Cita



El momento de la verdad nunca llega, el momento de la verdad nunca se va.
Ramón Eder

domingo, 13 de julio de 2014

Otra noche en San Javier

Teníamos las entradas para el concierto de Lucky Peterson desde hace días. Pero Héctor estuvo vomitando por la mañana y Sonia prefirió quedarse en casa para acompañarlo. Así que fui solo. No hubo problema para revender su entrada. Me sobró tiempo para entrar por la puerta secreta y allí mismo empecé a echarla de menos.

La verdad es que no me lo esperaba. El lunes estuvimos en el concierto de Bobby McFerrin y todavía nos quedan unos cuantos más en la agenda de este verano. Además, a lo largo de mi vida he ido solo al cine innumerables veces, he viajado solo, he visitado exposiciones solo... incluso no es la primera vez que voy a un concierto solo. Haciendo memoria recuerdo que en marzo de 2003 estuve, solo, un fin de semana en Barcelona para ver a Sir Paul (así llamamos en casa a Paul McCartney). Claro que en 2003 todavía no la conocía. Es difícil echar de menos a quien no conoces. Y ahora descubro lo fácil que es echar de menos a Sonia. En fin.

Ve tú solo y que te dediquen una canción, me había dicho por la tarde. Nos reímos de la ocurrencia. En el concierto del lunes, cuando cerca del final Bobby McFerrin presentaba nuevamente a sus acompañantes, estos respondían haciendo un solo con su instrumento. Al llegar al contrabajo, éste le comentó algo antes de responderle con la música.
- What?
- What?
- Ah. OK. He wants to dedicate this song to the man up there.
- This is for you - señalando a un espectador solitario sentado en una de las últimas filas.
El contrabajo dedicó su solo a un hombre que presenciaba el concierto solo, rodeado de asientos vacíos.

Jeff Carney en la actuación del pasado lunes

Ensimismado en estos pensamientos me sorprendió el comienzo del concierto. Queridos amigos, bienvenidos una noche más al festival de jazz de San Javier. La jornada de hoy se presenta vibrante. En primer lugar uno de los mejores pianistas de Europa. Si se hiciera una competición Europa - USA como en golf, él sería nuestro Tiger Woods. Con ustedes, Lluis Coloma.

Yo estaba allí por Lucky Peterson. No había escuchado nunca a Lluis Coloma ni sabía el tipo de música que tocaba (dentro del paraguas de un festival de jazz caben muchos géneros y estilos). A priori me atraía que la formación fuera un septeto (para mí, cuantos más músicos en el escenario mejor) y no el habitual trío liderado por un pianista. Sólo hizo falta una canción para convencerme de que iba a disfrutar una barbaridad con la actuación. Y al cabo de tres o cuatro canciones más ya era un fan vitalicio de Lluis Coloma y su contagioso boogie. Coloma me parecía un Jordi Hurtado con coleta. Tocaba el piano con el mismo entusiasmo que hace gala habitual el presentador de saber y ganar. En el siguiente vídeo podéis escuchar la interpretación de Bumble Boogie (versión boogie del vuelo del moscardón) que hizo en el festival de San Javier hace cuatro años como trío. Imaginad el subidón añadiendo el arreglo con los cuatro instrumentos de viento (no he encontrado en youtube una versión del septeto que se escuche decentemente):

Una curiosidad: Es la primera vez que veo músicos que utilizan una tablet en lugar del libro de partituras. Tanto el saxo barítono como el saxo tenor (a la derecha de la fotografía) usaban tablets. En cambio el saxo alto y la trompeta se mantenían fieles al papel (se pueden observar como sobresalen del atril las pinzas que sujetan las partituras). También Coloma tenía una tablet sobre el piano, aunque sólo le pillé una vez consultándola. Imagino que una de las ventajas de las tablets, aparte de que no se vuelan, es que se pueden sincronizar todas de manera que los músicos pasen de partitura a la vez.

Papel versus tablet
Al terminar el concierto me acerqué a comprar un CD. El propio Lluis Coloma era quien atendía tras un improvisado mostrador. De cerca se acentuaba el parecido con Jordi Hurtado, al tiempo que me parecía estar viendo a un personaje de Woody Allen, uno de los artistas representados en Broadway Danny Rose. Tal vez porque en esta película también suena el vuelo del moscardón, o porque cualquiera de las canciones interpretadas por Coloma podría formar parte de su banda sonora, quizás la película más trepidante de la filmografía de Woody Allen junto a Misterioso asesinato en Manhattam. El dinero de la entrada de Sonia lo invertí en Racan Rol, que así se titula el último trabajo del pianista.

