos acercarnos al escenario. Desde esa cercanía me llamó la atención la barriguita cervecera que lucía el que fuera flaco cantante de Radio Futura. Qué viejo está, pensé.
En lo musical el concierto fue un pequeño fiasco. El problema es que yo quería escuchar a Santiago Auserón y allí el que actuó, tal y como estaba anunciado en el cartel, fue Juan Perro, cuyo trabajo ni conocía ni me atraía. Aquello pareció ser el punto final. Me marché a otra ciudad, y luego a otra, y luego a otra, y regresé a Córdoba, y me volví a marchar a otra ciudad, y luego a otra. Y durante todo ese tiempo dejé de escuchar la voz de Santiago Auserón. Otras muchas voces, casi todas nuevas para mí, ocuparon mi atención.

Año 2006. El tiempo futuro imposible de preveer en aquel lejano concierto de Juan Perro. El tiempo pasado que cimentó mi presente actual. El año que Sonia y yo nos dimos cuenta de que lo nuestro iba en serio. El año en que aprobé las oposiciones. El año en que Santiago Auserón recuperó su nombre bautismal para, en compañía de su hermano, sacar un disco de versiones.

Dos terceras partes de Radio Futura tocando rock. Nada de ritmos cubanos. Aquello prometía. Y cumplió con creces. Es un disco magistral que no he dejado de escuchar desde hace ya ocho años. Que no dejamos de escuchar, mejor dicho. Porque Sonia comparte mi entusiasmo y muchas veces lo hemos puesto en el coche. Hasta Héctor se ha apuntado al carro. Esta tarde estaba cantando Suéltame (Set me free, The Kinks) mientras coloreaba unos dinosaurios.


Se podría decir que es fácil sacar un buen disco partiendo de canciones que son clásicos indiscutibles. Yo pienso lo contrario. Es complicadísimo conseguir lo que los hermanos Auserón han hecho en este disco: que las versiones sean tan personales como fieles al original. Completamente diferentes y sin embargo amoldándose al clásico que guardamos en la memoria. Eso sin mencionar el increíble trabajo que han hecho con la traducción de las letras. Traducir al español el texto, manteniendo su significado original e incluso su sonoridad (Suéltame suena parecido a Set me free, cuando la traducción más esperada hubiera sido Déjame, mucho más sosa en todos los sentidos) y aún así encajando perfectamente en la melodía. En mi opinión Las malas lenguas es un disco que justifica por sí solo la carrera de un músico. Hay que tener mucho valor y mucha confianza en uno mismo para atreverse a versionar, traduciendo al castellano, una canción como Hard to handle. Y hay que tener mucho talento para coronar con éxito la empresa. He aquí el resultado. Primero escuchemos la versión de Otis Redding:


Ahora comparemos la letra original con la traducción de Santiago Auserón. Se puede comprobar el esfuerzo por mantener el significado, las metáforas y la sonoridad (let me light your candle - que te dé candela en uno de los versos más endiablados y que Otis canta a toda galleta). Lo mejor de todo es que la nueva letra cabe en la misma canción, siguiendo el mismo ritmo y haciendo las mismas pausas (a pesar de que los monosílabos ingleses son sustituidos por polisílabos castellanos, acentuados siempre donde corresponde).
Baby, here I am
I'm the man on the scene
I can give you what you want
But you got to go home with me
I forgot some good old lovin'
And I got some in store
When I get to throwin' it on you
You got to come back for more
 

Boys and things that come by the dozen
That ain't nothin' but drug store lovin'
Pretty little thing, let me light your candle
'Cause mama I'm sure hard to handle, now, gets around


Action speaks louder than words
And I'm a man with a great experience
I know you got you another man
But I can love you better than him
Take my hand, don't be afraid
I wanna prove every word I say
I'm advertisin' love for free
So, won't you place your ad with me

Boys will come a dime by the dozen
But that ain't nothin' but ten cent love
Pretty little thing, let me light your candle'
'Cause mama I'm sure hard to handle, now, gets around


Baby, here I am
I'm a man on the scene
I can give you what you want
Just come go home with me
I forgot some good old lovin'
And I got some in store
When I get through throwin' it on
You got to come back for more

Boy will come a dime by the dozen
But that ain't nothin' but drug store love
Pretty little thing, let me light your candle'
Cause mama I'm sure hard to handle, now, yes around


