Cita



El momento de la verdad nunca llega, el momento de la verdad nunca se va.
Ramón Eder

jueves, 28 de junio de 2012

¡He aprobado selectividad!

Hace exactamente veinte años que hice el examen de selectividad (madre mía, veinte años). Por entonces la prueba consistía en ocho exámenes obligatorios (la parte común: comentario de texto, lengua, filosofía e idioma (inglés); y la parte específica que en mi caso fue matemáticas, dibujo técnico, física y química). Ahora la prueba consiste en cuatro exámenes obligatorios (la fase común: comentario de texto relacionado con la lengua y literatura española, idioma (inglés), filosofía o historia (una de las dos, el alumno elige la que prefiera), y otro examen a elegir de entre las materias de la modalidad de Bachillerato que se haya cursado) y en hasta otros cuatro exámenes voluntarios (la mayoría de los alumnos sólo realizan dos, el número máximo de asignaturas que entran en la ponderación para la nota de acceso a las carreras universitarias). Aquí explican mucho mejor la estructura de la prueba.

No hubiera imaginado que algún día me volvería a examinar de selectividad. Es cierto que la semana pasada no tuve que realizar ningún examen en la Facultad de Medicina junto al resto de alumnos de mi centro. Pero de alguna manera sentía que ellos se examinaban por mí, que la calificación que obtuvieran en el examen de Matemáticas era también una calificación indirecta a mi trabajo durante los dos años que les he dado clase. Confiaba en que harían un buen examen pero no las tenía todas conmigo. Más bien estaba convencido de que podían hacer un buen examen pero no estaba tan seguro de que lo hicieran. Al fin y al cabo sólo tres alumnos han venido a las clases de repaso en los días previos. ¿No podía ser eso un síntoma de dejadez? O tal vez estaban concentrados estudiando en casa y no querían perder el tiempo acudiendo a las clases de repaso (sospecho que eso es lo que yo habría hecho si en mis tiempos hubiera habido clases de repaso para selectividad). Ay, cuántas dudas y temores. Eso de examinarse por persona interpuesta no deja de ser un riesgo. Tu trabajo está en manos de lo responsables que decidan ser los alumnos y de la capacidad que tengan para controlar sus nervios ante una prueba que les intimida y a la que nunca antes se han enfrentado.

Entro en la sala de profesores en busca del alivio del aire acondicionado (el habitáculo destinado a albergar los Departamentos de Francés, Latín y Matemáticas es una sauna) y me entero de la esperada noticia: ya están las notas de selectividad. Nervios. Necesito el DNI de los alumnos para poder consultar su calificación. En Dirección me facilitan un listado. Voy consultando uno a uno. La primera sensación es de alivio, no se ha producido ningún desastre, los resultados son aceptables. Pero de inmediato el alivio se convierte en decepción. Vale, los resultados no son malos pero podrían haber sido mejores (De eso me acusan los alumnos, de que nunca estoy completamente satisfecho. Yo les respondo que de ellos siempre espero lo mejor porque sé que pueden llegar a conseguirlo).

Estudio las calificaciones más detalladamente y empiezo a valorar los resultados en su justa medida. La conclusión final tiene más elementos positivos que negativos. A saber:

Son nueve los alumnos de mi tutoría que se han presentado a la Prueba de Acceso. De ellos:
  • Ocho aprueban el examen de Matemáticas (obtienen al menos un 5).
  • Un alumno ha sacado un 10 en el examen de Matemáticas (ole mi Adrián).
  • Cuatro han obtenido más nota en el examen de Matemáticas que en ningún otro de la Prueba de Acceso.
  • Siete han obtenido mejor resultado en el examen de Matemáticas que en la calificación final de la fase común de selectividad.
  • La nota media de los nueve alumnos en el examen de Matemáticas es de 6.18
  • La nota media de los nueve alumnos en selectividad es de 5.40 (lógicamente la nota media sin contar Matemáticas sería todavía más baja).
Según voy asimilando estos datos se despeja cualquier rastro de decepción (aunque sigo pensando que podían ser todavía mejores) y me invade la euforia. Casi me pongo a dar saltos en la sala de profesores: ¡He aprobado selectividad!


