Cita



El momento de la verdad nunca llega, el momento de la verdad nunca se va.
Ramón Eder

jueves, 7 de julio de 2011

Promesas de reconciliación



Ese cuadro que veis arriba se titula el buen retiro. Os aseguro que la imagen es nítida y no está pixelada. El cuadro es así. Su autor, Fernando Zóbel, es una celebridad en Cuenca donde se exponen muchas de sus obras en el Museo de Arte Abstracto Español y donde hay un instituto de enseñanza secundaria que tiene su nombre.

Precisamente en el IES Fernando Zóbel trabajé durante los primeros tres meses de mi estancia en Cuenca. Los menos malos. Los seis meses restantes, que fueron de órdago, trabajé en el IES Lorenzo Hervás y Panduro. No es cuestión ahora de recordar las vicisitudes por las que pasé. Baste decir que el pasado jueves se cumplieron siete años exactos del día que salí huyendo de Cuenca deseando no volver jamás y con una imagen de la ciudad y de sus gentes que queda perfectamente representada por el buen retiro.

Uno no siempre puede o quiere cumplir lo que planeó. Así que al cabo de poco menos de tres años regresé a Cuenca por primera vez. Fue un 6 de abril, cumpleaños de Sonia y viernes santo. Ante la perspectiva de pasar un día tan señalado en la noble ciudad de Tarancón (Castañón) preferimos acercarnos a Cuenca (La Castaña), celebrar el cumpleaños con Nani y Luis Pablo y ver alguna procesión. Al fin y al cabo la Semana Santa de Cuenca tiene cierta relevancia.
Sé que suena pueril pero llegué a la ciudad con ánimo de revancha. Había aprobado las oposiciones pocos meses atrás, mi relación con Sonia me hacía feliz y la vida me sonreía. Según llegaba a Cuenca crecía en mí un sentimiento no del todo sano de alegría por haber vencido toda la hostilidad y los malos augurios que sufrí en aquel lugar. En este lugar desde el que escribo ahora. Paseaba por las calles y le indicaba a Sonia: en esa pensión pasé los tres primeros meses en un cuartucho sin mesa y sin armario; a esa piscina iba a nadar; en ese edificio alquilé un duplex; ahí están los institutos; esa es la biblioteca de la que sacaba libros y películas. Al mismo tiempo a mi mente acudían recuerdos desagradables: por esa calle tan pintoresca a la vera del Júcar recuerdo pasear un día gris de invierno con un terrible dolor de garganta; en todas las calles me recuerdo solo; me cuesta trabajo encontrar un recuerdo meramente alegre, no digamos ya feliz.
Y las personas que traté. Dado que Cuenca es un pueblo, iba ojo avizor por si me encontraba con alguien de aquella época, profesor o alumno (no traté con nadie más). Temía encontrarmelos porque intuía que incluso cuando les contase que ya era funcionario (pienso en mis "compañeros" del Hervás) se las arreglarían para decir alguna frase desagradable.
No me encontré con nadie. Había un ambientazo que era desconocido por mí. Los bares y restaurantes estaban a rebosar. Nos costó encontrar sitio en una barra donde tapeamos Sonia y yo rodeados de turistas borrachos. De hecho las calles estaban llenas de borrachos y penitentes. Esa noche regresé a Tarancón aliviado y, ahora sí, alegre de no tener nada que ver con Cuenca y de no tener que volver por allí.

Pues volví tan solo un par de meses después. A Sonia le tuvieron que extirpar un quiste y el centro médico de Tarancón la derivó al hospital de Cuenca. Allí me presenté un fin de semana de junio. La operaron en el hospital que hay en la calle Alfares, la misma calle en la que había alquilado un dúplex durante mi estancia. La ventana del salón llegaba hasta el suelo, como un falso balcón. A la misma altura de la calle, en la acera de enfrente, estaba la entrada de urgencias. Me pasaba mucho tiempo contemplando las ambulancias que llegaban, especialmente por la noche (en invierno anochece pronto). Hasta me compré un trípode para hacer fotos. Observaba a los celadores que sacaban la camilla, a los familiares que acompañaban al enfermo. A veces salían dos o tres personas a echar un cigarro en la puerta. No solían hablar entre sí. Me intrigaba mucho ese trozo de vida que ocurría al otro lado de mi ventana. Pensaba que muchas de esas personas a las que observaba desde mi altura de cinco pisos podían estar viviendo un momento trascendental de sus vidas. Lo que nunca pensé es que algún día, cuando además yo no viviese allí, operarían en ese hospital a una persona querida. Paul Auster diría que se trata de la música del azar.
Al dia siguiente de mi llegada le dieron el alta a Sonia y nos fuimos a Tarancón.

Ninguno de mis regresos habían contribuido a mejorar en algo la imagen que tengo de Cuenca y sus ciudadanos. Aún así este año la hemos visitado en dos ocasiones. ¿La razón? El AVE a Madrid y la disposición de Nani y Luis Pablo a quedarse una noche con Héctor. En febrero, nuestra estancia en Cuenca fue visto y no visto. Llegamos un viernes noche, cogimos el AVE el sábado a primera hora para volver el domingo a última y el lunes por la mañana, día de Andalucía, ya estábamos de camino a Córdoba.