Give it to me
I got to have it
Give me some good 'ole lovin'
Some of your good lovin'

Oye. Mírame bien, hace rato que no me hablas
Sé lo que está pasando aquí
porque tengo muchas tablas
Guardo amor del mejor en reserva para ti
Pruébalo y ya verás como vuelves a por más

Juguetitos hay por docenas
en la tienda que no valen ná
Déjame que yo te dé candela
ay nena, te juro que soy duro de pelar


Actos y menos hablar
yo soy un tipo con experiencia
Sé que te gusta tontear
pero yo no tengo paciencia
fuera el miedo, ven acá, dime donde hay que firmar.
Voy por ahí regalando amor y tú me intentas regatear

Juguetitos hay por docenas
en la tienda que no valen ná
Déjame que yo te dé candela
ay nena, te juro que soy duro de pelar


Oye. Mírame bien, hace rato que no me hablas
Sé lo que está pasando aquí
porque tengo muchas tablas
Guardo amor del mejor en reserva para ti
Pruébalo y ya verás como vuelves a por más

Juguetitos hay por docenas
en la tienda que no valen ná
Déjame que yo te dé candela
ay nena, te juro que soy duro de pelar

Oye
Yo quiero hablarte y quiero darte amor
Yo quiero darte amor, yo quiero darte amor
Yo quiero darte amor

Escuchemos ahora la versión de Santiago Auserón, interpretada con el punto de chulería necesario. Lo único que hecho en falta son los instrumentos de viento, que han sido sustituidos por el teclado y, claro, no es lo mismo.


Verano de 2014. Por fin llegamos al presente. Otro verano acompañado por la voz de Auserón. Su voz, tan familiar, resuena en mi interior mientras leo El ritmo perdido. No es una lectura fácil.
Teníamos [en la adolescencia] nuestro punto esnob, leíamos a Freud y a Castilla del Pino sin entender nada de nada (...). No entender nada era una situación normal por aquel entonces. Algunos le cogimos el gusto y seguimos practicando.

Cada vez que me encuentro con un libro impenetrable se convierte en un reto para mí y casi siempre acaba por gustarme, al cabo de unos años. (...) Después de varios intentos infructuosos, quizá realizados antes de tiempo, un día cae el velo, se despeja el camino, algo cede de pronto, uno admite como legítima toda libertad con el lenguaje, y prosigue la lectura riéndose a carcajadas. La dificultad intelectual y la risa tienen mucho que ver, en mi opinión.

