Cita



El momento de la verdad nunca llega, el momento de la verdad nunca se va.
Ramón Eder
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viernes, 6 de octubre de 2017

1999, any zero

En los años 90 Barcelona era el no va más de la modernidad en la península Ibérica. Así lo creía yo, muy en sintonía con lo que escribe Ramón González Férriz en este artículo. Barcelona era más europea, menos caótica, más hospitalaria, menos agresiva, más abierta al mundo que ninguna otra gran capital (sobre todo que la capital). Madrid era sinónimo de atasco en la M30; Barcelona, de racionalidad urbana con su Ensanche y obras olímpicas. Entre Pasqual Maragall y Álvarez del Manzano no había color.


Sí, es verdad, estaba todo el asunto del nacionalismo catalán. Pero, desde mi óptica, se trataba de un un problema sobredimensionado y utilizado con meros fines electorales. Al fin y al cabo, el PP, que tanto criticó la política lingüística de la Generalitat, no tuvo reparo en implantar su propia inmersión lingüística en otras comunidades bajo su gobierno (Galicia y Valencia, por ejemplo). Y los mismos que saludaban desde el balcón a quienes gritaban Pujol, enano, habla castellano a las pocas semanas confesaban hablar catalán en círculos íntimos. Al único intelectual "de izquierdas" que recuerdo criticar los desmanes del nacionalismo catalán en aquellos años es Félix de Azúa (Savater, el pobre, ya tenía suficiente trabajo con el vasco, que llevaba de premio una banda de asesinos y secuestradores). Ya un poco más tarde empecé a leer a Arcadi Espada. Pero tanto a Azúa como a Espada e incluso al Savater articulista les puede con frecuencia su altivez. Escriben de maravilla y son elocuentes en sus razonamientos pero, a veces, dan la impresión de forzar los argumentos un poco más de la cuenta con el único objetivo de dejar en evidencia el (bajo) nivel intelectual de quienes opinan lo contrario. Se gustan demasiado y esto les resta un punto de credibilidad.

Mi creencia era que, como los tumores, había nacionalismos malignos y otros benignos y el catalán se encontraba en esta segunda categoría. Y, en todo caso, los nacionalistas vivían en la Cataluña rural, como se encargaban de repetir siempre los analistas políticos. Barcelona era, repito, pura modernidad, apertura y vanguardia cultural. Por eso, cuando Johanna y yo decidimos buscar nuestro futuro en España (descartando Finlandia, Reino Unido y alguna otra opción que barajamos), elegimos la capital catalana como el lugar ideal. Llegamos a la estación de Sants a finales de septiembre de 1999 tras viajar toda la noche en tren y un taxi nos llevó a la pensión que teníamos reservada por una semana. Pensamos que sería tiempo sufiente para encontrar un apartamento de alquiler. Éramos ingenuos y optimistas. También afortunados, porque antes de que finalizara tan breve plazo encontramos apartamento (Calle Rocafort 146) y Johanna empleo (gracias a la ayuda de mi primo Quico). Para mayor suerte, en una ciudad tan grande, el puesto de trabajo de Johanna estaba en la calle Numancia a menos de 15 minutos andando de nuestra nueva casa. Unos pocos minutos más, caminado en dirección contraria, y llegábamos a la plaza de Cataluña. La plaza de España estaba a la vuelta de la esquina. Es posible que me equivoque pero creo recordar que el precio del alquiler era de 54.000 pesetas mensuales (tal vez 64.000. No más, eso seguro). En aquella época, previa al boom inmobiliario y a Airbnb, era posible alquilar un apartamento céntrico y decente para los jóvenes que iniciábamos nuestra andadura.

Llegamos en septiembre de 1999 y nos marchamos en febrero de 2000. Recibimos el nuevo milenio en la plaza de Cataluña, rodeados de turistas extranjeros (la mayoría italianos), disfrutando de un espectáculo asombroso de la Fura dels Baus. No duramos mucho en Barcelona. No fue por culpa de la ciudad. Éramos nosotros. Pero en esos cuatro meses largos, en los que tuve tiempo de sobra para pasear y para mirar la ciudad con ojos golosos, vi cosas que nunca hubiera imaginado. Algunas las llegué a poner por escrito en un cuaderno que conservo. Esto es del jueves 14 de octubre de 1999:
Hemos aterrizado en la ciudad condal en plena recta final de la campaña electoral al parlamento autonómico [Fueron las últimas elecciones de Pujol y las primeras de Maragall. Ganó este último en votos pero obtuvo más escaños el primero]. Lamentablemente no he tenido tiempo de seguirla.(...)
A pesar de mi momentánea desconexión sobre lo que pasa en el mundo
[no teníamos televisión ni acceso a internet. Tampoco comprábamos la prensa], he sido testigo de un acontecimiento que merece figurar en la antología del disparate nacionalista. Sucedió en la festividad del Pilar, día de la hispanidad. Al partido de los verds se le ocurrió celebrar, junto al monumento a Colón, un acto de desagravio para con los pueblos suramericanos que fueron conquistados y sometidos al "yugo colonial español". Para ello invitaron a representantes de los colectivos de inmigrantes y otras asociaciones relacionadas con latinoamérica. La práctica totalidad de asistentes al acto eran hispanoparlantes y sólo unos pocos entendían el catalán. A ninguna persona de bien se le escapa que la escasa implantación de los idiomas precolombinos en la actualidad se debe al feroz imperialismo español. Por eso, al llegar la hora de los discursos, la candidata del partido declinó utilizar el "idioma de los opresores". Con ello evitó herir las susceptibilidades históricas de los presentes. Lo de menos es que los destinatarios de estos honores y miramientos no pudieran entender lo que sin duda fue un emocionante alegato contra la abyecta corona española y sus funestos fines. Otra vez será.
Me pregunto que habrán hecho, sentido, pensado esta semana los niños de la foto
 Muy cerca de nuestro apartamento, en la plaza Joan Miró, había una pequeña biblioteca muy agradable, rodeada de agua y con grandes ventanales que dejaban entrar la luz y la vista del parque. Cuando entré la primera vez me llevé una gran sorpresa al descubrir que muchos títulos estaban traducidos al catalán...... del español. Comprendo perfectamente que haya lectores que prefieran leer a Dickens, Pennac o Kapuscinski en catalán antes que en español. Al fin y al cabo se trata de traducciones necesarias por la dificultad (o directa incapacidad) de entender el inglés, el francés o el polaco. Puestos a traducir que se haga en el idioma que más me gusta. Vale. Bien.
Pero no me cabe en la cabeza que existan lectores que, siendo capaces de comunicarse perfectamente en castellano, prefieran leer una traducción al catalán de obras de Marías, Savater o Mendoza. A lo mejor es una tontería, pero para mí fue un jarro de agua fría en la idea cosmopolita y moderna que tenía de Barcelona. Me parece el colmo del aldeanismo.