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lunes, 25 de junio de 2012

1936

El verano también ha llegado a Radio3. Hoy, en dos programas diferentes, han puesto dos de las versiones más conocidas de Summertime, la de Janes Joplin y la de Billie Holiday. Ambas me gustan pero me decanto por Lady Day. No creo exagerar si afirmo que habré escuchado su versión de Summertime cientos de veces (no sólo Summertime, claro está, sino todo el disco recopilatorio).


Gracias a Radio3 descubro que Billie Holiday grabó Summertime y The way you look tonight (otra que he escuchado cientos de veces, incluido el día de mi boda) en 1936 cuando apenas contaba con 21 años. En concreto, Summetime fue grabada el 10 de julio de 1936. Ocho días antes del comienzo de la guerra civil. Me parece inconcebible.


Cuesta creer la coincidencia cronológica de dos mundos tan dispares como el de Billie Holiday y el de Moreno Villa. Hace unos años leí la autobiografía de Billie Holiday, Lady sings the blues, publicada en España por Tusquets. Recuerdo pocas cosas: su affaire con Orson Welles, como siendo una niña le impactó la música de Louis Armstrong, la adicción a la heroina, el racismo, una violación, la carcel... Una vida durísima.
Ayer terminé de leer la autobiografía de Moreno Villa, Vida en claro. A Moreno Villa le gustaba la música de jazz tocada por negros. Algo inaudito para una persona de su lugar y su tiempo. Este poema lo escribió en 1929 al poco de regresar de Nueva York, ciudad a la que fue para conocer a la familia de su prometida, una joven judía americana. Las cosas se torcieron y al cabo de unos meses regresó a España solo. La experiencia en Nueva York fue un poco surrealista entre otras cosas porque Moreno Villa sabía hablar alemán y supongo que algo de francés, pero no inglés. En esa época el inglés todavía no era el idioma dominante.

CAUSA DE MI SOLEDAD

No es afán de apartamiento,
sino atención al secreto.
Soy yo mi medio.
No es orgullo ni desdén,
sino hambre de conocer.
Soy pico y pared.
La solución de los otros
no me basta, siendo asombro.
Soy mi piloto.
Quisiera morir habiendo
sido poeta, carpintero,
pintor, filósofo, amante y torero.
¡Ah! Y cantor negro
de un jazz que siento
a través de diez capas del suelo.

Imagino a Moreno Villa a principios de 1937 en EEUU, en el comienzo de su exilio, intuyendo que nunca va a regresar a su tierra, escuchando por la radio a Billie Holiday cantando Sumertime.

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Pepito Piscinas

Poco antes de la diez de la mañana me encontraba en la piscina del gimnasio. Mil metros en poco más de veinticinco minutos. Disfrutando de la sensación de avanzar en el agua, la calle para mí solo. Las endorfinas hacen su trabajo y la sensación de bienestar se completa al repasar mentalmente lo que me espera en las próximas horas. Se palpan las vacaciones.


A las doce aproximadamente llegamos a la piscina del club. Al entrar en el aparcamiento Héctor exclama desde su sillita: "Esta piscina me gusta". Nos esperan los abuelos, los tíos y los primos. Parece verano. Ahora caigo en que es verano.


A las dos de la tarde, mientras Sonia le da de comer a Hector, bajo a darme un baño a la piscina del residencial. Es una piscina pequeña que apenas frecuentamos (y no frecuentaríamos de no ser por Héctor). Hace un sol de justicia y no hay un resquicio de sombra. El baño no dura más de cinco minutos. Suficiente para batir el record.


