Cita



El momento de la verdad nunca llega, el momento de la verdad nunca se va.
Ramón Eder

domingo, 23 de noviembre de 2014

La piscina comunitaria

Vivimos en un residencial con piscina comunitaria. Nosotros la frecuentamos muy poco ya que pasamos gran parte del verano fuera de Córdoba y, cuando estamos en casa, solemos ir a bañarnos a otra piscina a la que acuden mis padres y mi hermana. Cuando bajamos lo hacemos a instancias de Héctor. "Papá, hay niños en la piscina", informa insistente con la cara pegada a la ventana del salón, desde donde tiene una vista privilegiada. "Sí papá, hay dos bebés en la piscina pequeña y tres niños y una niña en la piscina grande" detalla antes de rematar "papá, ¿vamos a la piscina?".

Son pocos los vecinos sin niños que bajan a la piscina comunitaria. Sólo recuerdo a dos, un vecino y una vecina que viven solos y que parece no molestarles en exceso el bullicio infantil. Tampoco hay adolescentes ni gente joven. Sólo hay hombres y mujeres de entre treinta y cuarenta años con sus críos pequeños. Las madres se sientan en sus butacas y forman un corro en el que se tiran horas y horas charlando y bromeando. No se bañan ni por recomendación. Así haga cuarenta grados. Los padres sí se zambullen de vez en cuando pero terminan integrándose en el corro de butacas. Nunca he visto a una madre o a un padre jugar con sus hijos. Los adultos en su corro y los chavales a corretear libres por el ridículo espacio de césped que rodea a la piscina.

Sonia y yo somos los raros. Saludamos y nos colocamos a una distancia lo suficiente como para no escuchar la conversación circular. En cualquier caso, da igual donde nos coloquemos porque apenas estamos en el césped el tiempo de quitarnos las camisetas, darnos una ducha y meternos en el agua. Y lo que es más raro todavía, pasamos todo el tiempo jugando con Héctor.

Eso era antes. Este verano hemos bajado sólo una o dos veces los cuatro. Habitualmente uno (Sonia) se quedaba en casa con Pedro y el otro (yo) bajaba para que Héctor se diera un baño. Nada más bajar, Héctor, se aproxima a los niños de su edad para jugar con ellos, pero más pronto que tarde viene a buscarme para que juegue con él. No me extraña porque los vecinos no juegan a nada. Son muy pequeños y no están acostumbrados a jugar solos. No tienen imaginación, o al menos eso es lo que me parece observándolos. Ni siquiera se comunican entre sí. Están juntos pero es como si cada niño estuviera solo.

Me alegra de que Héctor sea diferente y al mismo tiempo me inquieta. Yo estoy acostumbrado a ser raro pero no me gustaría que mi hijo fuera raro ni se sintiera así. Lo que me gustaría es que los demás niños fueran como Héctor. Insisto en que juegue con los vecinitos pero temo que un día me pregunte: "¿Y tú por qué no te sientas con los demás papás?". Porque me aburren. Prefiero mil veces estar solo antes que en el corro vecinal. Y prefiero jugar con Héctor antes que estar solo. Pues eso mismo. Al final jugamos los dos y nos lo pasamos pipa. A veces algún que otro niño se une a nuestro juego y me retiro a un discreto segundo plano. Salgo siempre de la piscina con la sensación de ser un perro verde pero con el alivio de pensar que Héctor todavía no nota ni le afecta esa diferencia.

Alguna vez he bajado solo a última hora de la tarde, cuando ya no queda nadie dentro del agua, para darme un baño relajante. Al final del verano, estaba haciendo el muerto cuando cayó una pelota a mi lado. Se acercó un niño de la edad de Héctor a pedírmela. Se la devolví y la tiró al agua otra vez.
- ¿Jugamos?
- No. Estoy descansando.
- ¿Por qué tu hijo siempre está jugando contigo?
- Porque le gusta.
Y adopté nuevamente la postura de muerto para dar por concluida la conversación.

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1 comentario:

  1. La diferencia esta en que la gente prefiere hablar de tonterias,antes que jugar con sus hijos.Tambien es verdad que los niños quieren jugar con el adulto cuando ven que este lo pasa muy bien con el y eso lo notan

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