De esto no me acordaba. Lo escribí el jueves 28 de octubre de 1999 (se ve que los jueves tenía más tiempo libre):
Esta mañana una compañera de trabajo ha recriminado a Johanna que no esté aprendiendo catalán. "No te vas a integrar si no lo aprendes. Es una pena, porque nosotros somos catalanoparlantes. Pero bueno, a ti te hablaré en castellano".
El olvido se debe a que no fui yo quien sufrió la descortesía. Pero recuerdo lo alterada que vino Johanna de la oficina. Trabajaba en una de las sedes centrales del Deutche Bank, en el departamento de contratos si no recuerdo mal. El banco alemán estaba domiciliado en Barcelona. Había al menos tres sedes con oficinas centrales: una en la calle Numancia, otra en Sant Cugat del Valles y otra en la Diagonal. En su trabajo Johanna no mantenía ningún tipo de contacto con clientes (que en todo caso serían todos los clientes españoles, puesto que, repito, trabajaba en la sede central del banco. No había otro departamento como el suyo en Madrid ni en ninguna otra ciudad española).
En la entrevista de trabajo, mantenida en español, no se hizo mención en ningún momento que hablar catalán fuese un requisito para obtener el puesto. Todos los documentos, todas las instrucciones, el único idioma de trabajo en esas oficinas era el castellano.
No sé cuántos idiomas hablaba la compañera maleducada y borde. Johanna, en esa época, dominaba perfectamente el finés, el sueco, el inglés y el español. Y no tengo duda de que, si nos hubiésemos quedado a vivir allí, también habría aprendido catalán. Le gustaban mucho los idiomas (aunque ahora recuerdo que el catalán no le hacía gracia porque decía que sonaba como el ruso. Muchos finlandeses, Johanna entre ellos, padecen rusofobia en mayor o menor grado). Yo lo hubiera tenido más complicado porque me da mucha pereza estudiar un idioma. Me pasó en Helsinki, donde apenas mejoraba mi finés porque en todas partes me comunicaba sin problemas en inglés. Y nadie me espetó nunca una frase de ese estilo. Nadie me recriminó nunca tener que utilizar el inglés para que yo pudiera entender y participar en la conversación.
Hace cinco meses regresé a Finlandia con motivo de un proyecto Erasmus+ del que soy coordinador. Estuve una semana realizando actividades en un instituto de una pequeña localidad a 20 km de Helsinki. Un mismo edificio, con algunas instalaciones comunes (comedor, hall, pistas deportivas...) y otras no (laboratorios, aulas, salas de reuniones) albergaba a los dos institutos del pueblo: el sueco-parlante (nuestro socio en el proyecto) y el finés-parlante. He ahí un ejemplo claro de bilingüismo respetando los derechos de todos los ciudadanos incluidas las minorías (en este caso los suecos). Las familias suecas tienen derecho a que sus hijos estudien en sueco y no por eso dejan de aprender finés (imposible, están inmersos en ella y la asignatura de finés tiene mucha carga horaria). Las familias finlandesas tienen derecho a que sus hijos estudien en finés y no por eso dejan de aprender sueco (mucha carga horaria). ¿Dónde está la segregación si además comparten instalaciones?
En Cataluña, se quiera o no reconocer, la política lingüística no está al servicio de los derechos ciudadanos sino de la "integración" social. El objetivo es conseguir que las familias hispanoparlantes alcancen la condición de ciudadanos catalanes mediante la asunción del credo nacionalista. Hay que estar muy ciego para no reconocer que hay catalanes de 1ª (o catalanes a secas) y catalanes de 2ª (estos realmente no son considerados catalanes. Son gente de paso). Aquello de todos somos iguales pero algunos somos más iguales que otros. Es lo que estaba implícito en la conversación que tanto alteró a Johanna. Verás, tú crees que somos iguales porque eres ciudadana de la UE, con permiso de residencia, hablas perfectamente una de las dos lenguas oficiales, tienes un buen trabajo... Pues no, estás equivocada. Para que seamos iguales, para alcanzar la ciudadanía plena debes hablar catalán (primer paso para pensar como un buen catalán).

Comedor y sala de usos múltiples que comparten el instituto finés-parlante y el  sueco-parlante de Sipoo/Sibbo
Durante mis paseos por Barcelona, aparte de carteles electorales, me encontraba con otros en los que se veía un convoy de carros de combate desfilando por la Diagonal con la siguiente leyenda en rojo:
1939 BARCELONA ANY ZERO    història gràfica de´l ocupació de la ciutat
Anunciaba una exposición en el Museu D´Història de la Ciutat con motivo del cuarenta aniversario de la entrada de las tropas franquistas en Barcelona. En 1999 todavía no estaba de moda la recuperación de la memoria histórica y nadie conocía al diputado Rodríguez Zapatero que pocos meses después sería nombrado secretario general del PSOE (con el apoyo del PSC). El museo de historia de Barcelona fue, pues, uno de los pioneros en la "recuperación" de la memoria histórica en su versión más perversa, la que podríamos llamar historia-ficción al servicio de una ideología. Yo tenía muy reciente la lectura de cuatro libros que abarcaban el meollo de la cuestión:
  • La república española y la guerra civil de Gabriel Jackson. Me encantó. Lo leí sufriendo por el desenlace de los acontecimientos aun sabiendo el final de antemano. Pensé mucho en mi abuelo. En mis abuelos. Me apenaba desconocer tanto de sus vidas.
  • Causas de la guerra de España de Manuel Azaña con prólogo de Gabriel Jackson. Son 11 artículos escritos en Collonges-sous-Saléve en 1939.
  • Franco de Paul Preston. También me gustó pero no fue una lectura agradable. Me obligué a leer un capítulo diario como quien toma una medicina necesaria.
  •  Los españoles en guerra de Manuel Azaña con prólogo de Antonio Machado. Contiene los cuatro discursos oficiales pronunciados por el presidente de la República durante la guerra civil. Se imprimió por primera vez en Barcelona en enero de 1939, bajo el cuidado de su autor. 
Podría añadir algún otro libro más a la lista (las memorias de Francisco Ayala, por ejemplo) pero no merece la pena. Sólo quiero recalcar que, sin ser ningún experto ni historiador, tampoco era un completo ignorante de lo acontecido en esa triste época histórica.


Nunca imaginé que una institución pública pudiera programar una exposición tan sectaria y manipuladora como la que me encontré en la Casa Padellás. En ningún lugar, pero menos aún en Barcelona. Por Dios, pero si hasta el mismo Gabriel Jackson había elegido esta ciudad para retirarse a vivir tras su jubilación. ¿Cómo es que ningún intelectual se había manifestado denunciando el timo?
Cualquier visitante que desconociera la historia de la guerra civil saldría de la exposición convencido de que la guerra consistió en una invasión del ejército dictatorial español para acabar con las instituciones democráticas catalanas. Todas las imágenes, todos los documentos (terroríficas las condenas a muerte) recreaban una única secuencia: reuniones pacíficas de asambleas y grupos políticos nacionalistas, noticias sobre la declaración de independencia, guerra (únicamente en territorio catalán) y posterior represión (ídem). Todas las víctimas eran demócratas catalanes. Los causantes de las matanzas: fascistas españoles.
Ninguna contextualización. No fue una guerra de españoles contra españoles sino de españoles contra catalanes. No existían matanzas fuera de Cataluña. Madrid no fue ocupada por ningún ejército vencedor. No hubo masacres en la carretera de Málaga a Almería, ni en Badajoz, ni...

Alguien podría argumentar, siendo muy naif, que el Museo de Historia de Barcelona se limitaba a exponer lo sucedido en la ciudad por tratarse de un mueso de historia local. Pero no es verdad. Primero porque la muestra exponía los acontecimientos sucedidos en toda Cataluña, no sólo en su capital. Y segundo, lo que es infinítamente peor, porque ocultaba todo lo relacionado con las instituciones republicanas españolas. Las brigadas internacionales no se despidieron con un desfile en Barcelona. Es conocido que las brigadas vinieron a auxiliar a la República Española, no a la Generalitat de Cataluña. Tampoco Barcelona fue la última sede del gobierno republicano español antes de partir al exilio. Entre otras razones porque en el Museo de Historia de Barcelona no hay señal de que existieran demócratas españoles (no catalanes, se entiende) ni que tuvieran que exiliarse al final de la guerra. El último discurso de don Manuel Azaña como presidente de la República Española no fue en el Ayuntamiento de Barcelona... Y así podríamos seguir con la lista. Vergonzoso. Escribí un comentario indignado en el libro de visitas y me marché con mal sabor de boca.


Lo que está sucediendo estos días me está dejando algo peor que un mal sabor de boca. Rabia, tristeza y preocupación en proporciones variables según el momento. Rabia por tener que presenciar actuaciones de una irresponsabilidad criminal por parte de quienes deberían preocuparse por el bienestar de los ciudadanos y lo único que persiguen es enfrentarlos. Tristeza por todo. Preocupación porque ya no hay solución buena (yo no la veo) y la deriva puede ser terrible (esperemos que no).