Por la tarde fuimos a ver el partido de España a casa de unos amigos en la sierra. La casa tiene piscina. Nos bañamos antes y durante el partido. A las once y cuarto de la noche, cuando salimos de la casa de nuestros amigos, el coche marcaba 26 grados. Veinte minutos más tarde, al llegar a la ciudad, el termómetro del coche alcanzaba los 32 grados.Verano cordobés. He cumplido el objetivo tonto que me marqué esta mañana bajo la influencia de las endorfinas: me he bañado en cuatro piscinas distintas (de instalaciones distintas) en un mismo día. ¡El sueño de cualquier niño!

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viernes, 22 de junio de 2012

El record de Azofra


Los aficionados al baloncesto habrán reconocido al personaje de la imagen. Se trata de Nacho Azofra, durante tantos años base del Estudiantes y actualmente director deportivo del mismo club. Fue un base original, muy identificado con la afición estudiantil (que le animaba al grito de "Nacho, borracho") y que sabía jugar de una manera cerebral o visceral según lo demandase el partido. Un jugador único, con gran personalidad dentro y fuera de la pista.
Hace poco leí unas declaraciones suyas en las que afirmaba que era más fácil repartir asistencias que fichar americanos. Y es que como director deportivo no le ha ido nada bien. Al punto de que el pasado mes se consumó el temido descenso. El Estudiantes, el Estu, club fundador de la liga de baloncesto, pierde la categoría por vez primera en su historia. Fue noticia en todos los medios. Triste noticia para los aficionados al baloncesto.*

A Nacho Azofra lo vi jugar en directo una vez. Fue en junio de 2005, en un partido del play-off de semifinales que enfrentaba al Estudiantes y al Real Madrid. El Estudiantes actuaba de local y fue un recuerdo inolvidable, por el juego en sí, por el ambiente en el coso (se jugaba en la plaza de toros de Vistalegre), por la carrefourada y por Juan. Ese partido también lo jugaron Herreros, Reyes, Jiménez, Suárez y Rodríguez, últimos superclases salidos de la cantera colegial. Y Louis Bullock, símbolo involuntario e inesperado de este trágico final de temporada. Estas son algunas de las fotografías que tomé aquel día:















Hoy recuerdo a Azofra con motivo de un record que ostenta. No se trata de un record conocido ni publicitado. Siempre se suele recordar al jugador que más puntos encestó, al que más rebotes atrapó, al que más tapones infringió, al que más asistencias repartió e incluso al que más partidos jugó. Nacho Azofra no es el primero en ninguna de esas categorías, aunque en alguna está cerca del podio. Jugó 705 partidos (el record lo tiene Rafael Jofresa con 758), 15.104 minutos (por 20.217 de Joan Creus), anotó 4.079 puntos (muy lejos de los 9.757 de su ex-compañero Alberto Herreros), capturó 1.432 rebotes (tampoco se acerca a los 4.277 de Granger Hall), repartió 2.221 asistencias (le gana de largo Pablo Laso con 2.879), recuperó 787 balones (1.212 recuperó el actual entrenador del Real Madrid) y taponó cinco lanzamientos en sus diecinueve temporadas en la liga ACB.

