Cita



El momento de la verdad nunca llega, el momento de la verdad nunca se va.
Ramón Eder

domingo, 14 de diciembre de 2014

Bob Cratchit. (Navidad 3)

Falta todavía una semana para el comienzo de las vacaciones y ya he recibido el primer regalo navideño. Ha sido tan inesperado como providencial. El otro día le comenté a Sonia que, de lo cansado que estoy, ni siquiera me animo pensando en las fiestas navideñas, es más, que este año las veo venir como un elemento de estrés añadido. Que si viajes, que si los niños están malos (desde hace tres semanas se van turnando entre bronquiolitis, procesos asmáticos, malas noches, etc.), que si hay que comprar las sorpresas y los regalos, que si hace frío y no podemos salir, que si... Eso sin contar todo el trabajo que estoy dejando para "cuando tenga tiempo" y que irremediablemente tendré que haber hecho antes de regresar a las clases en enero. Las navidades se presentan como tres semanas llenas de obligaciones y plazos de entrega.

El miércoles estaba en la sala de profesores trabajando con el ordenador. Eduardo, sí, sí Eduardo... dos compañeros me están mirando con una sonrisa enigmática y esperan una respuesta de mi parte. ¿Perdón? Estaba tan absorto en la redacción del documento que no me he enterado de nada. ¿De qué habláis?

Este año se ha creado un grupo de teatro en el instituto. Lo dirige un profesor de informática con experiencia en otros grupos de aficionados. De hecho, una obra montada por él acaba de recibir dos premios en un certamen provincial. Como opera prima se decidieron por una adaptación del cuento de Navidad de Charles Dickens y estrenarla la semana previa a las vacaciones navideñas. Todo un acierto.

Sé que es injusto asociar Dickens a la Navidad. Su obra no se circunscribe a su célebre cuento. Pero yo no puedo evitar la asociación. Sólo he leído a Dickens en Navidad. Ya no recuerdo si la primera vez lo hice de forma intencionada o por casualidad. En la Navidad de 1998, la que pasé en Finlandia, leí "Historia de dos ciudades". Me gustó. Y decidí incorporar una lectura de Dickens a los rituales navideños, como escuchar a Bing Crosby o disfrutar una vez más de "Qué bello es vivir".
En 1999, viviendo en Barcelona, no cumplí con este propósito, ni tampoco en 2000. La siguiente novela de Dickens la leí en las navidades de 2001. Fue "Oliver Twist" (Aventuras de Oliverio Twist, es el título de mi ejemplar). A lo mejor la novela no es tan mala ni tan deprimente como me pareció. Puede que el deprimido fuera yo. Me acababa de divorciar y recurrir a Dickens era un intento de conservar las cosas buenas que había descubierto con Johanna. Pero "Oliver Twist" fue una mala elección. Años después, un día de diciembre, vi con Sonia la película de Polanski en un cine de Madrid y siguió sin gustarme la historia. Aún así la película removió algo en mi interior porque en esa Navidad, la de 2005, leí "David Copperfield" y en la de 2006 cayó por fin "Un cuento de Navidad".

- Lo harías muy bien -me dice H, Scrooge en la obra-. Sólo te tienes que aprender una frase.
- H. no lo engañes. Bob es el personaje que más texto tiene después de Scrooge. -le corrige A, el director teatral.
- ¿Pero de qué habláis?
P, el profesor que iba a interpretar a Bob Crachit, el empleado de Scrooge, se ha indispuesto repentinamente y parece que no se va a recuperar para el martes, fecha del estreno. Se requiere a un sustituto de urgencia y, mira por donde, se han cruzado conmigo en plena búsqueda desesperada.
- ¿Qué tendría que hacer?
- Esta tarde te mando el guión, el viernes ensayamos de 5 a 7 y el sábado, a partir de las 10.30, es el ensayo general.
- Lo tengo que pensar -me viene a la mente todo el trabajo que tengo en esta semana de evaluaciones. También Sonia tiene mucho trabajo y no va a poder avanzar si se queda sola con los niños-. Esta tarde te contesto.
- Sonia resopla pero no pone reparos- El trabajo, al final, se hace. Y se ve que te hace ilusión.