También tengo la sensación incómoda de haberme dejado engañar. De no haber querido ver lo que saltaba a la vista. Leo la prensa, veo las noticias y todo me recuerda a los meses que viví en Barcelona. El escalofriante artículo de Isabel Coixet publicado el martes tiene su correspondiente reflejo en otro que publicó Arcadi Espada en diciembre de 1999.

Es difícil poner una fecha en la que comienzan los movimientos sociales. Pero para mí 1999 es el any zero del procés.
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sábado, 14 de febrero de 2015

Hace un año

Viernes, 14 de febrero de 2014

A las siete y media suena el despertador. Me levanto y empiezo a preparar el desayuno. A las ocho menos diez despierto a Héctor. Hoy le cuesta salir del sueño. Le tengo que dar una sesión extra de besos para lograr que abra el ojo y emita un gruñido. No un gruñido cualquiera, sino el de un verdadero braquiosaurio que anuncia el comienzo de su ritual matutino: agarra con una mano el elefantito, con la otra el Nico-Nico y rugiendo con fiereza gatea por la cama hasta encaramarse sobre mis hombros. Desde esa altura suelta a sus presas y dando media voltereta cae sobre mi regazo. Ya está listo para ir a desayunar.
Comemos las tostadas en silencio, algo extraño dada la habitual locuacidad con la que se levanta. Se nota que es viernes y arrastra el cansancio de la semana.
A las 8.30 se levanta Sonia. Prepara el bocadillo que se va a llevar a Héctor al colegio y lo viste mientras yo hago lo propio.
A las 8.55 Héctor se suelta impaciente de mi mano cuando ve que los niños están entrando al interior del edificio en lugar de formar una fila en el patio. Cae un chirimiri imperceptible. Algunos maestros intentan organizar las filas pero es demasiado tarde, los niños que van llegando al patio siguen la estela de sus compañeros que ya están dentro. Hoy no hay filas.
Tampoco hay piscina. Todos los viernes, aprovechando que entro tarde a clase, voy a nadar tras dejar a Héctor en el colegio, pero hoy no. Tengo mucho trabajo atrasado y además preveo un día largo. Así que regreso a casa, me ducho y salgo para el instituto.
A las 10, cuando llego a la puerta del instituto, observo un autobús mal estacionado sobre el carril bici. Ha dejado de llover y una decena de personas esperan junto al autobús. Son algunos de los alumnos y profesores que participan en el proyecto Comenius. Van a realizar una visita a Medina Azahara
Saludo a Swetlana. Le preguntó qué tal se lo pasó la noche anterior en el tablao flamenco. "It was great. We enjoyed it". La afirmación no puede ser más incongruente con la expresión seca de su rostro, una mezcla de enfado, desprecio y aburrimiento que resultaría ofensiva de no ser porque me he acostumbrado a ella. En todo momento y circunstancia Swetlana tiene esa expresión de cabreo hosco.
Junto a la conserjería me cruzo con Carla. Intercambiamos unas frases de cortesía y me abruma la efusividad con que se despide: es entonces cuando caigo en la cuenta de que se marchan esta tarde. Me alejo por el pasillo pensando que nunca más volveré a ver a Carla, ni a Swetlana, ni a toda la extravagante tropa que conocí hace año y medio en Rumanía. Me sorprende una punzada de falsa nostalgia.
En la sala de profesores Victoria prepara unas bandejas con dulces, magdalenas y bombones. Hoy cumple 50 años, una cifra redonda.
Llamo a la oficina del Parlamento Europeo en Madrid pero no contestan el teléfono. Llamo a mi jefe de departamento, le extirparon un riñón hace justo una semana. Parece animado.
A las 11.15 vienen a buscarme dos alumnos a los que ayer castigué sin recreo. Hacía al menos dos años que no castigaba a ningún alumno sin recreo. Los llevo al departamento y, mientras ellos hacen tareas y comen el bocadillo, yo inscribo a tres equipos en el concurso Euroscola.
 Y ahí termina la anotación apresurada que hice esa noche en el hospital, tratando de fijar cada detalle de ese día. Me quedé en el recreo. Un año después he olvidado muchas cosas: qué hice en las tres horas de clase, la cara de Héctor cuando nos despedimos de él para ir al hospital, el número de la habitación en que dejaron ingresada a Sonia...

Recuerdo que ese día Sonia preparó un guiso de merluza. Conociéndola, supongo que me acompañó en la comida. Lo supongo, pero no lo recuerdo. ¿De qué hablamos? Ella habría comido un poco antes, con Héctor. No recuerdo si Héctor durmió siesta o se quedó en el salón viendo dibujos animados. Es posible que lo llevara a la piscina (ahora recuerdo que los viernes tenía cursillo de natación. De 16.45 a 17.30). Sí, seguro. Llevé a Héctor a nadar y al regresar a casa mis suegros ya habían llegado de Cartagena. Faltaban dos semanas para la fecha prevista del nacimiento de Pedro y, al igual que hicieron cuando nació Héctor, querían acompañarnos y echar una mano en esos últimos días del embarazo y primeros días del bebé.

Saludé a mis suegros, que estaban contentísimos, y me tumbé en la cama. A pesar de la hora, aprovechando que Sonia y Héctor estaban bien acompañados, eché una siestecita. Al despertar, Sonia me dijo que quería ir al hospital. Llevaba un par de días inquieta porque de vez en cuando notaba húmedas las bragas y no estaba segura de si era orina (por la presión sobre la vejiga) o líquido amniótico. Tampoco era una pérdida significativa ni constante. Se cambiaba de bragas y, al cabo de varias horas, las tenía todavía secas. En cualquier caso, mejor acudir la hospital y salir de dudas. Como no era una emergencia decidimos comer algo antes. No sé si recuerdo o simplemente imagino que cené un bocadillo de jamón. Luego nos despedimos de Héctor (¿qué le digimos?, ¿qué nos dijo?) y de mis suegros. Nos llevamos la maleta que Sonia tenía preparada por si acaso la ingresaban. Por si acaso.

No sé cuántos kilómetros hay de casa al hospital. Si sé que, en coche, se tarda seis o siete minutos por la circunvalación. Nos recuerdo perfectamente en el coche, camino del hospital, alegres. Sonia estaba radiante: "Fíjate si Pedro es bueno que ha esperado a que estén aquí sus abuelos. Qué detalle."
No hubo que esperar. Exploraron a Sonia y, en efecto, era líquido amniótico. Había una fisura en la bolsa. Sonia todavía no tenía contracciones pero la ingresaron. Si no se ponía de parto en 24 horas se lo provocarían.

Así fue. Con la primera pastilla llegaron las contracciones, a un ritmo cada vez más constante. Y a las 18.15 del sábado 15 de febrero nació Pedro.

viernes, 22 de agosto de 2014

Cambio de opinión

Esta mañana, cuando vi el chiste de Forges en El País me pareció exagerado. Un chiste fácil, perezoso y demagógico.


Esta tarde recibí una carta de la Dirección General de Tráfico informándome de que he cometido una infracción. Fue el pasado 2 de agosto en una carretera cercana a Ferrol. Al parecer circulaba a 63 km/h por un tramo limitado a 50 km/h. Hay una foto del coche y un montón de datos técnicos para demostrar que el radar chivato es de lo más fiable. Vale, lo acepto. Supongo que el hecho es cierto, que circulaba 13 km/h más rápido de lo permitido. De lo que estoy seguro es de que no puse en riesgo ni la vida de mi familia ni la de ninguna otra persona que se cruzara en mi camino. Entre otras cosas porque aquel día apenas encontré tráfico en la carretera. De hecho, en la foto que manda la DGT como prueba no se aprecia ningún otro coche en la escena aparte del nuestro.


