Cita



El momento de la verdad nunca llega, el momento de la verdad nunca se va.
Ramón Eder

domingo, 11 de marzo de 2012

Un día primaveral

No teníamos planes para la mañana. Amaneció un tiempo primaveral, como durante toda la semana. Decidimos aparcar las tareas pendientes, tanto domésticas como laborales. La ropa será planchada y los exámenes serán corregidos en otro momento. El día era demasiado bonito como para dejarlo escapar.

Ahora empieza la mejor época del año para visitar Córdoba. Son apenas dos meses, puede que algo menos, en los que apetece pasear disfrutando de un sol que todavía no es insoportable. Turistas en nuestra propia ciudad.

Nos sentamos a dar de comer a Héctor en una terraza de la plaza Jerónimo Páez. Es una plaza preciosa, de postal, y sorprendentemente poco transitada por los turistas a pesar de estar situada a pocos metros de la Mezquita y de que allí se encuentra el museo arqueológico.

Parecía que estábamos de viaje en algún país extranjero. La plaza, vacía. Apenas unos pocos turistas extranjeros sentados en las mesas de alrededor. Una calma y una sensación de plenitud que nos hacía sentir como si estuvieramos de vacaciones de verano en alguna bonita ciudad de centroeuropa. La guinda la puso un guitarrista adolescente que se puso a practicar en uno de los bancos de la plaza ("la guitarra" exclamó Héctor cuando lo vio desenfundando el instrumento). Un señor que parecía ser su padre le daba pie canturreando piezas flamencas. Los extranjeros de las mesas quedaron agradecidos por el espectáculo imprevisto. Algunos se acercaron a depositar una propina, pero no había dónde. El guitarrista no estaba allí para ganarse unos cuartos sino por el gusto de practicar en la calle (o por la imposibilidad de practicar en casa).

Teníamos previsto ir a comer a otro sitio, pero estábamos tan a gusto que decidimos quedarnos. Además la plaza era un lugar ideal para que Héctor correteara entre tanto ("caballo", gritaba cada vez que un coche de caballos aparecía por la calle Antonio del Castillo). La comida no fue buena. Tampoco cara. El espectáculo estaba en la calle. No sé cuánto rato estuvimos allí sentados. Dos horas, tal vez. En todo ese tiempo no hicimos otra cosa que observar a nuestro niño, como exploraba el entorno: los árboles, las columnas, los escalones.... Se nos caía la baba. Me acordé de mi madre. Me la imaginé a ella jugando en esa plaza cuando era chica. Quien le hubiera dicho que muchos años después uno de sus nietos haría lo propio.


Nos fuimos felices, sabiendo que siempre recordaríamos ese día.



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