Cita



El momento de la verdad nunca llega, el momento de la verdad nunca se va.
Ramón Eder

sábado, 26 de julio de 2014

La huella sonora

En la banda sonora de mi vida ningún músico ha tenido la presencia constante de Santiago Auserón. Otros me han gustado más, me han emocionado más, pero ninguno me ha acompañado desde mi niñez hasta ahora mismo, sin dejar nunca de escucharlo.

Octubre 1984 - Junio 1988. O lo que es lo mismo desde 5º a 8º de EGB. Lo que duró en antena La bola de cristal. Final de la infancia. Y aunque el protagonismo se lo llevara Alaska, los electroduendes, la pandilla, la familia Monster, Javier Gurrucha o incluso el dúo Reyes - Carbonell, ahí estaban ya las canciones y la voz inconfundible de Santiago Auserón para incrustarse en la memoria.


Y las letras. Tan cuidadas y evocadoras. Si no, hay tenemos el ejemplo de No se ría de la bruja Avería, uno de los personajes más subversivos del programa. ¡Viva el mal, viva el capital!
No se me ocurriría reírme de la bruja Avería pero me parto con el siguiente vídeo. Auserón siempre ha tenido un punto chuleta que forma parte de su encanto pero aquí se pasa de rosca:


Verano de 1990. Dos años en esas edades es todo un mundo. De hecho, me parece otra vida. Acabamos de mudarnos y el instituto no tiene nada que ver (afortunadamente) con el colegio. En un mercadillo callejero que se ponía dos veces por semana en mi nuevo barrio compré una cinta (pirata, pero yo no lo sabía) de Radio Futura. Fue una mis primeras adquisiciones musicales y si no me falla la memoria la última cinta. Luego me pasé al vinilo (mis padres consiguieron una cadena, antes sólo teníamos radiocasette) y enseguida llegó el CD.


Ese verano sólo escuché la cinta de Veneno en la piel y otra que me grabó el hijo de unos amigos de mis padres con canciones de los Beach Boys. Pasaba de A a B y de B a A. No había más. Tampoco escuchaba mucha música. Quizás por eso este disco me trae recuerdos tan intensos de esos meses. La bicicleta recién comprada y con la que me iba por las mañanas a Almacenes Blanco y por las tardes al club. El piso, todavía sin amueblar del todo. Cambios y más cambios. Adolescencia.

A finales de verano asistí al concierto que Radio Futura dio en el patio de mi antiguo colegio. Fui con la pandilla del chaval que me había grabado a los Beach Boys. Eran un par de años mayores que yo. Quedar con desconocidos para ir a un concierto era toda una aventura. Un inexplorado espacio de libertad. Pero el concierto en sí me decepcionó. No sabría decir las causas tantos años después. Supongo que la principal es que yo no conocía nada de Radio Futura aparte de su último trabajo. Además, estábamos lejos del escenario. Me aburrí un poco durante la actuación. Eso sí, durante mucho tiempo guardé la entrada en mi cartera y supongo que todavía la conservo en la vieja caja de recuerdos.

Verano de 1992. Ya escuchaba un poco más de música. Sobre todo española. Mi grupo favorito era Gabinete Caligari pero ese verano escuché hasta la saciedad El directo de Radio Futura. Compré el vinilo y lo grabé en una cinta que ponía a todas horas. Buscaba Escuela de calor y encontré Luna de agosto, El tonto Simón, No tocarte... ahí fue cuando me hice fan de Radio Futura y empecé a buscar todo lo relacionado con el grupo. Justo en el momento en que anunciaban su disolución.


