Cita



El momento de la verdad nunca llega, el momento de la verdad nunca se va.
Ramón Eder

lunes, 22 de agosto de 2011

Profesores de religión


Estudié EGB en un colegio de curas concertado. En la primera etapa, de 1º a 5º, nos enseñaban religión los mismos maestros que nos enseñaban a leer o a sumar. No recuerdo el nombre de la maestra que me dio clase en 1º (¿la señorita Isabel?). Era una mujer de mediana edad (mayor que mis padres y, por lo tanto, muy mayor desde mi punto de vista. Ahora imagino que no sería tan mayor), cariñosa y agradable. Guardo un buen recuerdo de ella. Todas las mañanas rezábamos un padre nuestro al comienzo de las clases. A esa edad la enseñanza no estaba tan compartimentada como en los cursos posteriores, era un continuo donde se mezclaba las sumas con los dictados, las lecturas, los dibujos y las historias. Y entre esas historias conocíamos la historia de Moisés, la de Abraham, la de Jacob... En eso consistía la enseñanza de religión. Todo centrado en el Antiguo Testamento.

Tampoco recuerdo el nombre de la maestra que me dio clase en 2º. Era más joven (más joven que mis padres). No tengo recuerdos de ese curso, ni en materia religiosa ni en ninguna otra. Echaba de menos las clases con la señorita Isabel.

En 3º, 4º y 5º me dio clase D. Francisco. En tercero, además, teníamos catequesis con el padre Paco para preparar la primera comunión (sí, en horario escolar en un centro concertado. Curso 82/83). Ese curso tuve una sobredosis de enseñanza religiosa. Los sacramentos, la penitencia, la comunión, el Nuevo Testamento con toda la intensidad dramática posible. Yo era muy aplicado. Recuerdo que me daba rabia que no se pudieran recibir todos los sacramentos por la incompatibilidad entre el matrimonio y el sacerdocio. Envidiaba a los santos, que ya estaban en el cielo. Habían cumplido su objetivo. Yo veía muy difícil llegar al cielo. Todo era pecado. Uno podía pecar simplemente pensando. ¡Es imposible no pensar!
En el colegio, los carmelitas nos ponían como ejemplo a Santa Teresa, que con seis años (dos menos de los que yo tenía entonces) huyó de su casa con su hermano para ir a tierra de infieles y convertirse en mártir del cristianismo. Su tío se los encontró por el camino y frustró la tentativa. Si en esos momentos me entero de que Alcolea es tierra de infieles allí que hubiera ido yo a sufrir martirio. Como triste alternativa me conformaba metiéndome piedrecitas en los zapatos (idea copiada de no recuerdo ahora qué santo niño. Gracias a esta maravilla que es internet descubro que se trata de Domingo Savio).

D. Francisco merece un párrafo aparte. Un poco mayor que mis padres tal vez, no mucho. Era un sádico camuflado. No pensaba eso de él cuando era mi maestro. Yo era demasiado ingenuo y sentía un respeto sin reservas hacia la autoridad. El maestro no podía estar equivocado, ni ser malo o mezquino. Eso iría contra la lógica, los policías no roban ni los bomberos queman las casas. A mí me gustaba D. Francisco, me lo pasaba bien en sus clases. Con el tiempo, al recordar las cosas que hacía o nos decía, me fui dando cuenta de que era un pésimo maestro y una mala persona. Le gustaba humillar a los alumnos más torpes ("los sabios" los llamaba, como en el famoso concurso de la época, y todos los días los sacaba a la pizarra), pegaba capones y tiraba de las patillas (a mí nunca me pegó, creo que fui de los pocos que se salvó), y era un mentiroso compulsivo. Contaba historias increibles que hasta que no pasaron años no caí en la cuenta de que eran mentira. A lo mejor yo era el único tonto que se las creía. Es posible que por eso me librara de los capones.
Las clases de religión de D. Francisco fueron el sustrato de las peores pesadillas que he tenido en mi vida. La vida era un examen continuo muy difícil de aprobar. Y si no aprobábamos (que en mi opinión era lo más normal puesto que el padre Paco nos había explicado que casi todo era pecado. El mundo se dividía en unos pocos santos y una multitud de pecadores) ya sabíamos lo que nos esperaba: el infierno. Y el infierno, según D. Francisco, consiste en sufrir durante toda la eternidad nuestro tormento más temido. El demonio es muy listo y sabe lo que más temes. Imagina lo que más temes, piénsalo. Yo intentaba imaginar un tormento soportable y autoconvencerme de que eso era lo que más temía, a ver si así podía engañar al demonio. Pero sabía que eso era imposible, el demonio era casi tan poderoso como Dios. No se le podía engañar. Pero sí, según D. Francisco, podíamos venderle nuestra alma. El demonio podía concedernos el deseo que quisiéramos. Así de poderoso era. Es difícil no guardarle rencor a D. Francisco por tantas noches de pesadillas. Hubiera preferido los capones.