Todos los records mencionados en el párrafo anterior son meritorios pero dudo que ninguno llegue a ser más longevo que el record de Nacho Azofra. El gran base estudiantil llegó a jugar 584 partidos oficiales consecutivos, es decir, estuvo casi doce temporadas sin perderse un solo partido. Impresionante. Me sorprende que este record no esté recogido en las estadísticas de la ACB, ni tan siquiera en la ficha del jugador. Para conseguir una hazaña de este tipo es necesario la confluencia de, al menos, cuatro factores. A saber:
  1. Disciplina personal. En el caso de un deportista, si no cuida su cuerpo es imposible que pueda aguantar tanto tiempo sin algún tipo de percance. Paradójicamente, Azofra ha pasado a la historia como ejemplo de amateurismo, de alguien que parecía no tomarse en serio su profesión. "Nacho, borracho", le gritaban los dementes. El propio Azofra declaró en una ocasión: "nunca tuve la sensación de que esto se convertiría en una profesión y encima tan duradera, incluso estando en el primer equipo no era demasiado consciente de que mi futuro estaría ligado a este deporte". La clave nos la da Pepu Hernández: "A Nacho Azofra le entrene durante cuatro o cinco temporadas en su etapa de formación. Prácticamente le he visto crecer baloncestísticamente. Siempre ha sido un jugador muy especial porque entiende el juego como algo creativo. No especialmente sujeto a reglas, pero dentro de una disciplina personal muy arraigada en él y que le daba una gran personalidad aun siendo muy joven."
  2. Gusto por el juego. Hay que divertirse y no olvidar el espíritu de patio de colegio. Ser consciente del privilegio que supone hacer lo que uno quiere. Disfrutar de esa libertad y esa responsabilidad. Creo que Nacho Azofra simboliza como muy pocos jugadores esta virtud.
  3. Talento. Para llegar y mantenerse, claro. Para que el entrenador confíe en ti partido a partido una cifra inimaginable de veces.
  4. Suerte. Muchiiiiísima suerte. Incluso sin considerar el hecho tremendamente afortunado de no tener lesiones traumáticas en un deporte de tanto contacto y de tanto sufrimiento para las articulaciones como el baloncesto, ¿quién en doce años no ha tenido ni una gripe o una gastroenteritis que recomendase reposo en algún partido anodino de la liga regular? Hay que tener una suerte increible para que nada te impida jugar 584 partidos oficiales de manera consecutiva.
El record de Azofra es uno de los records deportivos que más me han impresionado y quizás el que más tengo presente. Hoy lo menciono porque yo también he conseguido batir un record personal. Mucho más terrenal y accesible pero tampoco fácil. En mi octavo curso como profesor he conseguido por primera vez asistir a clase todos y cada uno de los días. Desde el 15 de septiembre hasta el 22 de junio nada me ha impedido cumplir con mi trabajo. Ninguna dolencia física, ningún problema familiar (el año pasado tuve que faltar algunos días por enfermedad de Hector), ninguna celebración (ni permiso de paternidad, ni permiso por matrimonio), ningún examen oficial que realizar en horario de clase. Nada. Día tras día he conseguido el objetivo con algo de disciplina personal, un poco de gusto por el juego, una pizca de talento (espero) y mucha, mucha suerte.

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* Finalmente el Estudiantes no va a descender. El Club de Baloncesto Canarias 1939, que deportivamente se ganó el ascenso de categoría no puede hacer frente al canon que exige la ACB (casi cinco millones de euros) para poder participar en la liga. Así que la plaza que no va a ocupar el CB Canarias 1939 se la han ofrecido al Estudiantes que la ha aceptado. Una pena. El Estudiantes ya no podrá abanderar el espíritu romántico e idealista que siempre le ha acompañado. ¿Cómo hacerlo, sabiendo que no va a jugar en la máxima categoría por méritos deportivos sino por poseer una cuenta bancaria desahogada? Con estos antecedentes, ¿podrá "la demencia" seguir acusando de peseteros a los jugadadores del Real Madrid?

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miércoles, 20 de junio de 2012

Poptimismo a granel

En la radio del coche sólo se sintonizan dos emisoras. Por defecto, Radio3. Da igual horario y programa. Siempre alegra el ánimo. En caso de partido de fútbol me mudo al Carrusel Deportivo de la COPE (Sí, ya sé que el nombre del programa es otro, pero para mí siguen siendo "los del carrusel deportivo").

Esta mañana en Hoy empieza todo, Ángel Carmona estaba entrevistando a los componentes de The Birkins, un grupo canario de música pop. La entrevista se acompañaba con canciones tocadas en directo en el estudio.