Poco a poco fui comprando sus primeros trabajos: La canción de Juan Perro, De un país en llamas, Música moderna... Todos me gustaban. En las cintas que grababa para las fiestas con mis amigos siempre incluía un par de canciones de Radio Futura. Una conocida (Escuela de calor, Enamorado de la moda juvenil, Veneno en la piel, 37 grados) y otra no. Esta última solía ser En un baile de perros. Una vez me sentí estupendo y grabé Dance usted, aún sabiendo que no era el tipo de canción que gustase a mis amigos. ¡Pero yo también tenía que aguantarme con las que ellos ponían, casi ninguna de mi agrado! Además, para alguien tan poco dado al bailoteo como yo, la letra era todo un mensaje de ánimo. Ya sabes:
Primero olvide el miedo y luego mueva un dedo... muy despacio
Libere la presión interior para salir al espacio
No pierda una sola ocasión
Use el cuerpo en otra dimensión...

Mi canción favorita era La estatua del jardín botánico. Nunca la grabé para ninguna fiesta. Era de disfrute privado. Lo que sí hacía a veces era pedirla en los pubs que frecuentaba. Estas peticiones las hacía a través de mi novia. No por timidez, sino porque tenía comprobado que los pinchadiscos sólo hacen caso a las chicas. A mí me ignoraban por completo. Hace tiempo que no la escucho y me emociono al recordar la letra:
Un día más me quedaré sentado aquí
en la penumbra de un jardín tan extraño.
Cae la tarde y me olvidé otra vez
de tomar una determinación...
Verano de 1994. Un verano horroroso. Hice prácticas en una oficina de la Caja Provincial de Ahorros de Córdoba durante los meses de julio y agosto. El horario era de 8.00 a 15.00. Me incorporé el uno de julio, antes de terminar los exámenes de final de curso. El día cuatro me tenía que presentar al final de Derecho Mercantil... y lo suspendí.
Lo peor de las prácticas no es que tuviera que trabajar en verano. ¡Lo peor es que no tenía que trabajar! Las prácticas estaban vacías de contenido. Mis obligaciones eran ninguna y tampoco podía ayudar porque, al parecer, "no estaba preparado" para ponerme en una caja. ¿Entonces para qué me quieren aquí?

Al cabo de un par de días hablé con el director de la oficina. Le pedí que contactara con Recursos Humanos para que me trasladaran a otro puesto en el que pudiera ser de más utilidad (o mejor dicho, de alguna utilidad). El hombre fue claro: las prácticas de los alumnos de segundo son así en todas las oficinas. ¿Entonces por qué solicitan estudiantes? Por marketing, por convenio con la universidad, vaya usted a saber. No había tu tía. Ese es el horror que me esperaba: siete horas sin hacer nada, sentado en la mesa tras una ventanilla cerrada, día tras día durante dos meses.

Lo que debería haber hecho es hablar con los responsables de la universidad, denunciar la situación y marcharme a casa. Ni se me pasó por la cabeza. No tenía por entonces el cuajo ni la iniciativa suficiente. Mi único gesto de rebeldía consistió en rechazar el sueldo que me ofrecían. Fue un gesto intuitivo, no razonado. Doné las 50.000 pesetas a una cuenta abierta que había para ayudar a las víctimas del conflicto en Ruanda. No lo hice por generosidad. Es que no quería venderme tan barato. 50.000 pesetas están muy lejos de ser sufientes para compensar un verano de mierda.
Porque ese verano fue una mierda. Así de feo. No contento con perder el tiempo por las mañanas, también lo perdí por las tardes. Mis padres habían comprado un ordenador y, para rentabilizar la inversión, me apuntaron a clases de informática. Curso intensivo. Todas las tardes. Eran los tiempos del MS-DOS. Y tras pasar así los meses de julio y agosto me esperaba septiembre con su insoportable Derecho Mercantil. Brrrrrr!!!