En 6º la enseñanza se compartimentaba claramente en asignaturas. El profesor de religión era el padre Pedro, director del colegio. Por primera vez teníamos libro de texto. Recuerdo las clases soporíferas. Estudiábamos las distintas religiones: el islam, el hinduismo, el judaismo; pero solo para demostrar cuan equivocadas estaban. El padre Pedro nos explicó cómo los principales filósofos habían demostrado la existencia de Dios. La Iglesia no niega que vengamos del mono, decía el padre Pedro, ¿pero cómo pasamos de ser monos a ser hombres? Fue Dios, con su gracia divina, el que otorgó un alma al mono para convertirlo en hombre.

En 7º nos daba religión el padre Julio (que no era cura, aunque le llamásemos padre, pero formaba parte de la familia carmelita no sé bien en calidad de qué). No recuerdo nada de sus "enseñanzas". Solo recuerdo su carácter bondadoso y que en los exámenes hacia como que no se daba cuenta si sacabas el libro para copiarte.

No recuerdo el nombre del cura que nos dio religión en 8º. A diferencia de los demás curas profesores (no solo los de religión) no vivía en el convento anexo sino en las ermitas de la sierra. No teníamos libro de texto o no lo utilizábamos. Se dedicaba a dictar apuntes, paseando entre los pupitres y posando su mano sobre el hombro o la cabeza de los alumnos. No vamos a pensar mal, el hombre simplemente tenía la manía de tocar a los alumnos como gesto de sano cariño. Me pregunto qué cara pondrían mis alumnos si yo hiciera eso en clase. El padre cariñoso nos enseñaba los tecnicismos de la religión católica: el rito de cada sacramento con su correspondiente fórmula, los agentes, los medios y los pacientes; el Espíritu Santo y cómo guiaba las decisiones del papa (de ahí su infalibilidad), etc. Un día nos contó que se encontraba en la plaza de San Pedro en el momento en que se anunció a Juan Pablo II como nuevo pontífice. Cuando estaban esperando el anuncio, por el balcón del vaticano se asomó un cardenal negro y unas monjitas que estaban a su lado exclamaron ¡que no sea un papa negro, no puede ser un papa negro! Pero no, hombre, el Espíritu Santo no podía equivocarse de aquella manera. Fue un papa blanco y bien blanco. De la misma Polonia.

Los dos últimos años de colegio no fueron nada agradables. Por muchos motivos, no le voy a echar toda la culpa a los curas. Pero sí tenían una parte importante. Al fin y al cabo ellos dirigían el colegio y seleccionaban a los profesores que eran los principales responsables del ambiente opresivo que se respiraba allí. Dejar el Colegio Virgen del Carmen fue toda una liberación.

En el instituto pude haber elegido ética en lugar de religión pero no lo hice. La verdad es que no me lo llegué a plantear en ningún momento (ni nadie me lo llegó a preguntar, que yo recuerde). Era algo implícito, lógico, incuestionable. Estudiaba religión por lo mismo que estudiaba bachillerato y no FP. En todo caso me alegro de que fuera así porque gracias a eso caí en una clase en la que conocí a los que llevan siendo mis amigos más de media vida.

En 1º de BUP nos dio clase de religión un cura que, según decían, oficiaba en San Nicolás. Era relativamente joven y de aspecto chulesco. La rutina era invariable: entraba por la puerta y con desgana decía "podéis iros a la P calle". Así, literal. Y eso hacíamos, salir a la calle. La hora de religión era una hora de recreo. Hasta que se nos acabó el chollo a mediados del segundo trimestre. Algún padre se habría quejado y le debieron de llamar la atención. Un día entró en clase especialmente cabreado y nos dijo que ya no podríamos salir más gracias a algún chivato mentiroso. Sí mentiroso, porque él nunca nos había dicho que nos pudiéramos ir a la puta calle, él lo que decia es que podíamos ir a la P calle, es decir, a la puerta de la calle.
Se tomó su venganza. El resto del curso nos tuvo haciendo innumerables tareas y trabajos a cual más absurdo (ejemplo: contar cuántas veces aparece la palabra amor en el evangelio de San Juan) y a final de curso llevó a casi toda la clase a suficiencia.