Pues se ve que Auserón nos quiere hacer reír. Apabulla con referencias, notas a pie de página, nombres de músicos y estilos musicales olvidados y citas eruditas. Amante de las lecturas crípticas, es partidario de que sea el lector, con su atención activa, el que se gane el derecho a comprender el mensaje. El templo de la sabiduría no abre sus puertas fácilmente. Hay que merecer la entrada. Así, en el capítulo El gato encerrado hace un estudio antropológico, histórico y musical sobre la identificación de los animales con las personas. Todo para ocultar la razón por la que decidió ser Perro (razones literarias, alega, sin exponer cuáles). En el capítulo El panteón de la rumba se mete en berenjenales etimológicos (rombo-rumbo-rumba) y en explicaciones musicales de un tecnicismo que se escapa a un profano como yo. Abro una página de ese capítulo al azar y copio:
La clave de son incita a la continuidad, su fluir rítmico se aligera con cada repetición, se intensifica hasta llegar al montuno. Respecto a ella, la clave de rumba desplaza solamente una semicorchea en la tercera nota del segundo compás, creando un rincón imprevisto: esquina de sombra, silencio y golpe inmediato, sensación de alerta entre dos compases, ocasión para el gesto de felino al acecho.
Se produce un diálogo constante en mi cabeza entre lo que leo y lo que he escuchado durante tantos años. Empezando por el subtítulo del libro. Leo Sobre el influjo negro en la canción española y mi memoria responde Semilla negra. Leo:  
Ciertos patrones rítmicos duran más que un imperio, quizá más que una lengua, suscitan cuestiones comparables a los grandes asuntos geopolíticos, aunque no conocen fronteras. En ellos no está comprometida la propiedad de la tierra, ni el carácter de un pueblo. Son estructuras dinámicas que se fortalecen en la variación y el intercambio, células invisibles que no enferman ni hacen enfermar, pero se contagian como un virus de un cuerpo a otro.
Y mientras lo leo, en mi cabeza suena A cara o cruz:
Porque el amor es una enfermedad
que una vez contraída no se cura
Y por más que uno quiera perdura
y se contagia con facilidad
Antes de entrar en materia, Auserón esboza una breve autobiografía con recuerdos de su infancia y juventud que es un tesoro para sus seguidores. Para mí ha supuesto un redescubrimiento de su figura. Por lo pronto es mayor de lo que imaginé (No es que esté mayor, como pensé cuando lo vi de cerca en 1997, es que es mayor). Ayer cumplió sesenta años. Cuatro más que Jaime de Urrutia y Antonio Vega; cinco más que Carlos Berlanga; seis más que Loquillo y Julián Hernández; siete más que Germán Coppini, Carlos Segarra y Rafa Sánchez; ocho más que Álvaro Urquijo; nueve más que Alaska y Nacho Cano; diez años más que David Summers. De los músicos españoles que triunfaron con sus grupos en los años 80 sólo Manolo García, nacido en 1955, se acerca en edad a Santiago Auserón (1954).
De la vida de Auserón yo sólo conocía que había nacido en Zaragoza y que había estudiado Filosofía en París. Esto último me hizo creer que provenía de una familia de clase media acomodada. Error. Las circunstancias vitales de la infancia de Santiago Auserón tienen más en común con las de mis padres (sólo seis años mayores que él) o con la de Antonio Muñoz Molina (1956) que con las de sus coetáneos musicales. Muy joven tuvo que ponerse a trabajar. Lo hizo de delineante en la empresa en la que trabajaba su padre. Se sacó el Bachillerato por libre. Así lo cuenta:
Trabajando en el canal de El Granado, mientras vivía en Castillejos y en La Puebla, no tuve más posibilidades de estudiar que hacerlo por mi cuenta. Don Manuel, el maestro de escuela de Castillejos, me ayudó hasta cuarto de bachiller y luego renunció honestamente a cobrar por estudiarse los libros a la vez que yo. Me presentaba por libre a los exámenes en el instituto Ramiro de Maetzu de Huelva. Hasta entonces había sido un alumno mediocre, pero de pronto empecé a experimentar cierta avidez intelectual -cosa que de por sí no es particularmente loable-, y las dificultades para llevar adelante los estudios no hicieron más que servir de acicate. ¿Basta que el aprender deje de ser obligación impuesta para que se transforme en objeto de deseo? Bastaría, quizá, si la cultura fuese aceptada socialmente como placer u objeto de lujo, tan deseable para el adolescente como una moto o el primer automóvil. Por suerte o por desgracia no es así, casi nadie reconoce que el pensamiento viaja más rápido que los medios de transporte (...). Yo me consideraba como un trabajador que se atreve a aspirar al mayor lujo de los antiguos linajes, como un negro que en vez de soñar con adueñarse de la fábrica o pegarle fuego a los campos de algodón pasase directamente a saltar de nube en nube, quizá en pos de la procesión de los santos.
De Huelva trasladaron a su familia a Madrid. Allí continuó trabajando de delineante al tiempo que ingresó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Complutense en horario nocturno. Parece el personaje de El guitarrista, la novela de Luis Landero (otro que es casi de su quinta).

En fin, que con la lectura del libro todavía inacabada nos dirigimos al auditorio Batel para presenciar el homenaje que el festival La mar de músicas concede a Omara Portuondo. El encargado de entregar el premio no es otro que Santiago Auserón / Juan Perro. Ahí estaba, tan envarado y nervioso como se aprecia en la foto, intimidado por la presencia de la diva:


Y yo, desde mi butaca, mientras disfrutaba de la estupenda orquesta Buena Vista Social Club, me asombraba de pensar que hace ya un cuarto de siglo que vi por primera vez actuar a este pedazo de artista. Otros me han gustado más, me han emocionado más, me han acompañado más, pero ninguno abarca un periodo tan amplio. Desde la infancia a la madurez. Y lo que queda por vivir. Porque ahora estoy preparado para adentrarme, de la mano de Juan Perro, en los ritmos cubanos, en la Zarabanda o en lo que proponga este músico filósofo y vagabundo.
Alabados sean los pies del viajero,
la huella sonora que persigo yo...