¿Cuál sería una multa proporcional a una infracción de este tipo? A mí me parece que debería ser algo testimonial. Una advertencia en el sentido de “tenga usted cuidado” o “sea más respetuoso con las señales”. De 20 a 30 euros me parece una cantidad correcta. Para cubrir los gastos infringidos (foto, mandar la carta informando de la infracción, etc.) y algo más. Pues no. La DGT valora la infracción en 100 euros. Toma ahí. Pero si eres bueno y pagas rápido y sin protestar te lo dejan en 50 euros. Y ahora que me digan que no es afán recaudatorio. El chiste de Forges, puro realismo social. Una denuncia necesaria.

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sábado, 26 de julio de 2014

La huella sonora

En la banda sonora de mi vida ningún músico ha tenido la presencia constante de Santiago Auserón. Otros me han gustado más, me han emocionado más, pero ninguno me ha acompañado desde mi niñez hasta ahora mismo, sin dejar nunca de escucharlo.

Octubre 1984 - Junio 1988. O lo que es lo mismo desde 5º a 8º de EGB. Lo que duró en antena La bola de cristal. Final de la infancia. Y aunque el protagonismo se lo llevara Alaska, los electroduendes, la pandilla, la familia Monster, Javier Gurrucha o incluso el dúo Reyes - Carbonell, ahí estaban ya las canciones y la voz inconfundible de Santiago Auserón para incrustarse en la memoria.


Y las letras. Tan cuidadas y evocadoras. Si no, hay tenemos el ejemplo de No se ría de la bruja Avería, uno de los personajes más subversivos del programa. ¡Viva el mal, viva el capital!
No se me ocurriría reírme de la bruja Avería pero me parto con el siguiente vídeo. Auserón siempre ha tenido un punto chuleta que forma parte de su encanto pero aquí se pasa de rosca:


Verano de 1990. Dos años en esas edades es todo un mundo. De hecho, me parece otra vida. Acabamos de mudarnos y el instituto no tiene nada que ver (afortunadamente) con el colegio. En un mercadillo callejero que se ponía dos veces por semana en mi nuevo barrio compré una cinta (pirata, pero yo no lo sabía) de Radio Futura. Fue una mis primeras adquisiciones musicales y si no me falla la memoria la última cinta. Luego me pasé al vinilo (mis padres consiguieron una cadena, antes sólo teníamos radiocasette) y enseguida llegó el CD.


Ese verano sólo escuché la cinta de Veneno en la piel y otra que me grabó el hijo de unos amigos de mis padres con canciones de los Beach Boys. Pasaba de A a B y de B a A. No había más. Tampoco escuchaba mucha música. Quizás por eso este disco me trae recuerdos tan intensos de esos meses. La bicicleta recién comprada y con la que me iba por las mañanas a Almacenes Blanco y por las tardes al club. El piso, todavía sin amueblar del todo. Cambios y más cambios. Adolescencia.

A finales de verano asistí al concierto que Radio Futura dio en el patio de mi antiguo colegio. Fui con la pandilla del chaval que me había grabado a los Beach Boys. Eran un par de años mayores que yo. Quedar con desconocidos para ir a un concierto era toda una aventura. Un inexplorado espacio de libertad. Pero el concierto en sí me decepcionó. No sabría decir las causas tantos años después. Supongo que la principal es que yo no conocía nada de Radio Futura aparte de su último trabajo. Además, estábamos lejos del escenario. Me aburrí un poco durante la actuación. Eso sí, durante mucho tiempo guardé la entrada en mi cartera y supongo que todavía la conservo en la vieja caja de recuerdos.

Verano de 1992. Ya escuchaba un poco más de música. Sobre todo española. Mi grupo favorito era Gabinete Caligari pero ese verano escuché hasta la saciedad El directo de Radio Futura. Compré el vinilo y lo grabé en una cinta que ponía a todas horas. Buscaba Escuela de calor y encontré Luna de agosto, El tonto Simón, No tocarte... ahí fue cuando me hice fan de Radio Futura y empecé a buscar todo lo relacionado con el grupo. Justo en el momento en que anunciaban su disolución.


Poco a poco fui comprando sus primeros trabajos: La canción de Juan Perro, De un país en llamas, Música moderna... Todos me gustaban. En las cintas que grababa para las fiestas con mis amigos siempre incluía un par de canciones de Radio Futura. Una conocida (Escuela de calor, Enamorado de la moda juvenil, Veneno en la piel, 37 grados) y otra no. Esta última solía ser En un baile de perros. Una vez me sentí estupendo y grabé Dance usted, aún sabiendo que no era el tipo de canción que gustase a mis amigos. ¡Pero yo también tenía que aguantarme con las que ellos ponían, casi ninguna de mi agrado! Además, para alguien tan poco dado al bailoteo como yo, la letra era todo un mensaje de ánimo. Ya sabes:
Primero olvide el miedo y luego mueva un dedo... muy despacio
Libere la presión interior para salir al espacio
No pierda una sola ocasión
Use el cuerpo en otra dimensión...

Mi canción favorita era La estatua del jardín botánico. Nunca la grabé para ninguna fiesta. Era de disfrute privado. Lo que sí hacía a veces era pedirla en los pubs que frecuentaba. Estas peticiones las hacía a través de mi novia. No por timidez, sino porque tenía comprobado que los pinchadiscos sólo hacen caso a las chicas. A mí me ignoraban por completo. Hace tiempo que no la escucho y me emociono al recordar la letra:
Un día más me quedaré sentado aquí
en la penumbra de un jardín tan extraño.
Cae la tarde y me olvidé otra vez
de tomar una determinación...
Verano de 1994. Un verano horroroso. Hice prácticas en una oficina de la Caja Provincial de Ahorros de Córdoba durante los meses de julio y agosto. El horario era de 8.00 a 15.00. Me incorporé el uno de julio, antes de terminar los exámenes de final de curso. El día cuatro me tenía que presentar al final de Derecho Mercantil... y lo suspendí.
Lo peor de las prácticas no es que tuviera que trabajar en verano. ¡Lo peor es que no tenía que trabajar! Las prácticas estaban vacías de contenido. Mis obligaciones eran ninguna y tampoco podía ayudar porque, al parecer, "no estaba preparado" para ponerme en una caja. ¿Entonces para qué me quieren aquí?

Al cabo de un par de días hablé con el director de la oficina. Le pedí que contactara con Recursos Humanos para que me trasladaran a otro puesto en el que pudiera ser de más utilidad (o mejor dicho, de alguna utilidad). El hombre fue claro: las prácticas de los alumnos de segundo son así en todas las oficinas. ¿Entonces por qué solicitan estudiantes? Por marketing, por convenio con la universidad, vaya usted a saber. No había tu tía. Ese es el horror que me esperaba: siete horas sin hacer nada, sentado en la mesa tras una ventanilla cerrada, día tras día durante dos meses.

Lo que debería haber hecho es hablar con los responsables de la universidad, denunciar la situación y marcharme a casa. Ni se me pasó por la cabeza. No tenía por entonces el cuajo ni la iniciativa suficiente. Mi único gesto de rebeldía consistió en rechazar el sueldo que me ofrecían. Fue un gesto intuitivo, no razonado. Doné las 50.000 pesetas a una cuenta abierta que había para ayudar a las víctimas del conflicto en Ruanda. No lo hice por generosidad. Es que no quería venderme tan barato. 50.000 pesetas están muy lejos de ser sufientes para compensar un verano de mierda.
Porque ese verano fue una mierda. Así de feo. No contento con perder el tiempo por las mañanas, también lo perdí por las tardes. Mis padres habían comprado un ordenador y, para rentabilizar la inversión, me apuntaron a clases de informática. Curso intensivo. Todas las tardes. Eran los tiempos del MS-DOS. Y tras pasar así los meses de julio y agosto me esperaba septiembre con su insoportable Derecho Mercantil. Brrrrrr!!!