En 2º y 3º de BUP tuve de profesor de religión a otro cura. Un integrista, de sonrisa perenne e inquietante, que había sido capellán del ejército. Una de sus perlas: "Los cristianos debemos amar a todo el mundo, incluso a los comunistas". Su obsesión era asegurarse de que fuésemos unos jóvenes católicos ideales (según su retrógrada idea, claro). Nos propuso dedicar las clases de religión como catequesis para preparar la confirmación. Más tarde caería en la cuenta de que los tiempos habían cambiado lo suficiente como para no permitir la catequesis en horario escolar (a diferencia del curso 82/83) y menos en un centro público. Así que propuso dedicar dos recreos a la semana a preparar la confirmación (ahí demuestra su aunténtica vocación de propagar la verdadera fe. Ahora que soy profesor valoro el esfuerzo que también le suponía a él dedicar dos recreos a la semana durante dos cursos a nuestra evangelización). En mi clase nadie se apuntó a la catequesis, confirmando, nunca mejor dicho, en la mente de Isidoro la idea de que nos estábamos echando a perder. Al padre de un amigo mío, que también era profesor en el centro, llegó a llamarlo a casa para comentarle lo preocupado que estaba por el comportamiento de su hijo y de las amistades nefastas que tenía en clase.
Las clases eran sermones. Si el gobierno lanzaba una campaña para promover el uso del preservativo entre los jóvenes con el lema póntelo, pónselo, Isidoro contraatacaba con varios sermones sobre el tema que se resumían en propóntelo, propónselo. La abstinencia que fortalece el espíritu y el amor auténtico era lo que había que proponerse, por si alguien tiene duda.
Gracias a Isidoro tomé consciencia de mi rechazo a la Iglesia Católica. Hacía ya tiempo que no comulgaba (en todos los sentidos) y que no iba a misa pero de una manera culposa, como el que no hace las tareas porque no le apetece y le queda un fondo de remordimiento. Hasta que un día Isidoro anunció que en la próxima clase íbamos a celebrar una misa en la iglesia (la iglesia de la Universidad Laboral que ahora es el salón de actos del Campus Rabanales y que podéis ver en la foto de arriba). Sí, una misa en horario lectivo en un centro público durante el curso 90/91.
La tarde anterior estaba en casa de un amigo haciendo las tareas (o pretendiendo que haciamos las tareas) y mi amigo propuso que fuesemos a confesarnos (supongo que ese contexto confesarse formaba parte de hacer las tareas). Me sorprendió su propuesta pero no vi razones para negarme. Fuimos a una iglesia cercana a su casa y allí me confesé por última vez. Hacía tiempo que no lo hacía y me sentí enormemente ridículo cuando me arrodillé delante de aquel desconocido al tiempo que decía "ave María purisíma". No recuerdo qué confesé, supongo que tres o cuatro vaguedades para salir rápidamente de aquel embrollo en el que me había metido sin pensarlo. Esa noche hice el examen de conciencia que teóricamente debí haber hecho antes. En ese momento reconocí abiertamente la realidad: ya no creía en la Iglesia Católica. Es más, me producía rechazo.
Al día siguiente se celebró misa en la hora de religión. Los veintitantos alumnos formábamos un semicírculo en torno a Isidoro. Al llegar el momento de la comunión, Isidoro se acercó a cada uno de nosotros ofreciéndonos la hostia, recorriendo el semicírculo de izquierda a derecha. Cuando llegó a donde yo estaba me acercó la hostia a la boca. Hice un ademán negativo con la cabeza. Con su perenne sonrisa se quedó unos segundos parado, la hostia a pocos centímetros de mi boca, esperando un cambio de parecer. Su sonrisa parecía decir: "¿a qué viene esto? Vamos, sé que eres un buen muchacho, conozco a tu padre, déjate de tonterías y haz lo que debes". Digamos que aquella fue mi primera "no-comunión", un ritual ad hoc para celebrar mi renuncia al catolicismo. Fue una liberación. En cierto sentido fue la culminación de la liberación que supuso dejar el colegio de curas.