Ahora ha sido diferente. En total vamos a pasar cuatro noches y tres días en Cuenca. La temperatura, en pleno mes de julio, es la mar de agradable. Por la noche refresca y hay que abrigarse. De la mano de Nani y Luis Pablo he conocido otra Cuenca: el merendero de Palomeras, la piscina en los pinares, la cuenca del Huecar de noche, poder disfrutar de la tranquilidad del casco histórico sin quedarte congelado y esas terrazas que tanto eché en falta alguna vez (sí, sí, en Cuenca también hay terrazas, lo que ocurre es que sólo las sacan en verano).

A Nani le entregan el piso que se ha comprado a finales de este año. Está ilusionada con que podamos quedarnos en él al menos una semana todos los veranos. Podríamos hacer excursiones al alto Tajo, senderismo, nadar en la piscina, descansar del calor... Pienso en ello mientras observo la ciudad desde el andén de la nueva estación, la que han construido a todo lujo en las afueras para que pare el AVE. Desde el andén puedo distinguir todos los barrios y muchos edificios emblemáticos. Los recuerdos negativos me vienen a la cabeza. La aversión que siento por Cuenca sigue ahí a pesar de estos días tan agradables. Sin embargo la idea de pasar aquí parte de las vacaciones veraniegas no me parece descabellada. ¿Será posible que algún día llegue a reconciliarme con esta ciudad, que Cuenca me traiga recuerdos agradables? En esto pensaba cuando reparé en el nombre de la nueva estación. Seguro que si lo piensas un poco lo adivinas: Estación Fernando Zóbel.


6 comentarios:

  1. Cuando leo tus recuerdos,en parte,solo en parte, también son los mios. Recuerdo tu estancia en Cuenca, y recuerdo tu piso, el que alquilastes frente al Hospital.Fue nuestro primer viaje en nuestro coche,todavía no había nacido Alba.Recuerdo una excursión muy bonita acompañados de la música de Ismael Serrano, a las piedras que tenían cara.Era un día nublado. Recuerdo ir al cine en su sitio donde ponían montaditos, no recuerdo la película. Tengo un recuerdo entrañable de aquello, pues aunque sabía de tu pesar, para Álvaro y para mí fue muy agradable compartir tantos momentos contigo. Porque aquí en Córdoba pese a tenernos tan cerca, no siempre compartimos tanto.
    En aquellos momentos, todavía veinteañeros,estabamos llenos de ilusiones e incertidumbres. Ahora hemos tenido la suerte, de que las incertidumbres desaparecieron y las ilusiones se hicieron realidad. Con esa fortuna,puedes y debes disfrutar de todos los momentos, que como el reloj del cocodrilo de Peter Pan nos recuerda que el tiempo no vuelve. Y ni las personas somos las mismas, ni los son los lugares.Ni la Sevilla que yo dejé en el 2000 es la misma que ahora ni lo soy yo. Tienes por delante una nueva "Cuenca" repreta de cariño por las esquinas.Disfruta de tu viaje a Itaca.

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  2. Perdón por la falta de ortografía "repleta"...

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  3. ¡Qué rápida has sido! ¡y qué ilusión me ha hecho!

    Yo también lo pasé muy bien con vosotros. Siempre, siempre que voy a Cuenca y veo la torre Mangana me acuerdo de ti y del comentario que hiciste al pasar por el reloj de la biblioteca universitaria. Es decir, que me acuerdo de ti varias veces al día porque la torre Mangana se ve desde casi todas partes.¿La película pudo ser Cold Mountain? No estoy seguro. También me acuerdo de que, mientras tomábamos los montaditos, un compañero del Departamento que estaba sentado con más gente en una mesa cercana no hacía más que fijarse en ti. Pueblo de cotillas. Un último recuerdo: en la biblioteca, escribiendo el texto que leí en vustra boda.

    Hay lugares que cambian y otros que no. Cuenca es de los que no. Pero hay una gran diferencia entre pasar unos días despreocupados en verano y vivir allí indefinidamente.

    Tienes razón en que hemos tenido mucha suerte. Desde siempre. Y eso hay que disfrutarlo.

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  4. Sí que es verdad.
    Hablando con Álvaro nos hemos acordado del gorrilla de Cuenca que nos pidió por aparcar 5 euros....

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  5. Siempre nos quedará Cuenca Eduardo...Siempre nos quedará Cuenca ...

    Elena, te "plagio" esta reflexión, me ha encantado:
    "En aquellos momentos, todavía veinteañeros,estabamos llenos de ilusiones e incertidumbres. Ahora hemos tenido la suerte, de que las incertidumbres desaparecieron y las ilusiones se hicieron realidad."

    Un abrazo manchego !

    Juan

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  6. Juan, cuánto me alegro de "verte" por aquí. Y que ganas tengo, tenemos, de verte realmente. Revival ya.

    Tú y Sonia fuisteis las únicas personas, aparte de mi familia, a las que conté mi experiencia conquense. Me acuerdo perfectamente cuando te lo conté a ti. Fue en coche, de Guadalajara a Alcalá, para ir al mercado medieval. El día previo a todo.

    Ay, Juan, qué buena es la estabilidad (que no el establo. ¿Ves? No olvido ninguna de tus ocurrencias). Algún día escribiré un post contando cómo casi me matas de risa.

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