Pero vayamos al grano que me enrollo. Regresemos a la sucursal bancaria. El mostrador de atención al público formaba una especie de L. En la parte frontal había tres ventanillas y en la parte lateral había una ventanilla y el despacho del director. El mostrador estaba protegido con un cristal blindado hasta el techo que abarcaba todo el frontal y el lateral hasta el despacho del director, oculto a la vista del público. A mí me asignaron la ventanilla lateral. Los primeros días se acercaban los clientes a preguntarme por alguna gestión. Al poco dejaron de hacerlo. Se acostumbraron a verme como parte del mobiliario.
¿Y qué hacía yo siete horas sentado en aquella ventanilla? (en realidad eran seis porque disponía de media hora para salir a desayunar y dedicaba otra media hora a archivar documentos). Al principio, maldecir mi mala suerte e idear atracos perfectos mientras observaba lo que ocurría tras el cristal blindado de mi reclusión. Pronto descubrí una vieja máquina de escribir y pedí permiso para usarla. En el mes de junio me había apuntado a clases de mecanografía. Nada. Apenas dos semanas. Lo justo para saber donde colocar las manos y qué dedo debe pulsar cada tecla. Decidí practicar lo aprendido en aquella máquina de escribir. Vale, ya tengo la máquina. ¿Y ahora qué escribo? 
wwwfffjjjiiilllxxxmmm.
Esto no tiene sentido. Mejor intentar escribir frases.
Mi mamá me mima.
El banco me aburre.
No sigamos por ahí que además de ridículo puede llegar a ser embarazoso si alguien echa un ojo a mis papeles. Surje la idea: escribir letras de canciones. Estupendo. Lo ideal es copiar canciones con mucha letra. Si supiera inglés copiaría el cancionero de Bob Dylan, pero con mis conocimientos de 1994 no había mejores candidatas que las canciones de Radio Futura. Me las sabía de memoria y contaban con más versos y estrofas de lo habitual en los grupos de rock españoles. No me limitaba a Radio Futura. También copié canciones de Gabinete, Loquillo, La frontera, 091, de los scouts... seis horas diarias durante dos meses, aun con el ritmo torpe del principiante, dan para muchas canciones. Pero ya digo que mis favoritas eran las de Radio Futura. Y de entre ellas, la número uno, la que copié más veces, al menos una vez al día, es la que empieza con Dime dónde vas, dime dónde vas...


Junio de 2007.  Sólo tres años y ya había cambiado de vida otra vez. Un año en el extranjero había ampliado mis horizontes, incluidos los musicales, hasta donde no habría imaginado tras el cristal blindado de la oficina siniestra. Faltaban pocos días para que viajase a Finlandia por primera vez. Allí me espera Johanna. Juan Perro, la nueva encarnación de Santiago Auserón, da un concierto en la ciudad y mi hermana sugiere que vayamos a verlo. Está de gira presentando su último trabajo, La huella sonora. El primer single del disco, A la media luna, es muy bueno. Tengo el CD. No recuerdo si lo compré o me lo regalaron (pido disculpas si se trata de esto último). Lo que sí recuerdo es que no me gustó demasiado. Una canción estupenda y el resto no me decía nada.


Una calurosa noche de ese mes Elena y yo vimos actuar a Santiago Auserón (nunca le llamamos Juan Perro, lo siento) en una explanada del interior del Alkazar de los Reyes Cristianos. Fue una noche memorable. Un acontecimiento especial compartido con mi hermana en el momento en el que estábamos dejando, poco a poco, de vivir bajo el mismo techo. Recuerdo que no había mucho público (yo sólo había ido a conciertos de plaza de toros abarrotada) y pudimos acercarnos al escenario. Desde esa cercanía me llamó la atención la barriguita cervecera que lucía el que fuera flaco cantante de Radio Futura. Qué viejo está, pensé.
En lo musical el concierto fue un pequeño fiasco. El problema es que yo quería escuchar a Santiago Auserón y allí el que actuó, tal y como estaba anunciado en el cartel, fue Juan Perro, cuyo trabajo ni conocía ni me atraía. Aquello pareció ser el punto final. Me marché a otra ciudad, y luego a otra, y luego a otra, y regresé a Córdoba, y me volví a marchar a otra ciudad, y luego a otra. Y durante todo ese tiempo dejé de escuchar la voz de Santiago Auserón. Otras muchas voces, casi todas nuevas para mí, ocuparon mi atención.

