Cita



El momento de la verdad nunca llega, el momento de la verdad nunca se va.
Ramón Eder

martes, 6 de marzo de 2012

Los martes al sol

Este curso los martes tengo horario de tarde, así que las mañanas las suelo dedicar a ir a nadar y a hacer recados. Los primeros meses del curso iba a una piscina del centro, primero en autobús luego en bicicleta. Era una sensación extraña "estar libre" en horario laboral. Me veía desde fuera: un adulto rondando los cuarenta, evidentemente desocupado en una mañana de trabajo. ¿Un parado más?

Pasear por el centro en una mañana laborable no tiene nada que ver con hacerlo por la tarde o en fin de semana. Me fijaba en los demás viandantes: mucho hombre trajeado yendo de acá para allá, pequeños grupos de trabajadores tomando el desayuno en los bares, señoras de paseo, jóvenes veinteañeros a buen paso, ningún niño ni adolescente. Escrutaba los rostros de las personas intentando adivinar los efectos de la crisis económica. Eran las semanas previas a las elecciones, la prima de riesgo estaba por las nubes y cada día parecía confirmar el hundimiento definitivo. Ese mundo catastrófico de las noticias no se veía reflejado en mis mañanas de martes. Me fijaba en el hombre de negocios que salía de una oficina bancaria, ¿le habrán negado un préstamo? El joven que me adelanta a buen paso no parece estar preocupado por el desempleo juvenil. No podría haber más disparidad entre la realidad mediática, la realidad económica y la realidad aparente de esos paseos.

A principios de año cambié de piscina y, por lo tanto, de rutina. Ahora aprovecho los martes para nadar y para hacer la compra de la semana en el supermercado que hay junto a la piscina. Voy en coche. Se terminaron los paseos discursivos.

Hoy me han sacado de la rutina. Juani, la mujer que viene a casa a cuidar a Héctor, llegó con muy mala cara y mucha tos. No estaba para trabajar, así que tal como vino se fue al médico y a descansar. Nos quedamos Héctor y yo solos con toda la mañana por delante. Recogí la cocina al tiempo que preparé su comida. Lo dejé viendo los dibujos animados mientras me daba una ducha rápida. Luego lo vestí y  me ayudó a hacer la cama. Le encanta acarrear las almohadas de una habitación a otra. No eran las diez de la mañana cuando ya habíamos terminado todas las tareas domésticas imprescindibles. Estuvimos jugando una hora en su habitación hasta que el sol empezó a calentar y salimos a la calle.

Las primeras veces que iba al parque con Héctor me aburría mucho. El niño tampoco parecía disfrutar demasiado con los columpios, ni interactuaba con otros niños. Tal vez era demasiado pequeño y tal vez yo no tuviera demasiada paciencia. Ahora cada vez disfruto más. Hay muchos parques cerca de casa y cada uno tiene sus particularidades. Habitualmente solemos ir a dos o más parques en cada salida, así paseamos. El que más me gusta es uno situado detrás de donde vive mi hermana. Pero hoy no me apetecía ir porque está cerca de mi instituto y algunos alumnos salen a tomar el sol en el recreo. No quería coincidir con ellos.

Tampoco me apetecía ir a los parques que hay detrás de casa. Están demasiado cerca (lo cual suprime el paseo) y a veces sopla un viento desapacible. Así que decidí ir a un parque al que nunca habíamos ido, que no está lejos y del que Juani me había hablado bien.


No había nadie en el parque cuando llegamos. Al poco tiempo se nos unieron una niña con su padre. La niña se llamaba Victoria y parecía ser unos meses mayor que Héctor. El padre podría ser un poco más joven que yo e iba bien vestido. Héctor se lo pasó pipa persiguiendo e imitando a Victoria. Al rato se incorporaron a la estampa otro padre con su hijo. El niño, Carlos, parecía tener tres años. El padre, también bien vestido, tendría treinta y pocos. Me pregunté qué hacían esos hombres jóvenes en una mañana laborable con sus hijos en el parque. ¿Estarían sin empleo? No parecía el caso. Aunque quién sabe. Tal vez tienen un trabajo por turnos y esta mañana libraban. ¿La igualdad de género ha llegado al Parque Figueroa?

La realidad de los martes al sol diverge de la realidad cotidiana. Tiene una cualidad onírica y luminosa, como de serie de televisión bien producida.


_

No hay comentarios:

Publicar un comentario