Un música agradable pero, sin ánimo de ofender a los artistas, me parecían más interesantes sus respuestas a las preguntas de Ángel Carmona (un auténtico maestro del género. No le recuerdo ninguna entrevista aburrida y le llevo escuchadas un montón, casi siempre a personajes de los que nunca he oído hablar). Así me entero de que el objetivo del grupo es el pop optimista, el poptimismo. Me caen bien los chicos de The Birkins (el nombre es en honor de la cantante y actriz Jane Birkin). Muchas veces, escuchando a otros grupos nuevos, me pregunto, ¿por qué lo llaman indie cuando quieren decir pop? Parece que la música pop es vulgar, comercial, para oyentes sin cultura musical. Indie, en cambio, es sinónimo de guay, alternativo, culto, auténtico.


Poptimismo, qué gran hallazgo. Con esa idea me sumerjo en la piscina y nado mil metros seleccionando mentalmente canciones que siempre que las escucho me alegran el día. Especialmente cuando suenan de manera inesperada. He aquí parte de esa selección. Aviso para gourmets musicales: nadie espere ninguna joya desconocida. Son todas canciones archiconocidas, emitidas una y otra vez en cualquier radio fórmula. Lo que todavía les añade otro mérito: no se gastan, no pierden la capacidad de emocionar con el uso y el paso del tiempo.

1.- No surrender. Bruce Springsteen. Me quedé con las ganas de que la tocara en Sevilla. Por lo visto sí que la tocó en Madrid, en el maratoniano concierto del pasado domingo. Desde luego, Springsteen no se ha rendido ni se ha acomodado. Now I'm ready to grow young again, dice la canción. A fe que lo ha conseguido. A los 63 años hace falta tener algo más que espíritu juvenil para dar un concierto de tres horas sin parar un minuto de dar saltos y con un calor insoportable.

2.- I will survive. Gloria Gaynor. Esta canción me trae recuerdos inmejorables.


3.- Ahora que ya se huelen las vacaciones los chicos de la playa vienen que ni pintados. No soy capaz de decidirme por una y no tengo por qué. Wouldn´t it be nice y Good vibrations. No os perdáis los vídeos, sobre todo el primero:



4.- Ain´t no cure for love. Leonard Cohen. La alegría de estar enamorado. La felicidad de ser correspondido. Leonard Cohen lo expresa mucho mejor, claro. Por algo es Premio Príncipe de Asturias de las letras. I've got you like a habit and I'll never get enough ... And I call to you, I call to you, but I don't call soft enough.


5.- Friday I´m in love. The Cure. Lo ves en los alumnos: dormitan de lunes a jueves, pero entonces llega el viernes, San Viernes, como lo llaman y...


6.- Girls just want to have fun. Cyndi Lauper. Los chicos también queremos divertirnos, que conste. El vídeo ochentero también sube el ánimo. Esas calles de Nueva York.




7.- Faith. George Michael (con pintas de Lorenzo Lamas que no sabe qué hacer con la guitarra). La parte instrumental que suena a partir del minuto 2.20 es la que eligió Ramón Trecet para los títulos de crédito del mítico programa "cerca de las estrellas". Programa, por cierto, que emitían los viernes de madrugada. Otra razón para celebrar San Viernes.


8.- You can´t hurry love. The Supremes. Si se pudiera destilar poptimismo químicamente puro el resultado no sería otro que Motown. Difícil quedarse con sólo una canción:



9.- I want to hold your hands. The Beatles. Vaya, en el punto anterior se me ha colado la versión melenuda de Please Mr. Postman. Si es que ya no sabía cómo meter al cuarteto en la lista. Bueno, pues me he quedado a gusto. Ya son dos:


10.- Got my mind set on you. George Harrison. El beatle oculto por el megatalento de sus compañeros. El más joven. Un adolescente en Hamburgo, mediatación y sitar. Entre muchas cosas debemos agradecerle que produjera esa obra maestra que es La vida de Brian. A George Harrison le falta un buen biógrafo. El documental de Scorcese fue muy decepcionante. El bueno de George también sabía componer preciosas canciones pop, ligeras y pegadizas:


11.- Always look on the bright side of life. Monty Python. Que mejor manera de terminar esta entrada (ay, me podía quedar unas cuantas horas más seleccionando canciones) que con el mejor final de la historia del cine. Una curiosidad: se supone que los cruzificados deberían llevar puesto sólo el taparrabos. Pero el día del rodaje hacía frío y viento (esto último se aprecia) así que John Cleese y algún otro se negaron a desnudarse. Por eso están cruzificados con la túnica puesta, para no pasar frío. No lo olviden, amigos, siempre hay que mirar el lado positivo de la vida. Y si uno está de bajón nada como una dosis de poptimismo.



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domingo, 17 de junio de 2012

Quechua

Tiene nombre de valquiria o de princesa germánica. Nada que ver con su aspecto de india del Amazonas. Ecuatoriana, supuse la primera vez la vi, hace casi dos años. Boliviana en realidad.

- E, ¿a ti qué te gustaría estudiar?
- Arquitectura.
- Me han dicho que es una carrera dura (se me escapa el comentario, del que me arrepiento en seguida. No puedo evitar pensar en lo que le cuesta a E aprobar las matemáticas. Llega al cinco raspado con un esfuerzo admirable).
- En mi país no es tan difícil. Me gustaría construir casas allí.
- ¿Te gustaría regresar a Bolivia?
E no responde. Me sonríe como si no estuviera segura de la respuesta. O a lo mejor no quiere contarme lo que piensa. No parece estar entrenada para soltar una mentira piadosa y salir al paso de preguntas indiscretas.
- ¿Naciste aquí o allí?
- Allí.
- ¿Y con qué edad llegaste a España?
- Con diez años (ahora tiene quince o diciséis).
- Vaya, entonces sí que tienes muchos recuerdos de Bolivia. ¿Echas de menos a tus amigos, a tu familia?
E vuelve a sonreir. Al final contesta:
- A mi abuela, pero no la entiendo.
- ¿Cómo?
- Sí, profe, que a mi abuela no la entiendo porque sólo habla quechua. Es muy raro y no la entiendo.

La conversación se prolongó un rato más pero yo ya no estaba concentrado en ella. Si me hubiera enterado de que la abuela de E nació en Marte no me hubiera impresionado más.

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lunes, 11 de junio de 2012

Hace casi un siglo

La política me obligaba a vivir en tensión, como si cada día se salvase por milagro. Todo estaba pendiente de un hilo. Y, sin embargo, recuerdo esos años como apacibles. Sin duda porque había conseguido un trabajo público agradable y una situación económica suficiente para mis necesidades. Nunca llegué a ahorrar nada; el último día del mes gastaba el último céntimo.

José Moreno Villa

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domingo, 10 de junio de 2012

Despedida extraña

No me apetecía ir. Hace años que no voy a ninguna comida ni cena "de empresa", salvo las que celebramos de manera informal en el propio centro de trabajo. En estas ocasiones algún compañero se brinda a cocinar una paella o unas migas y por un módico precio echamos un buen rato en el taller de arte. Todos de pie, en corrillos, charlas con unos y con otros haciendo equilibrios para que no se te caiga el arroz del plato de plástico que sostienes precariamente con una mano (la otra mano se alterna en el uso del tenedor, el vaso, la servilleta, el pan y lo que se tercie). A esas comidas sí me apunto.

Lo que no me apetece es pagar 50 € por estar sentado dos o tres horas en un local cerrado, esperando a que traigan el siguiente plato, intentando mantener algún tipo de conversación amena con las dos o tres personas más cercanas en medio de un griterío generalizado. Y para colmo al día siguiente estoy para el arrastre. No, no y no. El motivo de la cena era la graduación de los alumnos de Bachillerato y Ciclos de grado superior. He trabajado muy a gusto con los alumnos de mi tutoría durante estos dos años (los dos años que yo llevo en el instituto, los dos años de su bachillerato), pero especialmente en este último. No quería hacerles el feo de no acudir a la cena de su graduación. Así que hice de tripas corazón y pagué en su honor los 37 € del menú (precio de crisis) dispuesto a soportar la cena lo mejor posible.