Año 2006. El tiempo futuro imposible de preveer en aquel lejano concierto de Juan Perro. El tiempo pasado que cimentó mi presente actual. El año que Sonia y yo nos dimos cuenta de que lo nuestro iba en serio. El año en que aprobé las oposiciones. El año en que Santiago Auserón recuperó su nombre bautismal para, en compañía de su hermano, sacar un disco de versiones.

Dos terceras partes de Radio Futura tocando rock. Nada de ritmos cubanos. Aquello prometía. Y cumplió con creces. Es un disco magistral que no he dejado de escuchar desde hace ya ocho años. Que no dejamos de escuchar, mejor dicho. Porque Sonia comparte mi entusiasmo y muchas veces lo hemos puesto en el coche. Hasta Héctor se ha apuntado al carro. Esta tarde estaba cantando Suéltame (Set me free, The Kinks) mientras coloreaba unos dinosaurios.


Se podría decir que es fácil sacar un buen disco partiendo de canciones que son clásicos indiscutibles. Yo pienso lo contrario. Es complicadísimo conseguir lo que los hermanos Auserón han hecho en este disco: que las versiones sean tan personales como fieles al original. Completamente diferentes y sin embargo amoldándose al clásico que guardamos en la memoria. Eso sin mencionar el increíble trabajo que han hecho con la traducción de las letras. Traducir al español el texto, manteniendo su significado original e incluso su sonoridad (Suéltame suena parecido a Set me free, cuando la traducción más esperada hubiera sido Déjame, mucho más sosa en todos los sentidos) y aún así encajando perfectamente en la melodía. En mi opinión Las malas lenguas es un disco que justifica por sí solo la carrera de un músico. Hay que tener mucho valor y mucha confianza en uno mismo para atreverse a versionar, traduciendo al castellano, una canción como Hard to handle. Y hay que tener mucho talento para coronar con éxito la empresa. He aquí el resultado. Primero escuchemos la versión de Otis Redding:


Ahora comparemos la letra original con la traducción de Santiago Auserón. Se puede comprobar el esfuerzo por mantener el significado, las metáforas y la sonoridad (let me light your candle - que te dé candela en uno de los versos más endiablados y que Otis canta a toda galleta). Lo mejor de todo es que la nueva letra cabe en la misma canción, siguiendo el mismo ritmo y haciendo las mismas pausas (a pesar de que los monosílabos ingleses son sustituidos por polisílabos castellanos, acentuados siempre donde corresponde).
Baby, here I am
I'm the man on the scene
I can give you what you want
But you got to go home with me
I forgot some good old lovin'
And I got some in store
When I get to throwin' it on you
You got to come back for more
 

Boys and things that come by the dozen
That ain't nothin' but drug store lovin'
Pretty little thing, let me light your candle
'Cause mama I'm sure hard to handle, now, gets around


Action speaks louder than words
And I'm a man with a great experience
I know you got you another man
But I can love you better than him
Take my hand, don't be afraid
I wanna prove every word I say
I'm advertisin' love for free
So, won't you place your ad with me

Boys will come a dime by the dozen
But that ain't nothin' but ten cent love
Pretty little thing, let me light your candle'
'Cause mama I'm sure hard to handle, now, gets around


Baby, here I am
I'm a man on the scene
I can give you what you want
Just come go home with me
I forgot some good old lovin'
And I got some in store
When I get through throwin' it on
You got to come back for more

Boy will come a dime by the dozen
But that ain't nothin' but drug store love
Pretty little thing, let me light your candle'
Cause mama I'm sure hard to handle, now, yes around


Give it to me
I got to have it
Give me some good 'ole lovin'
Some of your good lovin'

Oye. Mírame bien, hace rato que no me hablas
Sé lo que está pasando aquí
porque tengo muchas tablas
Guardo amor del mejor en reserva para ti
Pruébalo y ya verás como vuelves a por más

Juguetitos hay por docenas
en la tienda que no valen ná
Déjame que yo te dé candela
ay nena, te juro que soy duro de pelar


Actos y menos hablar
yo soy un tipo con experiencia
Sé que te gusta tontear
pero yo no tengo paciencia
fuera el miedo, ven acá, dime donde hay que firmar.
Voy por ahí regalando amor y tú me intentas regatear