Me hace mucha ilusión. Supongo que habría aceptado la propuesta sin importarme el personaje o la obra, sólo por probar la experiencia de actuar y por evitar cancelar el estreno tras dos meses de ensayo. Pero es que estamos hablando del cuento de Navidad de Dickens. Si me hacía ilusión ver la obra (insistí mucho en que hubiera una función para los profesores, no sólo para los alumnos), no digo ya interpretar en ella el principal personaje secundario.

El ensayo del viernes me sirvió para memorizar el texto y poco más. El sábado me sentí más cómodo y creo que no lo hice mal. Al menos en lo que a la entonación del texto se refiere. Me falta trabajar la expresión corporal. Afortunadamente la mayor parte del tiempo estoy sentado (en la mesa de trabajo o en la mesa del comedor de mi casa) y así es más fácil disimular que no sé qué hacer con mis brazos y mis manos. En el trabajo me dedico a hacer anotaciones en el libro de cuentas. En mi casa juego con Tiny Tim, lo acompaño a la mesa y me siento a comer. Lo difícil es cuando me encuentro a Scrooge en la calle (final de la obra) o cuando estamos dialogando de pie en la oficina. Ahí me olvido de que tengo brazos y se quedan rígidos e inmóviles. Dado que no hay más ensayos en los que poder mejorar este aspecto, no sé si dejarlo tal cual o intentar practicar por mi cuenta algún tipo de brazada. El remedio puede ser peor que la enfermedad. Por lo demás, no es difícil meterse en la piel de Bob Cratchit. Le gusta la Navidad, como a mí; le gusta estar con su familia, como a mí; es un entusiasta encubierto, como yo. Incluso las dudas y el titubeo que muestro en el escenario cuando comienza la función debido a mi falta de tablas pueden parecer un rasgo de carácter de Bob, que se siente intimidado ante la regañina de Scrooge. Así que trabajo de interpretación hago poco. Interpreto una variación no muy lejana de mí mismo.

To play. Los ingleses sí que saben. Jugar, tocar música, interpretar un personaje. Todo recogido en el mismo verbo. Hacer teatro es retroceder a la infancia. Es jugar a ser otra cosa con toda la seriedad con la que los niños se toman los juegos. En este fin de semana de ensayos teatrales he sacado unas apresuradas impresiones acerca del oficio de actor, que reafirman lo que tantas veces he leído en entrevistas:
  • La importancia del director. Los actores somos seres inseguros. Es fundamental un buen director que nos guíe con instrucciones precisas y nos dé la confianza necesaria para hacernos con el personaje, para que nos lo creamos. A. es un gran director. Sé que no he trabajado con ningún otro y no puedo comparar, pero no puedo imaginar a alguien haciéndolo mejor. El simple hecho de haber convencido a una docena de personas a dedicar una tarde a la semana para jugar al teatro ya muestra su talento.
  • Un buen actor hace buenos a los demás. H. hace un papelón con Scrooge. Ya lo suponía, por eso tenía tanto interés en ver la obra. Pero la realidad supera las expectativas. En el ensayo general del sábado se me puso la piel de gallina durante la escena del cementerio, cuando Scrooge lee su nombre en la lápida y suplica al espíritu: ¿por qué me haces esto? Ya no soy así. He cambiado. Increíble.
    En las escenas que comparto con él no me cuesta creerme Bob porque estoy todo el rato viendo a Scrooge no a H (un compañero con el que tengo mucho trato diario). En cambio, cuando la cena familiar, me cuesta creerme Bob porque en ningún momento veo a mi mujer sino a P, la profesora que interpreta (mal) ese papel. Toda la escena me parece falsa.
  • Me llevo el papel a casa. Muchos actores se quejan de esto, especialmente si interpretan a personajes tortuosos y difíciles. En mi caso es una bendición. Me he impregnado de Bob Cratchit hasta la médula y es como si me hubieran inyectado una dosis doble de alegría. Adiós agobios y agotamiento. A disfrutar de lo que nos toca en cada momento. Y, sobre todo, ¡Feliz Navidad!
El martes estrenamos la obra por la tarde. Se ha hecho un hueco en las sesiones de evaluación para que nos puedan ver los profesores y familiares que quieran. El miércoles hacemos doble función por la mañana para los alumnos. Sólo espero no desentonar demasiado con la línea de grandes actores que se han puesto en la piel de Bob Cratchit. Desde la rana Gustavo a Mickey Mouse.




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