A las siete de la tarde empezó el acto de graduación propiamente dicho. Alumnos vestidos de gala; las chicas con tacones imposibles, algunos chicos manifiestamente incómodos con la chaqueta y la corbata. Parecían no saber cómo acomodar los brazos. Familias y profesores con ropa de diario. Si acaso con un afeitado más cuidado y una camisa un poco más vistosa de lo habitual. Todos  reunidos en el patio del instituto, dispuestos a escuchar los discursos (más o menos elocuentes pero todos emotivos) y a aplaudir la imposición de becas y entrega de orlas.

Después una copa de confraternización en el otro patio. Profesores felicitando a alumnos y padres. Padres y alumnos agradeciendo su trabajo a los profesores. Todos felices repartiendo sonrisas, piropos y parabienes. Una fiesta de autocelebración: ¡Lo hemos conseguido! El éxito de los alumnos también es vivido como propio por familias y profesores. El chorro de alegría resulta balsámico, especialmente después una semana de exámenes finales y sesiones de evaluación de una tensión inaguantable.

A las diez y media comienza la recepción en el hotel Alfaros. En un patio con piscina sirven los aperitivos. Es enternecedor escuchar los comentarios entusiasmados de alumnos que nunca antes habían entrado a un hotel de esa categoría. Me sorprende y desborda el cariño con el que nos tratan los alumnos. Incluso se disputan los asientos libres en la mesa que tenemos asignada los profesores que les hemos dado clase.

Una vez que entramos en el salón para cenar ocurre lo de siempre: el ruido del ambiente me aisla. Esta vez no es un aislamiento incómodo. Más bien melancólico. Observo uno a uno a los chavales con los que he compartido gran parte de mi tiempo en los últimos dos años. Casi un tercio de mis horas lectivas en este periodo (5 horas de 18 el curso pasado; 6 horas de 18 en este). La proporción aumenta notoriamente si incluyo las horas no lectivas: reuniones con padres, charlas por los pasillos, alguna excursión... Los observo y no puedo reconocer a los alumnos que han sido hasta hace una semana. De repente los veo mayores, casi adultos. Sé que es un espejismo provocado por los trajes que visten y las circunstancias del momento pero no me cuesta nada imaginarlos con treinta años. Me gustaría saber qué va a ser de sus vidas.

Mirando a mi alrededor, sumido en estos pensamientos, me fijo en Paco, un compañero de Departamento al que estimo y que se traslada a otro centro el próximo curso. Un excelente compañero, un profesional como la copa de un pino que siempre estaba dispuesto a echar una mano y que me ha ayudado mucho en estos dos años. También lo echaré de menos. Caigo en la cuenta de que por primera vez desde que soy profesor me tengo que despedir de gente que se va mientras yo me quedo. Hasta ahora había sido al revés, yo me iba y los demás se quedaban (o también se iban, pero a efectos prácticos era lo mismo. La despedida radicaba en que yo me iba, dejando atrás alumnos, compañeros, centro e incluso localidad). Parece que las despedidas son más tristes cuando son los demás los que se van.

Los camareros sirven cava. Reúno a los alumnos de mi tutoría para proponer el último brindis. No recuerdo qué dije pero sí lo que quise decir. A pesar de que en estos dos años hemos tenido algunos disgustos, cosa inevitable, lo cierto es que tengo que agradecerles su comportamiento en todo este tiempo. Han formado un grupo de una gran calidad humana, que va a dejar un buen recuerdo en todos los profesores que le hemos dado clase. Los voy a echar de menos. El curso que viene se me va a hacer extraño acudir al instituto y no darles clase ni verlos por los pasillos. Les deseo lo mejor.

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