Juguetitos hay por docenas
en la tienda que no valen ná
Déjame que yo te dé candela
ay nena, te juro que soy duro de pelar


Oye. Mírame bien, hace rato que no me hablas
Sé lo que está pasando aquí
porque tengo muchas tablas
Guardo amor del mejor en reserva para ti
Pruébalo y ya verás como vuelves a por más

Juguetitos hay por docenas
en la tienda que no valen ná
Déjame que yo te dé candela
ay nena, te juro que soy duro de pelar

Oye
Yo quiero hablarte y quiero darte amor
Yo quiero darte amor, yo quiero darte amor
Yo quiero darte amor

Escuchemos ahora la versión de Santiago Auserón, interpretada con el punto de chulería necesario. Lo único que hecho en falta son los instrumentos de viento, que han sido sustituidos por el teclado y, claro, no es lo mismo.


Verano de 2014. Por fin llegamos al presente. Otro verano acompañado por la voz de Auserón. Su voz, tan familiar, resuena en mi interior mientras leo El ritmo perdido. No es una lectura fácil.
Teníamos [en la adolescencia] nuestro punto esnob, leíamos a Freud y a Castilla del Pino sin entender nada de nada (...). No entender nada era una situación normal por aquel entonces. Algunos le cogimos el gusto y seguimos practicando.

Cada vez que me encuentro con un libro impenetrable se convierte en un reto para mí y casi siempre acaba por gustarme, al cabo de unos años. (...) Después de varios intentos infructuosos, quizá realizados antes de tiempo, un día cae el velo, se despeja el camino, algo cede de pronto, uno admite como legítima toda libertad con el lenguaje, y prosigue la lectura riéndose a carcajadas. La dificultad intelectual y la risa tienen mucho que ver, en mi opinión.