Entre comprar el CD y visitar la cantina se pasó el intermedio en un cerrar de ojos. Amigos, con ustedes Lucky Peterson... Fue terminar la presentación y comenzar el ruido. Porque al principio me parecía ruido la guitarra eléctrica atronadora. El sonido tan alto me resultaba molesto. La incansable guitarra de Shawn Kellerman destrozaba a martillazos el embrujo en el que me había dejado el septeto de Lluis Coloma. Y la entrada en el escenario de Lucky Peterson me terminó de echar para atrás. Me había imaginado un Keb Mo y me encontré con un B. B. King bufo e ido.

Suele ocurrir en San Javier que cuando el primer concierto entusiasma el segundo defrauda. Y eso que se supone que el segundo es el plato fuerte de la noche. Hace siete años, tras deleitarnos con Ann Hampton Callaway nos aburrimos con Ivan Lins. Y el año pasado ocurrió lo mismo entre Jon Batiste y John Pizzarelli. Recordé la experiencia hace poco en el blog de Muñoz Molina. Después de un gran concierto no se dispone de ánimo apropiado para un segundo. Sobre todo cuando los artistas son completamente diferentes. Tras escuchar un buen concierto de Booguie liderado por un pianista te apetece seguir escuchando un piano marchoso bien acompañado. No una guitarra eléctrica apabullante. Sentado cada vez más incómodo en mi asiento (ese es otro factor que perjudica a los segundos conciertos: el cansansio físico - por la incomodidad de la silla - y mental - a partir de la tercera hora cuesta mantener la concentración en la música) me entra el deseo de marcharme y escuchar el CD de Lluis Coloma en el coche de regreso a Cartagena.


Estaba a punto de irme cuando Peterson dejó el organo y el teclado (había otro teclista, Marvin Hollie, que es quien llevaba de manera funcionarial el peso del asunto. Peterson daba la impresión de estar más por el show que por la música. No se entendía lo que cantaba y parecía estar colocado, con la mirada perdida y la sonrisa vacía). Agarró la guitarra y se arrancó con una balada, Trouble, que auguraba un cambio de registro. Pero no, fue sólo un pequeño descanso de decibelios y el punto de partida del verdadero show. Peterson, que no parecía estar en condiciones de dar un concierto, decidió disimularlo mediante una doble estrategia: levantar un muro de sonido inquebrantable (la música no paraba en ningún momento, se encadenaban los riffs sin descanso) y darle carnaza al público.

Esto último lo consiguió de una manera muy sencilla: bajó del escenario y durante varios minutos tocó (es un decir, digamos que actuó) entre el público. Primero hizo una parada en la zona noble, donde se sientan los invitados por la organización, los periodistas acreditados y los abonados privilegiados. Desde mi posición pude ver como el capitán (así llamamos al organizador del festival) casi levita de su asiento viendo como Peterson agitaba la guitarra a un metro de su nariz. Yo me acordé de un comentario que hizo Sonia cuando vimos a Luis Salinas: ¡qué bien le viene la barriga para apoyar la guitarra!

Al rato siguió subiendo las escaleras, enfiló hacia la izquierda, pasó por mi lado (estaba sentado junto a uno de los pasillos laterales) y subió un par de peldaños más. Entonces se giró y, mirando hacia el escenario, continuó con el show. Ahora era yo quien veía su guitarra a un metro de mi nariz. Dentro del muro de sonido ininteligible que sonaba todo el rato, quiso arengar a la masa con un clásico infalible: el estribillo de Johnny B. Goode. Pero la gente no estaba por la labor de corear nada. Esto es San Javier y nosotros no nos movemos ni cantamos. Sólo venimos a ver y a escuchar.

Yo estaba sentado delante (y debajo) del señor con la camisa de cuadros
Y lo que yo vi de cerca es lo mismo que intuí de lejos, que Peterson no estaba en condiciones. Que dudo que supiera dónde se encontraba y que, a pesar de haberse "mezclado" con el público no interactuaba con nadie, la mirada perdida y metido en su mundo incluso cuando invitaba a corear Johnny B. Goode.

El concierto finalizó con una apoteosis de decibelios. Peterson regresó a sus teclados y el resto de músicos (que eran los que realmente se encargaban de tocar) no pararon de producir ruido hasta el final. A veces parecía Kansas City, otras veces sonaba a In the midnight hour... todo muy distorsionado. En ese último tramo pude bajar al foso y comprobé, una vez más, que Peterson iba a su bola, aislado, sin comunicarse con sus músicos que lo miraban de hito en hito para interpretar por dónde seguir (o hasta cuándo seguir, probablemente).

Peterson por un lado, los demás por otro


Diría que el concierto de Lucky Peterson fue malo, pero lo cierto es que me entretuvo, a ratos me divirtió y desde luego que olvidé todo lo que no fuera su música y su actuación. Hasta el punto de que en el coche de vuelta a Cartagena escuché a Lucky Peterson. El CD de Coloma tuvo que esperar a hoy.

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