Pero vayamos al grano que me enrollo. Regresemos a la sucursal bancaria. El mostrador de atención al público formaba una especie de L. En la parte frontal había tres ventanillas y en la parte lateral había una ventanilla y el despacho del director. El mostrador estaba protegido con un cristal blindado hasta el techo que abarcaba todo el frontal y el lateral hasta el despacho del director, oculto a la vista del público. A mí me asignaron la ventanilla lateral. Los primeros días se acercaban los clientes a preguntarme por alguna gestión. Al poco dejaron de hacerlo. Se acostumbraron a verme como parte del mobiliario.
¿Y qué hacía yo siete horas sentado en aquella ventanilla? (en realidad eran seis porque disponía de media hora para salir a desayunar y dedicaba otra media hora a archivar documentos). Al principio, maldecir mi mala suerte e idear atracos perfectos mientras observaba lo que ocurría tras el cristal blindado de mi reclusión. Pronto descubrí una vieja máquina de escribir y pedí permiso para usarla. En el mes de junio me había apuntado a clases de mecanografía. Nada. Apenas dos semanas. Lo justo para saber donde colocar las manos y qué dedo debe pulsar cada tecla. Decidí practicar lo aprendido en aquella máquina de escribir. Vale, ya tengo la máquina. ¿Y ahora qué escribo? 
wwwfffjjjiiilllxxxmmm.
Esto no tiene sentido. Mejor intentar escribir frases.
Mi mamá me mima.
El banco me aburre.
No sigamos por ahí que además de ridículo puede llegar a ser embarazoso si alguien echa un ojo a mis papeles. Surje la idea: escribir letras de canciones. Estupendo. Lo ideal es copiar canciones con mucha letra. Si supiera inglés copiaría el cancionero de Bob Dylan, pero con mis conocimientos de 1994 no había mejores candidatas que las canciones de Radio Futura. Me las sabía de memoria y contaban con más versos y estrofas de lo habitual en los grupos de rock españoles. No me limitaba a Radio Futura. También copié canciones de Gabinete, Loquillo, La frontera, 091, de los scouts... seis horas diarias durante dos meses, aun con el ritmo torpe del principiante, dan para muchas canciones. Pero ya digo que mis favoritas eran las de Radio Futura. Y de entre ellas, la número uno, la que copié más veces, al menos una vez al día, es la que empieza con Dime dónde vas, dime dónde vas...


Junio de 2007.  Sólo tres años y ya había cambiado de vida otra vez. Un año en el extranjero había ampliado mis horizontes, incluidos los musicales, hasta donde no habría imaginado tras el cristal blindado de la oficina siniestra. Faltaban pocos días para que viajase a Finlandia por primera vez. Allí me espera Johanna. Juan Perro, la nueva encarnación de Santiago Auserón, da un concierto en la ciudad y mi hermana sugiere que vayamos a verlo. Está de gira presentando su último trabajo, La huella sonora. El primer single del disco, A la media luna, es muy bueno. Tengo el CD. No recuerdo si lo compré o me lo regalaron (pido disculpas si se trata de esto último). Lo que sí recuerdo es que no me gustó demasiado. Una canción estupenda y el resto no me decía nada.


Una calurosa noche de ese mes Elena y yo vimos actuar a Santiago Auserón (nunca le llamamos Juan Perro, lo siento) en una explanada del interior del Alkazar de los Reyes Cristianos. Fue una noche memorable. Un acontecimiento especial compartido con mi hermana en el momento en el que estábamos dejando, poco a poco, de vivir bajo el mismo techo. Recuerdo que no había mucho público (yo sólo había ido a conciertos de plaza de toros abarrotada) y pudimos acercarnos al escenario. Desde esa cercanía me llamó la atención la barriguita cervecera que lucía el que fuera flaco cantante de Radio Futura. Qué viejo está, pensé.
En lo musical el concierto fue un pequeño fiasco. El problema es que yo quería escuchar a Santiago Auserón y allí el que actuó, tal y como estaba anunciado en el cartel, fue Juan Perro, cuyo trabajo ni conocía ni me atraía. Aquello pareció ser el punto final. Me marché a otra ciudad, y luego a otra, y luego a otra, y regresé a Córdoba, y me volví a marchar a otra ciudad, y luego a otra. Y durante todo ese tiempo dejé de escuchar la voz de Santiago Auserón. Otras muchas voces, casi todas nuevas para mí, ocuparon mi atención.

Año 2006. El tiempo futuro imposible de preveer en aquel lejano concierto de Juan Perro. El tiempo pasado que cimentó mi presente actual. El año que Sonia y yo nos dimos cuenta de que lo nuestro iba en serio. El año en que aprobé las oposiciones. El año en que Santiago Auserón recuperó su nombre bautismal para, en compañía de su hermano, sacar un disco de versiones.

Dos terceras partes de Radio Futura tocando rock. Nada de ritmos cubanos. Aquello prometía. Y cumplió con creces. Es un disco magistral que no he dejado de escuchar desde hace ya ocho años. Que no dejamos de escuchar, mejor dicho. Porque Sonia comparte mi entusiasmo y muchas veces lo hemos puesto en el coche. Hasta Héctor se ha apuntado al carro. Esta tarde estaba cantando Suéltame (Set me free, The Kinks) mientras coloreaba unos dinosaurios.


Se podría decir que es fácil sacar un buen disco partiendo de canciones que son clásicos indiscutibles. Yo pienso lo contrario. Es complicadísimo conseguir lo que los hermanos Auserón han hecho en este disco: que las versiones sean tan personales como fieles al original. Completamente diferentes y sin embargo amoldándose al clásico que guardamos en la memoria. Eso sin mencionar el increíble trabajo que han hecho con la traducción de las letras. Traducir al español el texto, manteniendo su significado original e incluso su sonoridad (Suéltame suena parecido a Set me free, cuando la traducción más esperada hubiera sido Déjame, mucho más sosa en todos los sentidos) y aún así encajando perfectamente en la melodía. En mi opinión Las malas lenguas es un disco que justifica por sí solo la carrera de un músico. Hay que tener mucho valor y mucha confianza en uno mismo para atreverse a versionar, traduciendo al castellano, una canción como Hard to handle. Y hay que tener mucho talento para coronar con éxito la empresa. He aquí el resultado. Primero escuchemos la versión de Otis Redding:


Ahora comparemos la letra original con la traducción de Santiago Auserón. Se puede comprobar el esfuerzo por mantener el significado, las metáforas y la sonoridad (let me light your candle - que te dé candela en uno de los versos más endiablados y que Otis canta a toda galleta). Lo mejor de todo es que la nueva letra cabe en la misma canción, siguiendo el mismo ritmo y haciendo las mismas pausas (a pesar de que los monosílabos ingleses son sustituidos por polisílabos castellanos, acentuados siempre donde corresponde).
Baby, here I am
I'm the man on the scene
I can give you what you want
But you got to go home with me
I forgot some good old lovin'
And I got some in store
When I get to throwin' it on you
You got to come back for more
 

Boys and things that come by the dozen
That ain't nothin' but drug store lovin'
Pretty little thing, let me light your candle
'Cause mama I'm sure hard to handle, now, gets around


Action speaks louder than words
And I'm a man with a great experience
I know you got you another man
But I can love you better than him
Take my hand, don't be afraid
I wanna prove every word I say
I'm advertisin' love for free
So, won't you place your ad with me

Boys will come a dime by the dozen
But that ain't nothin' but ten cent love
Pretty little thing, let me light your candle'
'Cause mama I'm sure hard to handle, now, gets around


Baby, here I am
I'm a man on the scene
I can give you what you want
Just come go home with me
I forgot some good old lovin'
And I got some in store
When I get through throwin' it on
You got to come back for more

Boy will come a dime by the dozen
But that ain't nothin' but drug store love
Pretty little thing, let me light your candle'
Cause mama I'm sure hard to handle, now, yes around


Give it to me
I got to have it
Give me some good 'ole lovin'
Some of your good lovin'

Oye. Mírame bien, hace rato que no me hablas
Sé lo que está pasando aquí
porque tengo muchas tablas
Guardo amor del mejor en reserva para ti
Pruébalo y ya verás como vuelves a por más