Pues se ve que Auserón nos quiere hacer reír. Apabulla con referencias, notas a pie de página, nombres de músicos y estilos musicales olvidados y citas eruditas. Amante de las lecturas crípticas, es partidario de que sea el lector, con su atención activa, el que se gane el derecho a comprender el mensaje. El templo de la sabiduría no abre sus puertas fácilmente. Hay que merecer la entrada. Así, en el capítulo El gato encerrado hace un estudio antropológico, histórico y musical sobre la identificación de los animales con las personas. Todo para ocultar la razón por la que decidió ser Perro (razones literarias, alega, sin exponer cuáles). En el capítulo El panteón de la rumba se mete en berenjenales etimológicos (rombo-rumbo-rumba) y en explicaciones musicales de un tecnicismo que se escapa a un profano como yo. Abro una página de ese capítulo al azar y copio:
La clave de son incita a la continuidad, su fluir rítmico se aligera con cada repetición, se intensifica hasta llegar al montuno. Respecto a ella, la clave de rumba desplaza solamente una semicorchea en la tercera nota del segundo compás, creando un rincón imprevisto: esquina de sombra, silencio y golpe inmediato, sensación de alerta entre dos compases, ocasión para el gesto de felino al acecho.
Se produce un diálogo constante en mi cabeza entre lo que leo y lo que he escuchado durante tantos años. Empezando por el subtítulo del libro. Leo Sobre el influjo negro en la canción española y mi memoria responde Semilla negra. Leo:  
Ciertos patrones rítmicos duran más que un imperio, quizá más que una lengua, suscitan cuestiones comparables a los grandes asuntos geopolíticos, aunque no conocen fronteras. En ellos no está comprometida la propiedad de la tierra, ni el carácter de un pueblo. Son estructuras dinámicas que se fortalecen en la variación y el intercambio, células invisibles que no enferman ni hacen enfermar, pero se contagian como un virus de un cuerpo a otro.
Y mientras lo leo, en mi cabeza suena A cara o cruz:
Porque el amor es una enfermedad
que una vez contraída no se cura
Y por más que uno quiera perdura
y se contagia con facilidad
Antes de entrar en materia, Auserón esboza una breve autobiografía con recuerdos de su infancia y juventud que es un tesoro para sus seguidores. Para mí ha supuesto un redescubrimiento de su figura. Por lo pronto es mayor de lo que imaginé (No es que esté mayor, como pensé cuando lo vi de cerca en 1997, es que es mayor). Ayer cumplió sesenta años. Cuatro más que Jaime de Urrutia y Antonio Vega; cinco más que Carlos Berlanga; seis más que Loquillo y Julián Hernández; siete más que Germán Coppini, Carlos Segarra y Rafa Sánchez; ocho más que Álvaro Urquijo; nueve más que Alaska y Nacho Cano; diez años más que David Summers. De los músicos españoles que triunfaron con sus grupos en los años 80 sólo Manolo García, nacido en 1955, se acerca en edad a Santiago Auserón (1954).
De la vida de Auserón yo sólo conocía que había nacido en Zaragoza y que había estudiado Filosofía en París. Esto último me hizo creer que provenía de una familia de clase media acomodada. Error. Las circunstancias vitales de la infancia de Santiago Auserón tienen más en común con las de mis padres (sólo seis años mayores que él) o con la de Antonio Muñoz Molina (1956) que con las de sus coetáneos musicales. Muy joven tuvo que ponerse a trabajar. Lo hizo de delineante en la empresa en la que trabajaba su padre. Se sacó el Bachillerato por libre. Así lo cuenta:
Trabajando en el canal de El Granado, mientras vivía en Castillejos y en La Puebla, no tuve más posibilidades de estudiar que hacerlo por mi cuenta. Don Manuel, el maestro de escuela de Castillejos, me ayudó hasta cuarto de bachiller y luego renunció honestamente a cobrar por estudiarse los libros a la vez que yo. Me presentaba por libre a los exámenes en el instituto Ramiro de Maetzu de Huelva. Hasta entonces había sido un alumno mediocre, pero de pronto empecé a experimentar cierta avidez intelectual -cosa que de por sí no es particularmente loable-, y las dificultades para llevar adelante los estudios no hicieron más que servir de acicate. ¿Basta que el aprender deje de ser obligación impuesta para que se transforme en objeto de deseo? Bastaría, quizá, si la cultura fuese aceptada socialmente como placer u objeto de lujo, tan deseable para el adolescente como una moto o el primer automóvil. Por suerte o por desgracia no es así, casi nadie reconoce que el pensamiento viaja más rápido que los medios de transporte (...). Yo me consideraba como un trabajador que se atreve a aspirar al mayor lujo de los antiguos linajes, como un negro que en vez de soñar con adueñarse de la fábrica o pegarle fuego a los campos de algodón pasase directamente a saltar de nube en nube, quizá en pos de la procesión de los santos.
De Huelva trasladaron a su familia a Madrid. Allí continuó trabajando de delineante al tiempo que ingresó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Complutense en horario nocturno. Parece el personaje de El guitarrista, la novela de Luis Landero (otro que es casi de su quinta).

En fin, que con la lectura del libro todavía inacabada nos dirigimos al auditorio Batel para presenciar el homenaje que el festival La mar de músicas concede a Omara Portuondo. El encargado de entregar el premio no es otro que Santiago Auserón / Juan Perro. Ahí estaba, tan envarado y nervioso como se aprecia en la foto, intimidado por la presencia de la diva:


Y yo, desde mi butaca, mientras disfrutaba de la estupenda orquesta Buena Vista Social Club, me asombraba de pensar que hace ya un cuarto de siglo que vi por primera vez actuar a este pedazo de artista. Otros me han gustado más, me han emocionado más, me han acompañado más, pero ninguno abarca un periodo tan amplio. Desde la infancia a la madurez. Y lo que queda por vivir. Porque ahora estoy preparado para adentrarme, de la mano de Juan Perro, en los ritmos cubanos, en la Zarabanda o en lo que proponga este músico filósofo y vagabundo.
Alabados sean los pies del viajero,
la huella sonora que persigo yo...

No hay comentarios:

Publicar un comentario