Cita



El momento de la verdad nunca llega, el momento de la verdad nunca se va.
Ramón Eder

domingo, 10 de junio de 2012

Despedida extraña

No me apetecía ir. Hace años que no voy a ninguna comida ni cena "de empresa", salvo las que celebramos de manera informal en el propio centro de trabajo. En estas ocasiones algún compañero se brinda a cocinar una paella o unas migas y por un módico precio echamos un buen rato en el taller de arte. Todos de pie, en corrillos, charlas con unos y con otros haciendo equilibrios para que no se te caiga el arroz del plato de plástico que sostienes precariamente con una mano (la otra mano se alterna en el uso del tenedor, el vaso, la servilleta, el pan y lo que se tercie). A esas comidas sí me apunto.

Lo que no me apetece es pagar 50 € por estar sentado dos o tres horas en un local cerrado, esperando a que traigan el siguiente plato, intentando mantener algún tipo de conversación amena con las dos o tres personas más cercanas en medio de un griterío generalizado. Y para colmo al día siguiente estoy para el arrastre. No, no y no. El motivo de la cena era la graduación de los alumnos de Bachillerato y Ciclos de grado superior. He trabajado muy a gusto con los alumnos de mi tutoría durante estos dos años (los dos años que yo llevo en el instituto, los dos años de su bachillerato), pero especialmente en este último. No quería hacerles el feo de no acudir a la cena de su graduación. Así que hice de tripas corazón y pagué en su honor los 37 € del menú (precio de crisis) dispuesto a soportar la cena lo mejor posible.

A las siete de la tarde empezó el acto de graduación propiamente dicho. Alumnos vestidos de gala; las chicas con tacones imposibles, algunos chicos manifiestamente incómodos con la chaqueta y la corbata. Parecían no saber cómo acomodar los brazos. Familias y profesores con ropa de diario. Si acaso con un afeitado más cuidado y una camisa un poco más vistosa de lo habitual. Todos  reunidos en el patio del instituto, dispuestos a escuchar los discursos (más o menos elocuentes pero todos emotivos) y a aplaudir la imposición de becas y entrega de orlas.

Después una copa de confraternización en el otro patio. Profesores felicitando a alumnos y padres. Padres y alumnos agradeciendo su trabajo a los profesores. Todos felices repartiendo sonrisas, piropos y parabienes. Una fiesta de autocelebración: ¡Lo hemos conseguido! El éxito de los alumnos también es vivido como propio por familias y profesores. El chorro de alegría resulta balsámico, especialmente después una semana de exámenes finales y sesiones de evaluación de una tensión inaguantable.

A las diez y media comienza la recepción en el hotel Alfaros. En un patio con piscina sirven los aperitivos. Es enternecedor escuchar los comentarios entusiasmados de alumnos que nunca antes habían entrado a un hotel de esa categoría. Me sorprende y desborda el cariño con el que nos tratan los alumnos. Incluso se disputan los asientos libres en la mesa que tenemos asignada los profesores que les hemos dado clase.

Una vez que entramos en el salón para cenar ocurre lo de siempre: el ruido del ambiente me aisla. Esta vez no es un aislamiento incómodo. Más bien melancólico. Observo uno a uno a los chavales con los que he compartido gran parte de mi tiempo en los últimos dos años. Casi un tercio de mis horas lectivas en este periodo (5 horas de 18 el curso pasado; 6 horas de 18 en este). La proporción aumenta notoriamente si incluyo las horas no lectivas: reuniones con padres, charlas por los pasillos, alguna excursión... Los observo y no puedo reconocer a los alumnos que han sido hasta hace una semana. De repente los veo mayores, casi adultos. Sé que es un espejismo provocado por los trajes que visten y las circunstancias del momento pero no me cuesta nada imaginarlos con treinta años. Me gustaría saber qué va a ser de sus vidas.

Mirando a mi alrededor, sumido en estos pensamientos, me fijo en Paco, un compañero de Departamento al que estimo y que se traslada a otro centro el próximo curso. Un excelente compañero, un profesional como la copa de un pino que siempre estaba dispuesto a echar una mano y que me ha ayudado mucho en estos dos años. También lo echaré de menos. Caigo en la cuenta de que por primera vez desde que soy profesor me tengo que despedir de gente que se va mientras yo me quedo. Hasta ahora había sido al revés, yo me iba y los demás se quedaban (o también se iban, pero a efectos prácticos era lo mismo. La despedida radicaba en que yo me iba, dejando atrás alumnos, compañeros, centro e incluso localidad). Parece que las despedidas son más tristes cuando son los demás los que se van.

Los camareros sirven cava. Reúno a los alumnos de mi tutoría para proponer el último brindis. No recuerdo qué dije pero sí lo que quise decir. A pesar de que en estos dos años hemos tenido algunos disgustos, cosa inevitable, lo cierto es que tengo que agradecerles su comportamiento en todo este tiempo. Han formado un grupo de una gran calidad humana, que va a dejar un buen recuerdo en todos los profesores que le hemos dado clase. Los voy a echar de menos. El curso que viene se me va a hacer extraño acudir al instituto y no darles clase ni verlos por los pasillos. Les deseo lo mejor.

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