Juguetitos hay por docenas
en la tienda que no valen ná
Déjame que yo te dé candela
ay nena, te juro que soy duro de pelar


Actos y menos hablar
yo soy un tipo con experiencia
Sé que te gusta tontear
pero yo no tengo paciencia
fuera el miedo, ven acá, dime donde hay que firmar.
Voy por ahí regalando amor y tú me intentas regatear

Juguetitos hay por docenas
en la tienda que no valen ná
Déjame que yo te dé candela
ay nena, te juro que soy duro de pelar


Oye. Mírame bien, hace rato que no me hablas
Sé lo que está pasando aquí
porque tengo muchas tablas
Guardo amor del mejor en reserva para ti
Pruébalo y ya verás como vuelves a por más

Juguetitos hay por docenas
en la tienda que no valen ná
Déjame que yo te dé candela
ay nena, te juro que soy duro de pelar

Oye
Yo quiero hablarte y quiero darte amor
Yo quiero darte amor, yo quiero darte amor
Yo quiero darte amor

Escuchemos ahora la versión de Santiago Auserón, interpretada con el punto de chulería necesario. Lo único que hecho en falta son los instrumentos de viento, que han sido sustituidos por el teclado y, claro, no es lo mismo.


Verano de 2014. Por fin llegamos al presente. Otro verano acompañado por la voz de Auserón. Su voz, tan familiar, resuena en mi interior mientras leo El ritmo perdido. No es una lectura fácil.
Teníamos [en la adolescencia] nuestro punto esnob, leíamos a Freud y a Castilla del Pino sin entender nada de nada (...). No entender nada era una situación normal por aquel entonces. Algunos le cogimos el gusto y seguimos practicando.

Cada vez que me encuentro con un libro impenetrable se convierte en un reto para mí y casi siempre acaba por gustarme, al cabo de unos años. (...) Después de varios intentos infructuosos, quizá realizados antes de tiempo, un día cae el velo, se despeja el camino, algo cede de pronto, uno admite como legítima toda libertad con el lenguaje, y prosigue la lectura riéndose a carcajadas. La dificultad intelectual y la risa tienen mucho que ver, en mi opinión.

Pues se ve que Auserón nos quiere hacer reír. Apabulla con referencias, notas a pie de página, nombres de músicos y estilos musicales olvidados y citas eruditas. Amante de las lecturas crípticas, es partidario de que sea el lector, con su atención activa, el que se gane el derecho a comprender el mensaje. El templo de la sabiduría no abre sus puertas fácilmente. Hay que merecer la entrada. Así, en el capítulo El gato encerrado hace un estudio antropológico, histórico y musical sobre la identificación de los animales con las personas. Todo para ocultar la razón por la que decidió ser Perro (razones literarias, alega, sin exponer cuáles). En el capítulo El panteón de la rumba se mete en berenjenales etimológicos (rombo-rumbo-rumba) y en explicaciones musicales de un tecnicismo que se escapa a un profano como yo. Abro una página de ese capítulo al azar y copio:
La clave de son incita a la continuidad, su fluir rítmico se aligera con cada repetición, se intensifica hasta llegar al montuno. Respecto a ella, la clave de rumba desplaza solamente una semicorchea en la tercera nota del segundo compás, creando un rincón imprevisto: esquina de sombra, silencio y golpe inmediato, sensación de alerta entre dos compases, ocasión para el gesto de felino al acecho.
Se produce un diálogo constante en mi cabeza entre lo que leo y lo que he escuchado durante tantos años. Empezando por el subtítulo del libro. Leo Sobre el influjo negro en la canción española y mi memoria responde Semilla negra. Leo:  
Ciertos patrones rítmicos duran más que un imperio, quizá más que una lengua, suscitan cuestiones comparables a los grandes asuntos geopolíticos, aunque no conocen fronteras. En ellos no está comprometida la propiedad de la tierra, ni el carácter de un pueblo. Son estructuras dinámicas que se fortalecen en la variación y el intercambio, células invisibles que no enferman ni hacen enfermar, pero se contagian como un virus de un cuerpo a otro.
Y mientras lo leo, en mi cabeza suena A cara o cruz:
Porque el amor es una enfermedad
que una vez contraída no se cura
Y por más que uno quiera perdura
y se contagia con facilidad
Antes de entrar en materia, Auserón esboza una breve autobiografía con recuerdos de su infancia y juventud que es un tesoro para sus seguidores. Para mí ha supuesto un redescubrimiento de su figura. Por lo pronto es mayor de lo que imaginé (No es que esté mayor, como pensé cuando lo vi de cerca en 1997, es que es mayor). Ayer cumplió sesenta años. Cuatro más que Jaime de Urrutia y Antonio Vega; cinco más que Carlos Berlanga; seis más que Loquillo y Julián Hernández; siete más que Germán Coppini, Carlos Segarra y Rafa Sánchez; ocho más que Álvaro Urquijo; nueve más que Alaska y Nacho Cano; diez años más que David Summers. De los músicos españoles que triunfaron con sus grupos en los años 80 sólo Manolo García, nacido en 1955, se acerca en edad a Santiago Auserón (1954).
De la vida de Auserón yo sólo conocía que había nacido en Zaragoza y que había estudiado Filosofía en París. Esto último me hizo creer que provenía de una familia de clase media acomodada. Error. Las circunstancias vitales de la infancia de Santiago Auserón tienen más en común con las de mis padres (sólo seis años mayores que él) o con la de Antonio Muñoz Molina (1956) que con las de sus coetáneos musicales. Muy joven tuvo que ponerse a trabajar. Lo hizo de delineante en la empresa en la que trabajaba su padre. Se sacó el Bachillerato por libre. Así lo cuenta:
Trabajando en el canal de El Granado, mientras vivía en Castillejos y en La Puebla, no tuve más posibilidades de estudiar que hacerlo por mi cuenta. Don Manuel, el maestro de escuela de Castillejos, me ayudó hasta cuarto de bachiller y luego renunció honestamente a cobrar por estudiarse los libros a la vez que yo. Me presentaba por libre a los exámenes en el instituto Ramiro de Maetzu de Huelva. Hasta entonces había sido un alumno mediocre, pero de pronto empecé a experimentar cierta avidez intelectual -cosa que de por sí no es particularmente loable-, y las dificultades para llevar adelante los estudios no hicieron más que servir de acicate. ¿Basta que el aprender deje de ser obligación impuesta para que se transforme en objeto de deseo? Bastaría, quizá, si la cultura fuese aceptada socialmente como placer u objeto de lujo, tan deseable para el adolescente como una moto o el primer automóvil. Por suerte o por desgracia no es así, casi nadie reconoce que el pensamiento viaja más rápido que los medios de transporte (...). Yo me consideraba como un trabajador que se atreve a aspirar al mayor lujo de los antiguos linajes, como un negro que en vez de soñar con adueñarse de la fábrica o pegarle fuego a los campos de algodón pasase directamente a saltar de nube en nube, quizá en pos de la procesión de los santos.
De Huelva trasladaron a su familia a Madrid. Allí continuó trabajando de delineante al tiempo que ingresó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Complutense en horario nocturno. Parece el personaje de El guitarrista, la novela de Luis Landero (otro que es casi de su quinta).