Estos días, con motivo de la reunión de los jóvenes católicos con el papa, he escuchado numerosas teorías sobre las razones por las que muchos jóvenes (y no tan jóvenes) dan de lado a la Iglesia. Me pregunto por qué nadie nombra nunca a los profesores de religión. Ellos solos se bastan. Mi experiencia me dice que el Espíritu Santo es un pésimo jefe de recursos humanos, al menos en lo referente a la selección del personal.

La canción de hoy cae por su propio peso. Curiosamente me compré el disco (de vinilo todavía) en el año de mi primera no comunión.




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2 comentarios:

  1. La cosa ha cambiado mucho...Y además lo mismo cada uno lo vive de forma diferente. Recuerdo hablar con los años con Belen sobre la "Gumer", y no acordarse de nada de lo que yo le contaba.De hecho Isidro, ha tenido los mismos profesores de Religión que tú, y seguro que lo vivió de otra forma (ni mejor ni peor).Yo también recuerdo a todas mis profesoras de Religión, y a "nuestro amigo común"(Isidoro).
    No estoy de acuerdo en muchas cosas que hicieron o dijeron, y mucho menos las tareas de Isidoro, pero mirando para atrás lo veo como algo anecdótico.
    Si observo a mis compañeros profesores de Religión creo que muchos tienen miedo de quedarse sin pupilos,y ese miedo les resta autoridad. En diferentes institutos que he estado los alumnos han sido mucho más crueles con ellos...Los tiempos cambian.
    No sé cuando me di cuenta de la doble moral existente en la Iglesia. Y que hay ejemplos dignos de mención por su inmensa labor de ayuda a los demás, y otros dignos de mención por sus atrocidades."De todo hay en ....". Yo creo que opté por quedarme con lo que me gustaba, y deshechar lo demás. Recuerda lo solidaria que era con el hombre del puestesillo en el DOMUN.

    Eso si, cuando la gente dice que aborrece las Matemáticas, espero que no digan "Los profesores de Matemáticas, solos se bastan"Por la parte que me toca....

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  2. Elena, no creo que la cosa haya cambiado tanto. La mayoría de los maestros que me dieron clase en el colegio eran jóvenes. Seguirán siendo maestros en el Carmen (ahí está el padre Paco, por ejemplo) o lo habrán sido hasta hace muy poco. No creo que den las clases de manera sustancialmente distintas a como las daban hace 25 años.

    Evidentemente no a todo el mundo le afectan las mismas cosas ni del mismo modo. Pero, vamos, espero que Isidro lo viviera de mejor manera (aunque fue a su padre a quien llamó Isidoro para advertir del mal camino por el que iba el hijo debido a las malas compañías).

    Pienso que la falta de autoridad que sienten hoy en día los profesores de religión (en los centros públicos, ojo, que habría que ver esa falta de autoridad en los centros concertados, donde el profesor de religión a lo mejor es el director del centro) se debe a la falta de respaldo por parte de la Administración. Los alumnos se portan peor en las clases de religión por el mismo motivo por el que se portan peor en las clases de alternativa, porque saben que no tiene consecuencias, que esas clases "no sirven para nada", no cuentan en el expediente ni para promocionar de curso. Imagina el horror que sería si existiesen los profesores de alternativa. Nueve meses "dando" solo "clases" de alternativa. Ahh. O tienes un carisma fuera de lo común (rarísimo), o te conviertes en un pasota al que todo le resbala (no tan raro), o terminarías con una depresión (lo normal).

    No se puede comparar un profesor de matemáticas (ni de cualquier otra disciplina académica) con un profesor de religión (que no es una disciplina académica a pesar de la anomalía de nuestro sistema educativo). Las matemáticas se te puede dar bien o mal, pero a la mayoría de la gente eso sólo le afecta en el ámbito académico. Ni las matemáticas, ni la biología, ni la historia, ni la literatura pretenden gobernar tu vida, ni dotarla de sentido (otra cosa es que puedan hacero si tú quieres).
    Un niño de ocho años que no sepa dividir correctamente a lo mejor suspende la materia, pero eso no significa que esté cometiendo pecado y tenga que ir a confesarse por ello. O peor aún, que si se muere antes de aprender a dividir vaya a ir al infierno. Yo veo una gran diferencia.

    Además, en mi caso, los profesores de religión eran todos curas lo que ya hace imposible la comparación con cualquier profesor de otra disciplina. En fin, tal vez debería haber escrito "los curas se bastan solos".

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