En fin, que con la lectura del libro todavía inacabada nos dirigimos al auditorio Batel para presenciar el homenaje que el festival La mar de músicas concede a Omara Portuondo. El encargado de entregar el premio no es otro que Santiago Auserón / Juan Perro. Ahí estaba, tan envarado y nervioso como se aprecia en la foto, intimidado por la presencia de la diva:


Y yo, desde mi butaca, mientras disfrutaba de la estupenda orquesta Buena Vista Social Club, me asombraba de pensar que hace ya un cuarto de siglo que vi por primera vez actuar a este pedazo de artista. Otros me han gustado más, me han emocionado más, me han acompañado más, pero ninguno abarca un periodo tan amplio. Desde la infancia a la madurez. Y lo que queda por vivir. Porque ahora estoy preparado para adentrarme, de la mano de Juan Perro, en los ritmos cubanos, en la Zarabanda o en lo que proponga este músico filósofo y vagabundo.
Alabados sean los pies del viajero,
la huella sonora que persigo yo...

lunes, 23 de junio de 2014

Con un gol bajo el brazo

El mundo no es simplemente la suma de cosas que existen en él, la red infinitamente compleja en que estas cosas se conectan entre sí. Como en los significados de las palabras, los objetos cobran significado sólo en su relación con otros objetos (...). Un joven alquila una habitación en París y luego descubre que su padre había estado escondido en aquella habitación durante la guerra. Si estos dos hechos tuvieran que considerarse por separado, habría poco que decir respecto a cualquiera de ellos; pero la rima que crean al ser seleccionados modifica la realidad de ambos (...). Estas conexiones son muy comunes en los trabajos literarios pero uno tiende a no verlas en el mundo, pues el mundo es demasiado grande y la vida de uno demasiado pequeña. Es sólo en esos raros momentos en que uno cree vislumbrar una rima en la vida, cuando la mente puede saltar fuera de sí misma y servir como puente para cosas que están más allá del tiempo y del espacio, más allá de la vista y la memoria. (La invención de la soledad. Paul Auster)

Estos días se ha recordado machaconamente que hace cuatro años la selección española de fútbol ganó el Mundial de Sudáfrica. Las televisiones han mostrado una y otra vez a Casillas evitando un gol cantado de Robben, a Iniesta marcando y quitándose la camiseta, a Casillas levantando la copa de campeones... Los aficionados españoles al fútbol no olvidaremos fácilmente esa noche (y si no, ya está la televisión para recordarla). Yo vi el partido en Cartagena en casa de mis suegros. Me acompañaban frente al televisor Sonia, Maria José, Lolo, Vanesa ... y Héctor, aunque este último, con tres meses de vida, dedicaba todos sus esfuerzos a intentar dormirse. Así que pasé gran parte de la final meciendo con el pie la hamaca en la que Héctor estaba acostado. Se durmió ya avanzada la segunda parte y aprovechamos el parón antes de la prórroga para llevarlo a la cuna. Bajamos el volumen de la tele para poder escuchar el llanto del niño (el paso de la hamaca a la cuna era delicado y rara vez se quedaba a la primera) y nos dispusimos a seguir sufriendo.
Así vimos la ocasión de Roben y...... BUAAAA BUAAAA. Sonia salió a calmarlo y en esas estaba cuando marcó Iniesta. Héctor presenció el final del partido, la entrega del trofeo y la celebración en el césped. Parecía increíble: España campeona del mundo.

Esta tarde puse el partido Las Palmas - Córdoba. Estuve viendo el partido a salto de mata, mientras le hacía cucamonas a Pedro y Héctor me enseñaba las fichas del cole (el viernes le dieron los cuadernos del tercer trimestre). No soy seguidor del Córdoba pero me hacía ilusión que ascendiera. El partido pintaba mal. Las ocasiones de Las Palmas se sucedían hasta que terminó por adelantarse en el marcador. El Córdoba estaba jugando fatal pero yo estaba supersticiosamente tranquilo. Tenía el tonto convencimiento de que si el nacimiento de Héctor había coincidido con la conquista del mundial; el nacimiento de Pedro iba a auspiciar el más difícil todavía: el Córdoba jugando en primera división.
El partido era un tostón y lo poco bueno lo ponía Las Palmas. Pedro empezó a inquitarse. Miré el reloj. Mejor darle el bañito ahora que dentro de media hora le toca el biberón y a ver si se queda dormido.

Héctor, me voy a darle un baño a Pedro. Avísame si marca el Córdoba.

Papá - le oigo gritar desde el cuarto de baño -, un jugador se ha quitado la camiseta. Sí, porque se ha hecho daño en la rodilla y se ha quitado la camiseta.- Muy pronto también él se cansa del partido y se pone a jugar.

Oh, qué pena - ahora es Sonia la que me pone al día desde el salón.
¿Qué pasa, ya ha terminado?
No, pero sólo faltan tres minutos.
Bueno, acuerdate del gol de Sergio Ramos en la final de la Champions (yo sigo convencido de que si con Héctor ganamos el mundial con Pedro subimos a primera. ¡Y eso que me considero una persona racional!).

Pongo boca abajo a Pedro para extenderle la crema por la espalda y Sonia y yo nos quedamos un rato embobados con nuestro hijo. ¡Mira como sostiene ya la cabeza!
Mientras termino de ponerle el body le pregunto a Sonia si ha terminado el partido (ya hace tiempo que sólo quedaban tres minutos. No se oyen gritos de celebración por el vecindario. Me cuesta creer que estaba equivocado).
No. Quedan un minuto y veintinueve segundos. El partido está parado.
¿Y eso?
Parecen que han invadido el campo y el arbitro ha parado el partido.

Justo cuando entro con Pedro al salón se reanuda el juego. Un pelotazo al área de Las Palmas y un jugador cordobesista se planta solo frente al portero. Chuta. El portero desvía con la mano la pelota que se desplaza lentamente hasta que otro jugador viene por detrás y remacha el gol. El árbitro pita el final del partido. Ni siquiera se saca de centro. Increíble: el Córdoba está en Primera División. ¡Y de qué manera tan rocambolesca! De los últimos seis partidos (incluyendo los play offs de ascenso) sólo ha ganado uno. ¡El partido de hoy podría haber terminado tres a cero para Las Palmas tranquilamente! Con Pedro en los brazos veo los altercados de los aficionados canarios y la celebración de los jugadores del Córdoba en los vestuarios.

Héctor y Pedro han venido con un gol bajo el brazo. Y pensándolo bien no es de extrañar. Los dos deben su existencia a la Liga española de fútbol. Si su abuelo, Goñi, también conocido entre sus compañeros como "el tanque", no hubiera fichado por el Deportivo de la Coruña, no habría conocido nunca a su abuela Maria José (Un periódico local se hizo eco del acontecimiento: "se casó Goñi, jugador del Deportivo, con la guapísima coruñesa Maria José Pérez Baspiño"). Y ni Sonia, ni Héctor ni Pedro habrían tenido la posibilidad de existir. Así que ¡Viva el fútbol!

Goñi, más conocido en casa como el abuelo Lolo, en su época de jugador


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domingo, 13 de octubre de 2013

Pedro y el blog

El jueves nos enteramos de que íbamos a tener otro niño. Si hubiera sido niña se habría llamado Luna. Un par de días o tres antes de saber que estaba embarazada, la noche del 22 de junio, Sonia contempló la super luna y decidió que ese era el nombre que le gustaría para una niña. Cuando supo de su embarazo me propuso un trato: si es niña le ponemos Luna, si es niño lo eliges tú.

Pues es niño y no tenía nombre. Lo importante es que todo va como debe ir, según nos informó la ginecóloga. Esa tarde estuve pensando en nombres para la criatura. En principio no tenía prisa por buscarle uno, pero tras varias semanas llamándola Lunita se me hacía raro dejar de tener un nombre con el que referirnos a ella.

Pedro. Es un nombre que ya me gustaba para Héctor. Sonia da el visto bueno. Consulto listas de nombres por si acaso. Hay algunos nombres que parecen más bonitos pero no me imagino llamando así a mi hijo. A mi hijo lo imagino Pedro.

Pedro y Héctor. Héctor y Pedro. Dos sílabas. Las mismas dos vocales en el mismo orden. Comparten más de la mitad de los fonemas. Dos nombres muy diferentes pero con un importante sustrato común. Igual que espero sean los hermanos.

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Hoy ha venido mi familia a comer a casa para celebrar mi santo y le hemos dado la noticia. No quería dársela por teléfono y menos aún que se enterasen a través del blog. Por esa razón me quedé con las ganas de escribir esta entrada el jueves por la noche.

Es curioso esto de tener un blog y de que te puedan leer. Nunca pensé que tuviera repercusiones prácticas más allá de pasar un rato entretenido pensando sobre lo que voy a escribir. Mi hermana me ha regalado el libro La invención del Big Bang, de Jean-Pierre Luminet. Está claro que el blog es algo más que un soliloquio.

sábado, 13 de julio de 2013

¿A quién se lo agradezco?

Hace unos días me enteré de cómo se llamaba uno de los socios fundadores de la librería ocho y medio. Muere Jesús Robles, librero de cine - titulaba el periódico. Veo la foto que acompaña la noticia y sí, me suena su cara, aunque creo que nunca me atendió.


Recuerdo perfectamente el momento en que me enteré de la existencia de ocho y medio. Fue hace diez años (¡madre mía!), en el caluroso mes de junio de 2003. Me llamaron de la Delegación de Educación de Guadalajara para hacer una sustitución en un instituto de Azuqueca de Henares. Tomé posesión el día 2 de junio cuando todo el trabajo está prácticamente hecho (anda que hoy en día, con la crisis, van a mandar a un sustituto en esas fechas). Tenía mucho tiempo libre y pasaba casi todas las tardes  y fines de semana en Madrid, como un turista al que encima le pagan dinero. Fue un mes de descubrimientos: el botánico, PhotoEspaña, la Feria del libro... Fue en la Feria donde supe de ocho y medio. La primera vez que fui a la Feria me paré en cada uno de sus estands. Aquello parecía el milagro del pan y los peces pero con libros. Libros y más libros. Aunque, a decir verdad, pocas sorpresas (si descontamos el respingo que di cuando vi a Blas Piñar detrás de un mostrador dispuesto a firmar no se qué panfleto). Hasta que llegué a un estand repleto de libros de cine, muchos en inglés. Librería ocho y medio. ¿Existe una librería especializada en libros de cine? Sí. ¿Dónde se encuentra? Aquí en Madrid, en la calle Martín de los Heros.


Tuve que buscar en el plano dónde estaba Martín de los Heros (Sí señores, hace diez años yo me movía por Madrid con un plano callejero, la prehistoria tecnológica). Quién me hubiera dicho que no iba a olvidar el nombre de esa calle. Yo, que tengo una fastidiosa facilidad para olvidar nombres. Fueron tantas visitas, tantos paseos. Primero solo, luego con Sonia. No sólo la librería: los cines, la plaza de España...

He leído todo lo que se ha publicado sobre Jesús Robles a raíz de su muerte. Así me he enterado, por ejemplo, de que hacía años que ya no tenían estand en la Feria del libro: ¿Debemos los libreros y editores acercarnos al encuentro de los lectores (queda fatal decir clientes, el mundo del libro esta lleno de eufemismos)? ¿No sería mejor que en lugar de esta especie de peregrinación anual al Rocío ( a veces el calor del Retiro le  convierte en polvorientos caminos), centráramos nuestros esfuerzos en que la gente descubriera nuestras librerías?  ¿La librería de su barrio, de su ciudad? ¿No sería mejor que descubrieran la comodidad y el placer de pasar un rato, en un lugar climatizado, sin  la megafonía anunciando firmas como un mantra, escogiendo un libro, sentándose a hojearlo, sin nadie te moleste? ¿Poder escoger en vez de una selección  que tienes que hacer entrar en una caseta de 4x 2 metros,  metros y metros de estantería, agradablemente clasificados, por temas, alfabéticamente, y en un número infinitamente mayor?


Me hubiera gustado felicitar a Jesús Robles porque no he conocido ninguna librería tan acogedora y en la que fuera tan agradable pasar un rato como la suya. Ninguna con tanto gusto para decorar el escaparate y el interior. Era un placer entrar aunque fuera sólo cinco minutos mientras hacías tiempo para que empezara la película en alguno de los cines de alrededor.  Me habría gustado decirle que utilizamos una de las pegatinas con el logotipo de la librería para distinguir nuestra maleta. En definitiva, me habría gustado agradecerle el esfuerzo por sacar adelante un espacio que hacía la vida más agradable a los que pasábamos por allí.

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Cada vez soy más consciente de que la comodidad del mundo en el que vivo se debe al trabajo de mucha gente. Alguna conocida, la mayoría no. A muchos les puedes dar las gracias, a otros tantos no. Antes pensaba que el agradecimiento al trabajo estaba en el salario. Si un médico me curaba, era su obligación. Para eso le pagan. Últimamente siento que debo agradecer tantas cosas y a tanta gente que no doy abasto. Por ejemplo a la segunda persona por la derecha de la siguiente foto:


Ese señor, cuyo nombre desconozco (y que me temo no aparecerá en la prensa cuando fallezca), es el responsable del Festival de Jazz de San Javier. Desde hace seis veranos, lo veo coger el micrófono y anunciar los conciertos de la noche. Recuerdo sus palabras en al primer concierto de la edición del año pasado: Buenas noches, queridos amigos, bienvenidos un año más al Festival Internacional de Jazz de San Javier. Este año, a pesar de la que está cayendo, a pesar de los temores sobre el futuro del festival, hemos reunido un gran cartel... La crisis se está llevando muchas cosas por delante pero no el Festival de Jazz de San Javier.


Tras la presentación el hombre sale discretamente del backstage y se sienta junto a su familia para disfrutar del concierto. El miércoles estaba entusiasmado con John Pizzarelli. Esta persona disfruta con la música que nos ofrece. Está claro que es el alma mater del festival, el apasionado del jazz que un día fue capaz de liar a unos y a otros para montar un festival de altísima calidad en una pequeña localidad murciana. Gracias a él hemos escuchado en directo a Keb Mo, John Hiatt, Dana Fuchs, Luis Salinas, Wynton Marsalis (dos veces), Madeleine Peyroux, Marcus Miller, Ann Hampton Callaway y Asleep at the Wheel entre otros. Poco a poco se va educando el oido y, aparte de los buenos ratos que pasamos en los conciertos, voy ampliando mis horizontes musicales. Todo ello a un precio de risa. La entrada para el doble concierto de este miércoles (Jon Batiste y John Pizzarelli) costaba quince euros.

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Pero si hay alguien a quien debo eterno agradecimiento por horas y horas de disfrute, desde hace más de diez años, y especialmente en una época en la que atravesé alguna dificultad, es a la persona responsable de que la Filmoteca de Andalucía se estableciera en Córdoba (y no en Sevilla, como casi todos los organismos públicos dependientes de la Junta. O en Málaga o en Granada, donde caen más migajas que aquí, la única capital andaluza que nunca ha sido gobernada por el partido que ostenta el poder regional desde siempre). Recientemente la Filmoteca ha abierto salas de proyección en Granada, Almería y Sevilla. Pero en Córdoba llevamos veinte años de filmoteca y que nos quiten lo bailao.

Ciclos de cine coreano, polaco, alemán (ay, qué dolor de cabeza), mexicano, holandés, israelí, marroquí... Sam Peckinpah, Godard, Truffaut, Ford, Buñuel completo, Lubitch... El viaje de Shihiro, Together, Karakter, Nanuck, el esquimal, El buscavidas, América, América, el ciclo de películas mudas con música de piano en directo, The iron horse... Dogma 95, los viernes estreno, Michael Winterbottom, Amores perros, Senderos de gloria y muchas, muchas más. Todo en versión original, of course. Alguna semana hubo en la que fui a la filmoteca todos los días (de lunes a viernes, entonces no proyectaban películas los sábados). Solo casi siempre. Con Johanna alguna vez, con mi madre más veces y en los últimos años con Sonia (el ciclo de Sam Peckpinpah nos lo pimplamos los dos). El precio de la entrada no ha subido desde la primera vez que entré: 150 pesetas (ahora 90 céntimos de euro). El bono de diez entradas costaba mil pesetas (ahora seis euros). ¿A quién le agradezco todo eso?